Capítulo IV

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¿Dónde estaba Max?

Sergio cepillaba a Máximo, su caballo favorito, intentando controlar su enfado. Habían quedado en un restaurante lejos de Bridgehampton para desayunar, pero él no había aparecido.

Le había enviado un mensaje de texto diciendo que no podía ir, pero que no respondiera a sus llamadas lo ponía furioso.

Ni siquiera su ritual favorito, cepillar a Máximo, conseguia calmarlo. El olor del cuero y heno del establo solia tranquilizarlo, pero aquel día nada lo tranquilizaba.

Como solía viajar mucho debido a los campeonatos y las sesiones fotográficas para la empresa de publicidad que lo había contratado, en su vida no había mucha rutina. Pero había cometido el error de caer en una rutina con Max ese verano.

Las noches se organizaban alrededor de las fiestas a las que tenía que asistir y había querido sorprenderlo con un almuerzo cuando terminara el entrenamiento, pero max había desaparecido.
De hecho, desaparecía a menudo últimamente. No esperaba saber lo que estaba haciendo a todas horas, pero parecía distraído, preocupado.

Le gustaba a morir, pero durante aquello dos últimos meses, sin sexo, había sentido la necesidad de conocerlo mejor, de preguntarse si podía confiar en aquel nuevo y más maduro Max.
Oyó pasos entonces y, al darse la vuelta, se encontró con él.

–Siento llegar tarde–Se disculpó. Llevaba un pantalón vaquero blanco y una camisa del mismo color que le hizo pensar lo divertido que sería quitarsela–He tenido una cita inesperada.
–He recibido tu mensaje–Dijó, Sergio apartando la mirada.

No podía permitirse distracciones durante la temporada de polo. Entonces ¿Qué estaba haciendo con él?
–No he podido llamarte, lo siento-Max se colocó las gafas de sol sobre la cabeza–No es que me haya olvidado de ti... es imposible olvidarme de ti.

Sergio dejó a un lado el cepillo y se giro para mirarlo.
–Te ocurre algo, lo sé.
–He tenido que ir al médico.
–¿Por qué?
–Estoy totalmente sano, no te preocupes–Max volvió a ponerse las gafas de sol, un gesto que él conocia bien. Se estaba cerrando, no iba a contarle nada más sobre el tema.

Entonces sono un relincho en uno de los cajones y Sergio reconoció la llamada del caballo, aunque no era uno de los suyos. Cada animal tenía un tono en particular.

–Cuidado con Antonia o te dará un mordisco en el trasero, es muy nerviosa.
–Se parece a una de las yeguas favoritas de mi padre, Sassy. Muy nerviosa pero todo corazón.
¿Como él?

Mick Schumacher, el jefe de cuadras del jeque, se acercó para comprobar que todos los caballos estaban atendidos. Mick era el novio del jeque Lewis Hamilton el propietario del equipo de Los Lobos Negros en el que jugaba Sergio. Pero no solo era el propietario del equipo, también era uno de los mejores jugadores.
Max fruncio el ceño.

–Tal vez deberíamos hablar en otro sitio.
–Sí, tienes razón. Mick tiene que atender a los caballos del jeque. Roscoe y Aswad.
Salvo él, todos los demas jugadores usaban los caballos del jeque, pero Sergio apostaria por Máximo en cualquier partido.

No era un caballo árabe, pero tenia el corazón de un criollo mexicano mezclado con un pura sangre, de modo que era fuerte, duro, rápido y valiente. Sus cinco caballos eran especiales, pero Máximo era otra cosa, pero incluso con los mazos volando por el campo, no se arrendraba nunca.
Max acaricio la trompa del animal.

–Es curioso que sepamos más de su familias que de las nuestras.
Sergio levanto una ceja.
–Hay libros sobre los Verstappen.
–Yo no soy un Verstappen, soy adoptado.
La noticia lo soprendio, pero intentó disimular. Por su expresión, estaba claro que Max aún no había hecho las pases con esa información.

Embarazado del Playboy ❉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora