Capitulo XI

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 Eran las cuatro de la madrugada. El cielo seguía oscuro, sin ningún atisbo de luz solar. Sovieshu estaba sentado junto a la puerta cerrada sin mover un músculo.

Cuando volvieron las damas de compañía, lo miraron asombradas. También lo hicieron los guardias de servicio.

Pero Sovieshu había aprendido a pasar días enteros sin moverse. Estar quieto no le resultaba difícil. Sobre todo si al final conseguía verla.

Al cabo de un rato, alguien llamó a la puerta del salón. Se abrió y entró el barón Lante.

"Su Majestad." Se apresuró al lado de Sovieshu. "Lady Rashta está muy enferma. Pregunta por usted".

Al oír esto, todas las damas de compañía lanzaron una mirada asesina al barón. El barón Lante retrocedió.

Pero Sovieshu sacudió la cabeza. "La emperatriz también está enferma. Debo atenderla hoy. Tú y la vizcondesa Verdi quédense con Rashta".

"Pero..." El barón se interrumpió ante otra mirada de las damas. "Como desee, Su Majestad."

Una vez que el barón se fue, las damas miraron a Sovieshu con más dulzura que horas antes. Ambas mujeres estaban enfermas, pero él había elegido a Navier. Había ganado algunos puntos a su favor.

Sus intensas miradas hicieron que Sovieshu cambiara de postura por primera vez en toda la mañana.

Entonces oyeron el tintineo de una campana desde el interior de la habitación de Navier. Estaba despierta. Sovieshu se incorporó como un rayo, pero la condesa Eliza negó con la cabeza, así que volvió a sentarse torpemente.

La condesa Eliza abrió la puerta y entró. Un momento después, regresó. "Su Majestad", dijo. "La emperatriz que puede pasar".

Sovieshu entró en el dormitorio de Navier y se acercó a la cama. Sus cabellos cortos y crespos estaban empapados de sudor frío. Sonrió débilmente cuando él entró como un fantasma.

"Emperatriz, ¿se encuentra bien?". Preguntó Sovieshu. Instintivamente buscó su mano, pero estaba bajo la manta. Torpemente, bajó la mano y la miró.

Navier le devolvió la mirada. "He oído que te has quedado en el salón toda la noche".

"Estaba preocupado por ti".

"No es nada grave. Sólo un ataque de escalofríos".

"¿Te duele algo?", preguntó.

Navier se quedó callada un momento. Luego, una extraña sonrisa se dibujó en su rostro. No tenía ni idea de lo que significaba.

Finalmente, ella susurró: "Pensé que sólo seguirías así unos días y luego te rendirías".

"No.

"Sigo pensando que lo harás".

"Navier..." Su pecho palpitaba.

"Pero ahora... empiezo a preguntarme si eres sincero".

Su corazón dio un salto. Si le contaba todo por lo que había pasado, si desnudaba su alma... ¿le creería? Sovieshu la miró con seriedad.

Por otra parte, si Navier se enteraba de todos sus recuerdos, tal vez prefiriera marcharse. Aún podría convertirse en la emperatriz del Imperio Occidental.

Le invadió la vergüenza. La expresión de Sovieshu se ensombreció.

Navier lo miró fijamente. "Su Majestad y yo somos personas sanas, pero hemos caído enfermos al mismo tiempo. Quizá los dos necesitemos unas vacaciones".

La Regresión de Sovieshu(La emperatriz divorciada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora