Capitulo 2

6 1 0
                                    

Actualidad

Durante los últimos tres años, mi vida ha estado inmersa en la medicina, desempeñándome como médico en un prestigioso hospital de San Diego La Jolla. Cuando decidí estudiar medicina hace cinco años, a la joven edad de veinte, jamás imaginé que a los veintiséis estaría en este punto de mi carrera. La medicina ha florecido como mi pasión suprema y prioridad inquebrantable. A pesar del éxito que he cosechado en el ámbito profesional, mi vida personal no ha evolucionado como hubiera anhelado. En este período, he mantenido una parte de mi corazón reservada, y los recuerdos que de vez en cuando rondan mi mente me reafirman día a día por qué escogí este camino.
Mi rutina en el hospital es abrumadora y absorbente. La dedicación constante a mi trabajo, los diagnósticos desafiantes y la búsqueda incesante de soluciones para mis pacientes ocupan la mayoría de mis días. Los días que son más apacibles, o incluso los pocos días de descanso que me tomo, porque a veces olvido que debo recargar energías, son los que me incitan a reflexionar sobre mi vida personal, que parece estar en pausa. En esos momentos, busco refugio en la playa, donde mis pensamientos divagan por los recuerdos de mi vida, en particular, aquellos que involucran un amor de hace algunos años o mi infancia. En ocasiones, me doy el lujo de adentrarme en el mundo de los "qué hubiera pasado si..." y me envuelve una profunda melancolía.

Los días caóticos, donde todos corremos de un lado a otro, son mis favoritos. Me mantienen centrada y exigiéndome dar lo mejor, además de que mantienen esos pensamientos a raya. Estoy a minutos de terminar mi turno cuando Laura, la jefa del hospital donde estoy, me pide cubrir una cirugía de emergencia. Al parecer, debo cambiar un marcapasos, es una cirugía muy rápida si no hay complicaciones. El médico que le correspondía no se encontraba bien y ha tenido que retirarse. Llevo solo diez horas de trabajo, por lo que no veo ningún problema con quedarme unas tres horas más, ya que mi cuerpo y mente están acostumbrados. Me dirijo a la sala común que tenemos para poder prepararme y buscar mi cofia. Sin ella, no inicio ninguna cirugía, es como mi objeto de la suerte. Fue un regalo de mi madre cuando comencé la carrera y desde entonces no la cambio por ninguna. Es una superstición, pero muchos médicos tienen algo que los centra en el ahora.

Ingreso al quirófano y observo que las enfermeras ya están terminando de preparar los instrumentos. Llegué un poco antes porque quería presentarme con el paciente antes de comenzar, ya que no lo conozco y debe estar un poco nervioso. Estoy terminando de colocar mis guantes cuando ingresan al paciente al quirófano. Espero a que lo pasen a la mesa de operaciones para que las enfermeras puedan comenzar a prepararlo. Me acerco al lado donde estaré trabajando para poder ir hablando con él. Comienzo a ordenar mi espacio de trabajo para saber dónde puedo encontrar todo lo que voy a necesitar.

-Buenas, me presento. Soy la Dra. Soler, y estaré supliendo al Dr. Quintero, ya que no se encontraba bien de salud. Trato de sonreír y transmitir tranquilidad con la mirada, ya que no me pueden ver sonreír por el cubrebocas.

-Doctora, me han hablado maravillas de usted todo el camino hasta acá.

-Me tranquiliza que hayan sido maravillas y no malos comentarios. Espero entonces que se encuentre bastante tranquilo. Le comento un poco, la cirugía es bastante sencilla y muy rápida. Prometo que voy a cuidar su corazón.

-Es la primera vez que escucho a una cardióloga prometer a un paciente que su corazón estará en buenas manos. Debe tener mucha seguridad en sí misma. Escucho la voz del médico que acaba de ingresar a la sala. Debe ser el anestesiólogo, ya que es el único que faltaba. Me doy la vuelta para ver quién es, ya que no reconozco la voz, y mi corazón se detiene cuando me doy cuenta de que el anestesiólogo asignado es Sebastián.

Nuestros ojos se encuentran en medio de la sala de operaciones, y un torrente de emociones cruza nuestros rostros. Creo que he dejado de respirar. Estoy segura de escuchar los latidos de mi corazón en mis oídos; en algún momento se saldrá de mi pecho, si eso es posible. No conecto ninguna idea, tampoco ningún movimiento. Después de tantos años, nunca esperé encontrármelo de esta manera. Me siento expuesta y con mil sentimientos encontrados. No sé si debo saludarlo o fingir que no lo conozco. Mi duda no dura mucho, ya que él rompe el silencio que se formó después de su comentario.

DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora