"Imperio español..."

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Desde que la española era una niña se le había metido en la cabeza que debía de ser una gran gobernante. Su madre, Castilla, le decía que sería una gran gobernante si un esposo tuviera. Su padre, Aragón, decía que una gran esposa debía ser. A fin de cuentas, ninguna de estos dichos que se repetían, importaron a la española en su expedición a América (El nuevo mundo).

Hacia ya unos meses, había llegado al Tahuantinsuyo, a cusco. Estaba ensimismada con las grandes construcciones lujosas, las grandes cosechas, la gran altura, las piedras preciosas, los rituales (aunque no le gustaba mucho lo de tirar niños por un lugar alto, de hecho, lloro cuando vio eso). Imperio Español sabía que ya no era una mujer virgen, pensaba que esto le quitaba valor frente al Inca, pero este parecía obsesionado con ella, parecía encantado.

El Tahuantinsuyo había aprendido español por la mujer, incluso había apartado a sus esposas (Aymara, por ejemplo). Aymara, la primera esposa del Tahuantinsuyo, hacia ya unos años había dado a luz a un hijo del inca (el hijo era la actual bolivia). Aymara constantemente lloraba y se enojaba por la española, no quería que está diera a luz a un hijo, no quería que su hija tuviera competencia.

Entonces, las tensiones entre Aymara y la española crecían, la ibérica era una mujer seductora, coqueta, alegre, extrovertida, llena de vida. Aymara, como la mayoría de mujeres indígenas, era fría, callada, alegre y coqueta solo en su casa, llena de introversión. Era obvio quien era más llamativa para el inca.

El incaico parecía encantado con su nueva concubina (ya que Imperio español, no era esposa aún). Se la pasaba encerrado con ella o con ella en cualquier lugar, recitando poemas, saliendo juntos, besandose, teniendo sexo. Oh, demasiado sexo quizás, el inca estaba encantado con los movimientos y sensualidad de la española, quien lo hipnotizaba y sus dulces gemidos lo hacían ponerse duro, demasiado duro. Quería embarazar a la española y poner como herederos a los hijos que tuviera con ella.

Finalmente, sus deseos se hicieron realidad, la española estaba esperando un hijo suyo.

—Te ves tan linda embarazada...— dijo a lo bajo Tahuantinsuyo, siendo observado por los ojos miel de la española. —No digas eso, Suyu....— masculló la española, poniéndose rojita y abrazando al Inca, feliz del hijo que tendría con el hombre. Finalmente, podía amar a un hijo, no era un recuerdo de una violación horrible y catastrófica, sabía quién era el padre, además.

—Yo... ah... te amo— susurro el inca, siendo visto por los achinados ojos de la española al estar sonriendo. Los dos se envolvieron en un abrazo cálido, pero, entonces, el imperio español se dió cuenta que no podía ser todo un sueño de hadas, cuando naciera ese engendro, tendría que viajar nuevamente, dejando a su pobre bebé.

Iba a pedir quedarse unos meses más o por lo menos, hasta que su bebé cumpliera un año.

Los minutos pasaron y la española salió de la habitación, encontrándose con la Aymara, quien la vio con rabia y enojo, aunque su rostro estaba inexpresivo.

—¿Qué me miras?— pregunto altanera la española, no estaba de humor para peleas, menos embarazada. —Lo gorda que estás— Imperio español río nasalmente, acercándose a la indígena —Yo... estaré gorda, pero por lo menos por una vida, no como tú, que estás así por ANGURRIENTA — remarcó, molesta y yéndose, golpeando el hombro de la mujer.

Rebajar el físico de otra mujer no era su cosa favorita en el día de igual forma.

La española suspiraba con pesadez y rabia, el humor ya le había cambiado por completo. No dejaba de pensar (sobrepensar) en todo lo que le estaba pasando. Sabía el porque de sus acciones y no tenía que darse así misma explicaciones, después de todo, era para el bien de su gente.

——————

Los años pasaron y resulta que la española tuvo dos hijos del gran Tahuantinsuyo: Virú (O Birú) y el actual Ecuador. Cómo era de esperarse, Tahuantinsuyo termino por morir, no por órdenes de la ibérica, pero si por órdenes ajenas. Tahuantinsuyo no servía, su gente si, pero él ya no.

Imperio español lloro. Lloro demasiado por ese hombre que creyó que solo usaba, abrazaba a sus hijos y gritaba desgarradamente, con ojos hechos un mar y su cara una gran obra de dolor. Sus ojos miel se veían ya rojos, sus labios rotos, su nariz roja, su pelo hecho un estropajo y su cuerpo aún más delgado. No podía aguantar la agonía y el dolor creciente en su pecho, en su mente, en todo. No podía.

Reclamo, grito y se enfureció por la muerte de su indígena, pero solo la trataron de loca, dijeron que tenía histeria, que había perdido la cabeza. La encerraron por un tiempo, mandando a Andalucía a explorar por unos meses. Sus hijos cada día preguntaban por su madre, pero solo podían oír sus gritos desgarradores, vivían escuchando como acusaban de loca a su madre.

—¿Mamá?— pregunto Virú, viendo a su madre taparse el rostro, aún llorando.

Su madre la miro.

Las dos comenzaron a charlar, Imperio español abrazo a su hija y lloro, pidiendo perdón y dando besitos en los cachetitos de su hija. Pero entonces, llegaron soldados quienes agarraron a la pequeña Virú.

—¡Mi hija, mi hija, sueltenla!, ¡Dejad a mi hija! ¡Mi hija, la quiero, quiero a mi hija, por favor, mi hija!— gritaba y gritaba, mientras sus ojos de nuevo se llenaban de lágrimas y sus manos se aferraban a la reja, lloriqueando.

Virú no quería ver así a su madre.

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⏰ Última actualización: Nov 20, 2023 ⏰

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