chapter viii.

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Mingyu estaba distante. No sabía cómo actuar, a pesar del hecho de que Jihoon le había pedido que tan solo pretendiera. ¿Cómo actuaba uno para pretender? Era un ciclo que no tenía respuestas.

El desayuno fue algo incómodo, pero Jihoon se esforzó y le hizo sentir a Mingyu como si necesitara esforzarse también. Luna había hecho café. Jihoon le había pedido que el café de Mingyu fuese negro. Luego, pidió leche con el suyo. Y cuando Mingyu le dio una mirada, él sonrió y se encogió de hombros, avergonzado.

―Aún me acuerdo ―dijo. Luego abrió la boca, queriendo contarle a Mingyu que cada tanto repasaba en su mente las cosas que le gustaban para no olvidarlas. Pero al final, la cerró y se escondió tras una sonrisa.

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―Hay un árbol que no está muy lejos de aquí, Mingyu ―dijo Jihoon mientras Luna limpiaba y recogía su desayuno.

―¿Para qué quieres un árbol?

Por un momento, Jihoon miró con inexpresividad a Mingyu, antes de verlo con ternura.

―Quiero tallar algo.

En ese momento, algo hizo clic en la cabeza de Mingyu. Recordó el viejo hobby de Jihoon de escribir sus iniciales en la corteza de los árboles, diciendo que estarían allí para que todo el mundo las viera. Frunció el ceño.

―Hoon...

―Vamos, Mingyu.

―No hagas esto.

Jihoon perdió el equilibrio. Su sonrisa flaqueó visiblemente por una fracción de segundo.

―Solo estaremos pretendiendo, ¿recuerdas?

La palabra clave era «pretender». Mingyu no sabía por qué Jihoon quería hacer algo tan cruel como pretender cuando ambos sabían que nada de lo que estaba pasando era en verdad real. Pudo ver cómo todo estaba hiriendo al pequeño de cabello castaño. Pero aun así, era sólo por una semana y era la única condición que Jihoon le había puesto para firmar los papeles. Era lo menos que Mingyu podía hacer así que, al final, asintió.

―Okay.

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En su corto tiempo allí, notó que Jihoon hacía ciertas cosas con lentitud. A veces le tomaba un minuto procesar algo complejo, y cuando tenía que llevar a cabo una tarea que involucraba mucho trabajo, Luna estaba alrededor para hacerla por él.

Mingyu no podía entender todavía la relación entre Jihoon y Luna. No sabía si era un ama de llaves, una sirvienta o una novia (aunque «novia» estaba fuera de discusión ya que sus interacciones se limitaban estrictamente a algo de hermano y hermana). Pero incluso aunque Mingyu no pudiera delimitar lo que era, sabía que Luna era algo sobreprotectora con Jihoon, fuera por la razón que fuera.

Mientras caminaba por el vestíbulo, pudo escuchar las voces de Luna y Jihoon a la vuelta. Con los oídos aguzados, Mingyu no pudo evitar escuchar.

―¿Estás seguro de querer caminar tan lejos? ―Podía escuchar que decía la voz preocupada de Luna.

―He caminado hasta allí en muchas ocasiones. Estaré bien.

―Pero eso fue antes...

―Estaré bien. Tengo a Mingyu.

La conversación terminó allí. Al momento siguiente, vio a Jihoon doblar la esquina y caminar hacia él. Detrás, Luna intentaba mantener una expresión alegre en el rostro, pero Mingyu pudo notar su mirada de verdadera preocupación.

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Caminaron durante diez minutos por un sendero sólo para encontrar el árbol del cual Jihoon estaba hablando cuando se salieron de su camino. Tras una buena cantidad de vegetación, Jihoon apuntó hacia un árbol que parecía ser el rey de todos los que estaban a su alrededor.

Mingyu lo miró inspeccionar felizmente la base del árbol. Luego se sentó cuando Jihoon empezó a trabajar en su pequeño proyecto. Al contemplarlo sintió algo cálido dentro de él, sólo con ver al hombrecito junto a aquel árbol gigantesco. Era una visión agradable, y por primera vez en mucho tiempo, Mingyu se permitió bajar la guardia.

Tras cinco minutos tratando de penetrar la dura madera, Jihoon suspiró y se volteó hacia Mingyu, tendiéndole su navaja.

―¿Puedes hacerlo por mí?

Él parpadeó antes de ponerse de pie. Caminó y gentilmente le quitó el objeto afilado a Jihoon.

―¿La madera es muy dura de cortar?

―Es sólo que estoy algo cansado.

Mingyu le echó un vistazo.

―¿Dormiste bien anoche? ―Hubo unos segundos de silencio antes de que Jihoon respondiera un «sí...». ―Entonces, ¿por qué estás cansado? ―interrogó, volviendo a mirar hacia el árbol e inspeccionando el cuchillo.

―He estado enfermo por un tiempo... ―contestó Jihoon.

―¿Fuiste a ver a algún doctor?

―Sí.

―¿Y?

―Dijeron que es sólo un resfriado ―respondió Jihoon, apartando la mirada―. Que estaré bien...

―Sólo un resfriado, ¿eh?

―Sólo un resfriado.

Mingyu frunció sus labios y apuntó al árbol con el cuchillo.

―Bueno, ¿qué quieres que escriba?

―Binario.

Mingyu dio un resoplido, pero sonrió con amabilidad de todas formas.

―Siempre estás con el binario.

―A veces los números pueden decir cosas que los humanos jamás tendrían el coraje de poner en palabras ―dijo Jihoon, devolviéndole la sonrisa―. Mientras que las palabras son confusas, los números son claros.

Se pausaron por un segundo, antes de que Mingyu se volviera a mover y Jihoon lentamente le recitara la secuencia. Para cuando terminó, había pasado ya una hora y media. Al final de cuentas, no fue tiempo desperdiciado. Hablaron sobre el pasado y los momentos que los hacían reír hasta que las lágrimas salían de sus ojos.

Jihoon rió por primera vez en mucho tiempo y pareció liberar algo en los oídos de Mingyu, mientras aquel hermoso sonido los llenaba. Durante tanto tiempo Mingyu había estado desprovisto de aquella risa que hacía que viera a Jihoon como años atrás en el instituto. Y ahora, resonando de nuevo en su vida, Mingyu se vio inundado con distintos tipos de emociones. No estaba seguro de cómo sentirse. Todo lo que sabía era que sentía una calidez dentro de su pecho y los latidos de su corazón volviendo a la vida.

Y para cuando todo había sido hecho ya, caminaron juntos de vuelta a la casa al ritmo lento y vacilante de Jihoon, dejando atrás un mensaje en el bosque que rezaba:

01000001 01110101 01101110 00100000 01100101 01110011 01110100 01101111 01111001 00100000 01100101 01101110 01100001 01101101 01101111 01110010 01100001 01100100 01101111 00100000 01100100 01100101 00100000 01110100 01101001

Y si Mingyu hubiera sabido binario, habría visto lo que los números estaban tratando de decirle.

Aún estoy enamorado de ti.

diez mil ochenta • gyuhoon • Donde viven las historias. Descúbrelo ahora