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En el camino de regreso, me preparo mentalmente para enfrentar el desastre. Sé que me tomará mucho tiempo librarme de esas manchas. En cuanto entro a casa me quito el abrigo, lo dejo en el perchero y voy directo a los cajones del tocador del baño, que es donde tengo el blanqueador, el limpiador multiusos y las esponjas. Después me dirijo al cuarto de lavado, y tomo el trapeador y el balde que están en una esquina. Regreso al baño un momento para llenar el balde del agua y entonces, ya listo, voy a la cocina y me arrodillo frente a las manchas. La sangre ya se secó; ahora tiene un tono que no se decide entre marrón o caoba. Me dispongo a fregar el suelo con ambas manos. Las esponjas no tardan en oler a hierro. Quiero escapar de esto, quiero que mi cuerpo siga trabajando pero mi mente descanse en un lugar hermoso. Pienso en Sherry, después en Eunji. No, no debo hacerlo. Son pérdidas muy recientes, y me siguen lastimando. Hago memoria de la segunda mujer en rechazarme, aquella que conocí en el concierto de Nirvana. Tenía el cabello corto y alborotado, tan negro como el de las otras. Su flequillo no le alcanzaba a cubrir las cejas. ¿Cuál era su nombre? Constance, creo. No, era demasiado enérgica para llamarse Constance. ¿Como puedo olvidar su nombre ahora? Estoy mal, muy mal.

Entrecierro los ojos. La veo en medio de la gente, cantando a la par de Kurt. El sudor mancha su camiseta en el área de las axilas. Su aroma es muy erótico para mí.

—¡Eh! ¡Te pareces a Kurt!—exclama la chica, mirándome con los ojos muy abiertos.

—¡Gracias! ¡Me llamo Hunter!—respondo en el mismo tono.

—¡Yo soy Caroline!

Sonrío.

Caroline.

Hermosa y alegre Caroline. Había venido de muy lejos solo para asistir al concierto. Tuvo que hacer muchos sacrificios, como pasar la noche en un motel barato y cenar ramen instantáneo. Se puso muy contenta cuando le dije que podía comer pastel de carne, y dormir en mi casa. Nuestra conexión fue instantánea, y muy poderosa. Me sentía tan feliz por haberme enamorado de una chica que le gustara la misma música que a mí.

—Pero el único que se enamoró fui yo—digo, remojando la esponja en el balde para luego exprimirla—. Ella no sentía nada por mí.

No pude deshacerme de la camiseta de Caroline. Es un par de tallas más grandes que ella, así que a mí me queda perfecta. Suelo usarla a menudo. Es bonita, tiene el dibujo de un esqueleto fumando. Aunque ella esté lejos en la casa familiar, siento que se encuentra a mi lado cada que uso su camiseta.

—Me hubiera gustado conocerla mejor...

¿De qué ciudad había venido? ¿Cómo le gustaba tomar el café? ¿Disfrutó el latte de vainilla que le preparé? Debí preguntarle cuando tuve oportunidad. Ahora nunca lo sabré.

Termino de fregar y me levanto para tomar el trapeador, pero al ver lo reluciente que está el suelo me doy cuenta de que ya no es necesario. No me sorprende que haya quedado tan bien, después de todo soy una persona muy limpia y ordenada. La limpieza fue un hábito que mi padre me inculcó desde muy pequeño, y estoy muy agradecido por eso. Escucho a Félix arañando la ventana de la cocina y voy a abrirla. Entra y me ve a los ojos.

—Bienvenido de vuelta—le digo. Él baja de un salto y olfatea el suelo recién fregado.

Me voy al baño a guardar los instrumentos de limpieza y lavar el balde. Luego vuelvo a llenarlo de agua, y me quito la ropa ensangrentada para dejarla en remojo. Tomo una ducha caliente que me relaja los músculos, me pongo el pijama y me quedo dormido en cuanto me acuesto. Félix me despierta cuatro horas después exigiendo su desayuno. Le digo entre bostezos que ahí voy, y salgo de mi habitación. Al llegar a la cocina me estremezco. Hay alguien frente a mí, una mujer hermosa que pensé que ya se había ido. Me ve fijamente de brazos cruzados.

Mujeres de cabello negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora