Día 2 - 21 de diciembre

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Me encontraba sentado en el sofá de la sala, con un bloc de notas en mano, anotando meticulosamente cada característica que había logrado recordar del supuesto asesino

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Me encontraba sentado en el sofá de la sala, con un bloc de notas en mano, anotando meticulosamente cada característica que había logrado recordar del supuesto asesino. Normalmente, los recuerdos de los sueños se desvanecen rápidamente, pero en esta ocasión, sorprendentemente, lograba retener cada detalle vívido en mi mente: unos penetrantes ojos castaños, una herida con forma de rajada en el costado del ojo izquierdo, piel morena y una estatura similar a la mía. Además, su nombre resonaba en mis pensamientos: Salvador.

La magnitud de mi tarea se volvía cada vez más abrumadora. Con más de treinta mil personas viviendo en este lugar, me tomaría toda una vida revisar una por una. Consciente de esta realidad, decidí dirigirme a un lugar que había evitado durante años: la comisaría.

Salí de mi hogar y emprendí mi camino hacia allí. Al llegar a este punto, algunos podrían preguntarse por qué nunca utilizaba un automóvil. La respuesta era sencilla: todas las tiendas esenciales estaban a pocos pasos de distancia, la casa de mi amigo Omar se encontraba a tan solo dos cuadras y, desde la muerte de Angela, no había tenido la necesidad de viajar, por lo que había decidido deshacerme del auto.

Sin embargo, la comisaría se ubicaba a una mayor distancia, lo que implicaba un trayecto de unos veinte minutos a pie. No me importaba el tiempo que me llevara, ya que esas caminatas me brindaban la oportunidad de reflexionar y ordenar mis pensamientos.

Al llegar, crucé las imponentes puertas de cristal de aquel edificio de dos pisos, sin llamar la atención de los agentes que pasaban ocupados en sus quehaceres. Me encaminé directamente hacia uno de los cubículos, guiado por mi determinación.

Me detuve frente a la puerta de un cubículo que llevaba el rótulo que rezaba "Jefe Enrique Sánchez". Desde adentro, alcanzaba a escuchar algunos murmullos, señal de que se encontraba ocupado. Golpeé varias veces, esperando pacientemente.

Finalmente, un hombre robusto de barba negra, que sostenía una conversación telefónica, abrió la puerta. Su rostro reflejaba sorpresa al verme allí.

—Espérame un segundo —me pidió —...claro que sí, lo tendré en cuenta. Tengo mucho trabajo aquí, saludos. — dejó el teléfono en su reposadera, volteó hacia mí y me miró fijamente. —Vaya, Carlos, no esperaba volver a verte por aquí.

—Yo tampoco, pero necesito de su ayuda.

—¿De verdad? ¿Después de que nos llamaste "inútiles"? —preguntó con un tono sarcástico.

—Sí, a pesar de eso, no tengo otra alternativa —respondí con frialdad. Aunque mis palabras no parecieron agradarle al jefe Sánchez, él mantuvo su compostura.

—¿En qué puedo ayudarte?

—Necesito que utilice la base de datos para buscar a una persona... tengo a un sospechoso —destaqué, notando el gesto de incredulidad que se dibujaba en su rostro.

—¿De verdad tienes un sospechoso? ¿Y de dónde sacaste las pruebas? —Era evidente que no me permitirían acceder al expediente de alguien sin una justificación sólida.

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