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Pasan las horas, corren los días, vuelan los meses, y siento un absurdo tan desolador como una rueca sin fibra textil por hilar. Cada acción emprendida es un efecto y no una misión. Cada pensamiento identificado es un tormento y no un aliento. Cada emoción padecida es una señal de que muero por dentro y no un recordatorio de que sigo con vida. Así, no es en absoluto de extrañar, que la insignificancia aproveche plantar raíces en un terreno axiológico que se va desertificando al avanzar en la línea temporal, y, cuyos frutos son tan amargos que dejar que se pudran, o, en su defecto, venderlos al mejor postor en forma de mentiras, violencia, o lamento ya no resulta una idea tan ridícula como parecía en un principio. Mejor no hablar del pasado y súbita caja negra que contiene lo bueno que fue y no volverá a ser, así como lo bueno que pudo ser y nunca ha sido ni será. Mis conocidos alegan con firmeza que el tiempo lo cura todo, más lo único que soy capaz de extraer en claro es que este se escapa, se escurre, se va. Poco a poco el resto de rincones donde aún podía apreciar colores comienzan a contaminarse de un negro azabache que se enquista como si de una gangrena se tratara.

Bendije el día en que te conocí, jugando en mi contra, como mal augurio, el tiempo, que definió tal fecha para raptar asimismo todo lo que creí tener y nunca tuve.

Mi mente rodaba en un sinfín de astros, asfixiantes, tan bellos, que opacaban la miseria contenida en lo que yo denominaba rutina. Conocerte para nada fue principio del destino, mis propias palabras persiguieron tu esencia sin ser mi libre albedrío presente en tal situación. Oh, mísero de mí, desee con tanto anhelo tenerte, con tanto egoísmo que lograras algún día, ver como yo veo, sentir como yo siento, que me perdí en mi bello romance trágico, comprendiendo en última instancia, que solo yo vivía tal sinfonía de colores.

Pobre y mísero de mí, que notaba las noches en que carecía de tu calor carnal y sellaba mis labios con el salado flujo de mis lágrimas por temor al abandono.

Pobre y mísero de mí, que oía tus dulces y venenosas palabras y no era capaz de evitar morder el fruto prohibido, persiguiendo hasta tu último aliento, deseando hasta tu más infame muestra de afecto, ¿me habría vuelto dependiente?

No, la raíz de mi sufrimiento provenía ni más ni menos de mi propia persona.

Era consciente de toda la verdad, tus labios, los que tanto he deseado, los que tanto he amado, fueron los mismos que me indicaron el inicio del fin, los mismos que quise mantener en el olvido de mi mente y los mismos que me llevaron a mi infausto desenlace.

Hoy es catorce de febrero, aquí me veo tendido, sin soltar el modesto regalo que deseaba otorgarte, viendo los bellos cristales flotar en un tenue cielo anaranjado, siendo teñidos de mi hermosa sangre en su tonalidad carmesí más radiante, tan lento, como si el tiempo se hubiera estancado para mí, sin dolor, siendo el protagonista de mi vida por primera y última vez en mi absurda existencia, siendo el foco de atención de todas aquellas vidas sin rumbo, contemplando mi adiós, y justamente ahí, en ese frío asfalto, brillaban los colores en toda su intensidad, sonreía ante el terminante recuerdo de tus labios unidos a una cabellera azabache que no era la mía, sonreía ante la cobardía de mi ser al huir de aquella escena de la vida para simplemente finalizar con la mía de la forma más absurda, regalando mi último aliento a tu persona como prometí el día en que me entregué a ti, susurrando ante la parca un tenue;

Yo lo sigo amando.

𖠇﹕  ﹙𖠷﹚ㅤ𝕮𝐎̵𝕻𝐄̷𝐍𝐇𝐀̸𝕲𝐔̤𝐄  𞅀𞅁ㅤ𖨯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora