47. Andrew

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Todo era perfecto

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Todo era perfecto. Tan solo éramos ella y yo en aquella pequeña cabaña aislados de todo y de todos. Bailando, riendo, cantando y besándonos hasta quedarnos sin aliento. No íbamos más allá, sabía que ella aún no estaba preparada y la verdad es que yo tampoco me sentía preparado para dar un paso más. No había estado con ninguna otra chica desde que dejé a la Innombrable y me daba miedo cagarla pero sobre todo me daba miedo cagarla con Abril, así que prefería hacerlo todo poco a poco aunque me costaba muchísimo aguantarme las ganas de comérmela en el sofá. Ella también se moría de ganas pero también se frenaba a sí misma para no pasar esa línea. Quería, me lo había dicho, pero había algo dentro de su cuerpo que la frenaba y le hacía dar un paso atrás, pero no pasaba nada. Podíamos esperar lo que hiciera falta, teníamos tiempo de sobra porque no pensaba separarme de ella nunca.

Estábamos tumbados en el sofá después de una buena ración de canciones, bailes y risas, muchas risas. Ella estaba colocada como siempre, con su cabeza apoyada en mi hombro y acariciándome el estómago y el pecho con una mano. Me encantaba tenerla así, acurrucada a mi lado.

—¿Qué has aprendido de mí con las canciones que tengo en el móvil?

Me reí y le acaricié el cuello, apartándole el cabello que le caía con gracia por allí.

—Que eres un desastre que no es capaz ni de decidirse por su gusto musical.

—¡Oye! Es un gusto musical variado.

—Y tan variado... aún no entiendo como puedes mezclar a Bisbal con Bon Jovi, en serio.

—Soy así de original.

—Y rara, sobre todo rara.

Me dio un manotazo en las costillas, que por suerte ya no me dolían, y me puse de lado para tenerla en frente. Le acaricié el rostro mientras le sonreía como un tonto y ella dejó escapar una risita.

—Pareces tonto ahora mismo con esta sonrisita. Mira, ahora parece que sean tus neuronas las que han desconectado y han dejado de funcionar porque haces cara de idiota, ¿eh? Pero idiota perdido. Tan idiota que parece que tu cerebro te haya abandonado.

Quizá me lo merecía porque le había dicho exactamente lo mismo para reírme de sus caras atontadas pero tenía razón, se me había quedado cara de idiota. Pero es que cuando la miraba, cuando la tenía tan cerca, no podía evitar quedarme embobado.

—No puedo evitar hacer esta cara de idiota cuando te miro.

Venga. Cursilada. No podía ser más cursi, en serio. Bueno, quizá sí porque yo siempre estaba dispuesto a superarme a mí mismo.

Se le sonrojaron muchísimo las mejillas y me abrazó escondiendo su cara en mi pecho para que no viera lo avergonzada que estaba.

—Lo siento, he sido muy intenso. A veces me paso con mis frases azucaradas.

—¿Tu eres tonto? —levantó la cabeza aún con las mejillas sonrojadas y me miró cabreada —. Nunca pidas perdón por ser adorable, idiota.

—Tu frase sí que ha sido cursi, madre mía me has llegado al corazón, cariño.

Siempre nos quedará Londres #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora