Esperaron unos pocos meses antes de prometer amarse hasta que la muerte los separara. Luego de su graduación y su boda, encontraron un apartamento. Era pequeño, pero no les molestaba. Los toques de Jihoon lo volvieron un hogar, un hogar al que Mingyu disfrutaba regresar al final de una dura jornada de trabajo. Cada noche tomaba a Jihoon de las manos y le susurraba promesas de una casa más grande, una que él iba a poder decorar hasta llegar al horizonte. Y cada noche Jihoon sonreía contra el pecho desnudo de Mingyu y le agradecía.
La ética de trabajo y la personalidad de Mingyu le permitieron escalar los puestos de la compañía con presteza. Conforme su salario aumentaba, también lo hacía su cuenta bancaria. Una noche, Mingyu le quitó gentilmente la computadora portátil a Jihoon y la posó en una mesita de café que estaba cerca. Luego se arrodilló ante él, tomando la mano de su esposo con la suya propia.
―Hoon ―dijo lentamente, manteniendo la vista en Jihoon―, quiero comprarte esa casa que te he estado prometiendo hace tanto tiempo que te compraría.
Con labios temblorosos, Jihoon asintió profusamente antes de jadear, envolviendo el cuello de su esposo con sus brazos mientras le agradecía. Esa noche se fundieron el uno con el otro, saboreando los toques y haciendo el amor lenta y profundamente.
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La casa tenía que suministrar lo que Mingyu creía que Jihoon necesitaba para su tipo de trabajo: paz y serenidad. Encontraron una finca pequeña pero perfectamente tranquila en un barrio amplio y de clase alta, cerca del campo. Cuando Mingyu miró a Jihoon y le preguntó «¿Qué te parece?», ya sabía la respuesta.
―Me encanta, Gyu...
Sonriendo, Mingyu tomó las manos de Jihoon.
―Comprémosla entonces.
Jihoon miró a su esposo, luciendo un tanto preocupado.
―Pero tu trabajo está a una hora de aquí.
Mingyu se encogió de hombros.
―Si te gusta, entonces no me importa el recorrido hasta el trabajo. Son sólo sesenta minutos de ida y luego sesenta de vuelta. No es una hazaña imposible viajar y volver.
Tras un momento, Jihoon le preguntó nuevamente si estaba en verdad de acuerdo. Mingyu asintió, y poco después los papeles fueron firmados.
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El acuerdo era que Mingyu viajara ida y vuelta desde el trabajo pero, mientras el tiempo pasaba, el trabajo comenzó a formar pilas y pilas, causando que Mingyu tuviera que trabajar horas extra. Conforme ese ciclo sin fin continuaba, se le hizo difícil viajar diariamente. A menudo estaba demasiado cansado y con la vista nublada cuando conducía. A causa de ello, tenía que beber cafeína antes de manejar, lo cual o le hacía colapsar en el trabajo o le impedía dormir cuando regresaba a su hogar.
Jihoon comenzó a sentirse culpable por estar disfrutando de una vida tranquila mientras que su esposo trabajaba para permitirle a él tenerla. Contemplando otras alternativas, llegó a una posible solución para ese problema.
―Mingyu, tal vez deberías conseguir un apartamento en la ciudad ―sugirió con cautela una noche, durante la cena. Cuando levantó la vista hacia su esposo, vio unos ojos cansados devolviéndole la mirada.
―¿Quieres que consiga un qué? ―dijo Mingyu, con su voz sonando como si no creyera en lo que oía.
Suspirando, Jihoon lo miró con preocupación.
―Ya no me gusta verte en este estado, Gyu. Cada día te vas a trabajar luciendo medio muerto. Luego, cuando vuelves, terminas viéndote peor. Pasas dos horas tan solo para ir y venir. Esas podrían ser dos horas que estarías usando para dormir un poco más.
De malhumor, Mingyu se frotó las esquinas de sus ojos.
―Hoon, estoy bien.
―¡No, no lo estás! ―discutió él―. Escucha, un apartamento podría significar...
―Dije que estoy bien, Hoon ―repitió el otro con aspereza―. Deja de preocuparte, maldición.
La indiferencia de Mingyu irritó a Jihoon. Dejó los cubiertos sobre la mesa y se puso de pie.
―Bueno, ¿está mal preocuparse por ti? ―gritó, con la voz tensionada.
Al contrario de él, Mingyu permaneció sentado.
―Hoon, vuelve a sentarte.
Éste lo miró echando chispas, con los puños cerrados.
―No, Mingyu, no me estás escuchando. Solo quiero ayudarte.
―¿Ayudarme? ―replicó su esposo―. No, Hoon. Para mí, que intentes que consiga otro lugar donde vivir y te guste la idea me hace pensar que me quieres fuera. ―La falta de sueño y el hecho de que había estado trabajando excesivamente no hacía más que ponerlo más irritable.
Jihoon fue tomado por sorpresa y lucía shockeado.
―¡No es eso lo que quiero!
―No alces la voz, Hoon ―gruñó Mingyu―. Estás muy ruidoso.
Jihoon empujó su silla rudamente, frustrado.
―¡No te quiero fuera! ¡Eres un hombre tan frustrante, pero demonios, te amo! Así que me duele verte agregar dos horas más de estrés a tu día sólo para que viajes de ida y vuelta. ―Se mordió los labios. ―Duele mucho, Gyu, pero no lo ves porque te quedas dormido en cuanto pones pie en esta casa. Ya ni siquiera me miras porque estás demasiado cansado.
Jihoon esperó una respuesta durante un momento, pero Mingyu permaneció inmóvil y luego murmuró:
―Estás sobreactuando.
Jihoon se sintió como si le hubieran dado un golpe. Era obvio que Mingyu no comprendía. Su esposo se negaba a escucharlo e incluso tenía la audacia de decirle que sobreactuaba cuando, de hecho, solamente estaba contándole sus preocupaciones. Temblando, dio media vuelta y se fue de la mesa, antes de que Mingyu pudiera ver las lágrimas amargas formándose en sus ojos.
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diez mil ochenta • gyuhoon •
FanficSiete meses de perfección absoluta; Mingyu le propuso matrimonio y su pequeño castaño, Lee Jihoon, aceptó. ── ⋆⋅☆⋅⋆ ── ⋆⋅☆⋅⋆ ── ⋆⋅☆⋅⋆ ── ⋆⋅☆⋅⋆ créditos dirigidos totalmente a su autora original. esta historia no me pertenece. adaptación de la histor...