Era un semi sótano apenas iluminado y con un pequeño escenario que servía las veces de karaoke, en un barrio pijo de Madrid, cuando conocieron a Paula, una noche de finales de septiembre. La noche había empezado con Carlos dándole la murga a Serj para salir, porque no se habían movido de casa en todo el fin de semana. Serj protestó, pues era domingo y si no habían salido los dos días anteriores, que por qué no le dejaba en paz y se daba una vuelta a la manzana, a lo que Carlos replicó, siempre certero, que si «Mahoma no va a la montaña, la montaña se bebe todos los bares de la ciudad». Ante semejante argumento, ceder había sido inevitable, porque de lo contrario, oiría aún muchos más argumentos de peso y eso le provocó escalofríos.
Habían seguido una línea recta imaginaria que Carlos trazara con la aplicación de mapas de su teléfono, parando en algún bar de tapas y raciones donde les dieron de cenar y donde empezaron a caer las primeras cervezas. Si en esa línea recta se topaban con algún obstáculo, el metro o algún autobús les sacaban del apuro. El local, como cabía esperar, no estaba muy lleno cuando llegaron. Serj se había resistido a acabar la noche en una mierda de karaoke, que ya bastante hacían el imbécil entre ellos dos en aquellas noches especiales de La Gruta, pero Carlos, que ya iba un poco achispado, insistió porque «los karaokes son lugares extraños llenos de gente extraña» y así podían divertirse un rato, aunque fuera viendo a la gente hacer el tonto. Y verlo, lo vieron. Los pocos parroquianos que frecuentaban el local esa noche estaban dándolo todo sobre aquel escenario tan cutre, empecinados en destrozar los grandes éxitos de Raphael, Perales y algún rebelde sin causa con más canas en los huevos que pelos en la cabeza, los de Barón Rojo. Al pasar por delante de Serj, el tipo que acababa de destrozar la última canción le hizo el gesto de los cuernos, que no tuvo más remedio que devolverle, abochornado perdido. Carlos se rió en alto, pues su amigo aún seguía llamando bastante la atención con aquella chupa de cuero tan llamativa y el pelo largo.
—Dime que no somos tan ridículos cuando nosotros hacemos el gilipollas así —dijo Carlos, su cerveza suspendida en el aire.
—¿Quieres salir en la siguiente y darle caña? —preguntó Serj con media sonrisa.
—No, mejor no. Destrozaríamos la moral de esta pobre gente.
—Mírale, ya piensa como una estrella —se burló, dando un trago a su botellín.
Carlos se volvió hacia Serj, bastante picado. El día anterior se había desgañitado a gusto en el ensayo y habían vuelto a tener la eterna bronca acerca de cómo algún día acabaría fastidiándose la voz por no querer seguir los consejos de Serj ni apuntarse a clases de canto. Y porque insistía en copiar al puñetero Robert Plant, pues entre Franky, el baterista de la banda y él solían cachondearse, haciéndole ver que lo que quería era pasar de ser un mindundi con potencial a ser él solito Led Zeppelin al completo.
—No vamos a empezar otra vez, ¿verdad? —su voz sonó más cansina que amenazadora.
—Jamás osaría —continuó Serj con su burla.Carlos volvió a darle un trago a su cerveza y ejecutó su pequeña venganza contra él, sonriendo con malicia.
—Podrías subirte tú y reventarles la cabeza, sin micrófono ni nada.
—Podrías irte a la mierda —trató de sonar sereno, pero sabía por dónde quería tirar y no pensaba seguirle la corriente.
—Eres incapaz de cantar tú solo, no he visto un talento más desaprovechado en mi vida.
—No he visto a nadie con más ganas de joderse el talento como tú en mi vida —contraatacó Serj.
Y así prosiguieron un buen rato. En medio de la eterna discusión acerca de sus capacidades, entraron unos chavales al local. Por el rabillo del ojo y de forma distraída Serj se fijó en que no casaban mucho con el ambiente, cuya media de edad rondaría los cincuenta, y eso solo porque Carlos y él habían conseguido bajar un poco esa media. Por algún motivo, Serj se fijó en una de las chicas, con su chaqueta de piel de aspecto muy desgastado, los vaqueros rotos y el maquillaje algo corrido, quizá debido al sudor, y una melena lisa castaña clara, casi rubia, que le llegaba más abajo del pecho.
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Cobalt
RomanceSerj y Carlos, dos amigos treintañeros, conocen a Paula en un karaoke de Madrid y quedan fascinados por la fuerza de su voz. Poco a poco, irán forjanzo una amistad que, en muchas ocasiones, acabará traspasando fronteras quizás demasiado dolorosas, p...