Por mi salud mental, seguí creyendo que todo era un sueño. Que pronto despertaría. Acepté incluso regresar al Cuartel de Apricon.
—Ay, disculpa, no preguntamos tu nombre —exclamó Annalis con una sonrisa.
—Milenka.
—¡Qué nombre tan extraño! —se burló Nerón, junto al chico de cabello blanco. La serpiente de Krohonan reaccionó mordiéndole el brazo.
—A mí me parece... exótico —añadió el chico de las seis colas, intentando suavizar la tensión.
¿Mi nombre le parece extraño? Ella parece un avestruz.
—¿Esto en serio es real? —volví a preguntar, incrédula.
—Sí. Ustedes nos llaman mitos o leyendas; nosotros reconocemos a los humanos como Demonios —respondió Annalis con naturalidad.
—Qué lindos —dije con evidente sarcasmo.
—No lo tomes personal —replicó—. Somos los últimos que quedamos después de la guerra contra los humanos en la Edad Media. Cada vez quedan menos especies.
—Por eso la cálida bienvenida —comentó Nerón con tono burlón.
—¿Encerrándome y dejándome custodiada por un horrible cíclope?
—¡No le digas así! —me reprendió Annalis—. Puedes herir sus sentimientos.
—Típico de humanos —se mofó Krohonan.
—¿Y qué quisiste decir con eso? —me giré hacia él, molesta.
—Es típico que ustedes juzguen por la apariencia. Eso los hace más despreciables.
Quise contradecirlo... pero no tenía con qué. Y lo peor: tenía razón. Y eso me molestaba aún más.
—Todo esto es nuevo para ti —intervino Annalis, intentando apaciguar la situación—. Es normal que estés impactada. Lamento lo del calabozo.
—Pudo ser peor —agregó el chico del que aún no sabía su nombre—. Podríamos haberte mandado con los minotauros.
Las palabras de Nerón me hicieron palidecer.
—¡Está mintiendo! —rió Annalis, algo nerviosa—. El laberinto del Minos sólo lo usamos con los sentenciados a muerte.
—Ah, me alegra. Eso me tranquiliza muchísimo.
Creo que no entendieron el sarcasmo, porque tanto Annalis como el chico de cabello blanco sonrieron satisfechos.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó ella con interés.
—Estaba de excursión con unos amigos. Encontré un lago que, en mi mundo, se considera peligroso. Un caballo me empujó dentro.
—¿El lago era blanco? —inquirió con el ceño fruncido.
—Completamente.
Los hombres se miraron entre sí, con los ojos abiertos como platos. ¿Asombro? ¿Miedo?
—Qué extraño... —murmuró Annalis, pensativa—. Los lagos de hipocampo se cerraron hace siglos, cuando ellos se extinguieron.
—¿Hipocampos? ¿Eso en verdad existe?
Annalis me observó con intensidad, mientras el de las seis colas se cruzaba de brazos, conteniendo la risa.
—Pero el que vi era un caballo normal, de cuatro patas. ¿No se supone que los hipocampos tienen cola de pez?
—Bajo el agua, sí —explicó Annalis—. Pero cuando emergen, su apariencia cambia.
Krohonan intervino con desdén:
—Lo que no tiene sentido es... ¿por qué lo hizo? ¿Por qué salvarte a ti, una inmunda humana?
—¡Oye!
—Apestas —se tapó la nariz.
—La última vez que aparecieron fue durante la Guerra Media —acotó el chico de cabello blanco.
—Apricon está en paz desde que las sirenas desaparecieron —añadió Nerón.
Ah, ¿también existen sirenas? Perfecto.
—Sí... eh... con respecto a eso, Ana... —por primera vez, Krohonan parecía nervioso. Empujó discretamente a Nerón, indicándole que hablara él.
—Se... se reveló que el ataque al pueblo aledaño fue causado por una... si...re...na —dijo Nerón con voz temblorosa.
¿Por qué parecían temerle tanto a Annalis?
Ella parpadeó.
Se levantó de su silla con una calma inquietante. Si el chico de cabello blanco no se hubiese interpuesto a tiempo, sus filosas alas me habrían atravesado.
De pronto, Annalis desplegó las alas, y sus plumas salieron disparadas como si fueran proyectiles.
—¿¡Y CUÁNDO PENSABAN DECÍRMELO!? —gritó con furia.
Nerón se escondió detrás de Krohonan.
—Ho-hoy...
—¿¡Cuándo lo supieron!?
Krohonan se hizo a un lado, dejándolo totalmente expuesto.
—U-una se-semana...
Parpadeé. Solo una vez. Y eso le bastó a Annalis para llevarse a Nerón hasta la cima de la cúpula... y dejarlo caer en la cascada.
El chico de cabello blanco se giró hacia mí, dándome algo de contexto:
—Después de la Guerra Media, las sirenas fueron de las criaturas más rencorosas. Por su sed de venganza, trataron de poner a los pueblos en guerra unos contra otros.
» A quienes no se unían a su causa, les hacían la guerra. Durante años, nuestros antepasados intentaron defenderse de ellas.
—¿Es por eso que estoy aquí? —intervino Krohonan, dirigiéndose a mí—. ¿Viniste a ayudarnos contra las sirenas? ¡Estamos condenados!
Annalis aterrizó. Su expresión era más serena, pero su mirada, al evaluarme de pies a cabeza, me dejó inquieta.
—O tal vez... estamos a salvo —concluyó, con un atisbo de esperanza en la voz.

ESTÁS LEYENDO
El portal a Apricon.
FantasyDespués de la graduación, Milenka eligió irse de aventuras con sus amigos, un año entero viajando y conociendo los lugares menos inexplorados de Europa. Su última parada es Rusia, donde un hermoso y nocivo lago blanco la llevara a vivir experiencias...