Un día, Paula volvió a casa con un cuaderno bastante abultado y proclamó que en su empresa iban a organizar un examen, del que se rumoreaba que quien lo pasase quizá podría obtener un pequeño ascenso de categoría. En realidad, consistía en un pequeño curso de prevención de riesgos laborales, lo cual hizo reír a toda la plantilla, pues la ley solían saltársela a la torera como para ahora empezar a respetarla e, incluso, estudiarla.
Así que Paula cogió un par de días de vacaciones para poder dedicar más tiempo al estudio y así tener tiempo para ensayar. Y, por qué no, a descansar un poco. Una transpaleta, por mucho que tuviera motor, seguía pesando una barbaridad. En esos días comenzó a hacer una cosa que a Carlos y a Serj les sacaba de quicio, que era ponerse a deambular por la casa con su cuaderno, repitiendo por lo bajo todo lo que leía. Paula sólo hablaba sola cuando estaba realmente cabreada. Parecía un espectro, así que sus amigos comenzaron a burlarse de ella diciéndole que parecía que había muerto del estrés y ahora su espíritu vagaba eternamente por la casa, a la espera de una calificación y siempre se las apañaba para aparecer por el lugar más insospechado. Aquel viernes por la tarde no esperaban visita, pero Rosa, la hermana mayor de Carlos, tenía una capacidad innata para ser una... «gilipollas» era la palabra más suave que siempre se le ocurría a Serj para describirla. Carlos siempre le recriminaba el uso de esta palabra ya que, en realidad era un epíteto, no un adjetivo como se emperraba en sostener su amigo.
Habían ido a correr, como casi todas las tardes y llevaban un rato en casa. Carlos se estaba duchando y Paula a saber por dónde andaría con sus apuntes, cuando llamaron a la puerta. Serj sintió algo de apuro al ir a abrir, pues ese día, a pesar del frío, habían sudado como si hubiesen corrido por el asfalto en pleno verano. Paula solía decir que apestaban a ciervo en celo cuando hacían ejercicio. Cada vez que ellos le preguntaban cuándo había olido a un ciervo en celo (y por qué) se hacía la loca. Serj abrió la puerta.
—¡Serj!
Si hubiese estado un poco más despistado aquel día, habría jurado que le había trepado un mono hasta los hombros.
—¿Pero qué haces tú aquí? —preguntó Serj al crío, intentando acomodarlo bien en sus brazos para que no se resbalara.
—¿Está Carlos? —preguntó Rosa, tan seca como siempre.
—Hola a ti también —dijo Serj, tratando de no matarla con la mirada. Carlos y él tenían establecido que, mientras Eli fuese pequeño, las borderías por su parte con la imbécil de su hermana debían mantenerse al mínimo posible—. Está en la ducha, pasa.
—No, no tengo tiempo. Le he escrito hace como dos horas pero no me contesta, así que ahora que no se queje.
—Rosa, tienes mi número también —trató de seguir usando un tono amable, pero no pudo evitar que se le escapara cierto deje de ira en la voz—. No sabes si tenemos o no planes. La amiga que ahora vive con nosotros está estudiando estos días.
—Ese no es mi problema, Sergio.
—Serj.
—Mira, le dices a Carlos que recogemos a Elías mañana al mediodía.
Y se fue escaleras abajo.
—¡Adiós, mamá! —Eli le tiró un beso. Ella se giró brevemente y le hizo un par de carantoñas, pero ni siquiera le había dedicado ninguno de esos gestos antes de irse. Serj volvió a preguntarse, una vez más, dónde estaría el inútil de su marido. Quizá esperando en el coche, agradecido de poder fingir que no tenía descendencia alguna. Suspiró, cerró la puerta y dejó al chaval en el suelo.
—¿Y el tío Carlos? —preguntó Eli.
—En la ducha, ahora sale, seguro que se pone como loco al verte.
ESTÁS LEYENDO
Cobalt
RomantizmSerj y Carlos, dos amigos treintañeros, conocen a Paula en un karaoke de Madrid y quedan fascinados por la fuerza de su voz. Poco a poco, irán forjanzo una amistad que, en muchas ocasiones, acabará traspasando fronteras quizás demasiado dolorosas, p...