capítulo 4

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Deambulando como alma en pena, buscando su razón de existir. Crowley no aceptó cambiar su aspecto, pero aceptó intentar conocer la nueva tierra. Su alegría se había esfumado como las palabras en el aire, por supuesto, todo cambió y realmente no deseaba aceptarlo.

—¿Has oído de esas cosas? Las... las cosas esas, oí a Muriel hablar sobre ellas —mencionó Azirafel, Crowley frenó rápidamente y se acercó bruscamente al ángel.

—¡¿Donde está Muriel?! —preguntó desesperado—. Dime donde está, Azirafel.

El ángel sintió una extraña vibracion en su cuerpo, tenerlo cerca mientras sostenía el cuello de su vestuario, fue como revivir algo que no lograba recordar.

—Ella... ella es un ángel superior a mí, aunque quisiera no podría llamarla —respondió—. Pero tú sí puedes, debes ir allá.

Azirafel señaló un camino cubierto de esas plantas coloridas, podría reconocerlas si las conociera pero no fue así. Soltó al ángel y se fue a la dirección indicada, supo tras el relato de Azirafel que era una nueva tierra conectada al cielo, sin necesidad de volar o usar ascensores celestiales.

A las distancia reconoció esa figura, vestía distinto a como acostumbraba pero no cambio mucho, ella era Muriel.

—¡Señor crowley! —exclamó—. De veras lamento tanto lo de su... auto. Cuando lo llame esas bolas gigantes se acercaron muy rápido y... y yo intente salvar algo pero no pude.

Crowley notó que la mano de Muriel se dirigía a unos de lo bolsillo de su nuevo traje, sacando de esta una llave que reconoció al instante.

—Es todo lo que pude rescatar. —Ella le entregó las llaves, mientras prestaba atención a la reacción del demonio.

—Es todo... —repitió—. Otra vez... fue el mejor auto.

—¡Oh! Olvidé mencionarlo, venga acompáñame... no fue lo único que rescate —informó—. Cuando todo el suelo se estaba abriendo, y el fuego se acercaba... sus plantas fueron las que más soporte tuvieron.

Crowley la miró sorprendido, siguiendo los pasos de Muriel mientras ella relataba su punto de vista.

—Al regresar aquí, me ofrecieron el puesto de arcángel supremo —contó—. No creí estar lista... ya sabe, pero acepte con la única condición de que me permitieran darle una nueva vida a sus plantas.

Tan pronto llegaron al pasto verde, él fue guiado a una zona específica repleta de plantas, entre ellas encontró a las plantas que más había echado de menos.
La reacción de Crowley alegro instantáneamente el corazón de Muriel, sintiéndose orgullosa de verlo tan feliz por ver a sus plantas.

—¡Sabía que eran fuertes! —exclamo—. ¡Siguen vivas! Jamás creí aceptarlo, pero son únicas en verdad, estoy orgulloso.

La risa de Muriel interrumpió la celebración de Crowley, pero no fue mucho cuando él interrumpió su risa con un sorprendente abrazo.

—Has cuidado muy bien de ellas, bien hecho. —Se alejo tan pronto acabo el abrazo, observando nuevamente a sus plantas— ¿Qué más sucedió?

—Además de la desafortunada decisión que tomaron del señor Fell, supongo que nada más —comentó—. Señor Crowley, Azirafel ha cambiado pero... aún te recuerda, bueno quizás no tanto, pero lo hace.

—Lo dudo, aunque así fuera ya no es lo mismo —suspiró—. ¿Cómo sabes de eso? Creí que no me hablarías sobre él.

—Yo... he leído algunas... páginas, ¡pero fue accidental, lo prometo! —recordó—. El diario del señor fell, habla mucho sobre usted y lo mucho que amaba las aventuras que tenían. Ese diario lo he salvado también, y es lo único que Azirafel tiene de sus recuerdos.

—¡¿Le diste el diario?! —gruñó—. ¡¿Por qué?! Era lo último que quisiera saber... Aguarda, si él tiene el diario...

—¿Por qué actúa tan raro? Él me ha dicho que deseaba conocerte en persona, solo te conoce a través de lo que ha escrito y dibujado —continuó—. Creo que... son los nervios de conocerlo, no recuerda mucho pero sé que sabe lo que ha hecho. Debería haber visto como bailaba tan extraño luego de leer todos los días la misma página.

—¿De qué hablas? —No comprendía a lo que se refería, pronto Muriel rió catarinamente.

—¿No lo ha hecho? Creí que al verte lo haría, ¡es extraño cuando me trata como alguien sumamente importante! Antes él lo era, me siento extraña —rió—. Pero me confesó que esa página tenía escrito un baile llamado "el baile de la disculpa", él no recuerda nada pero siente la necesidad de mostrarte el baile.

—Un baile no me regresara al Bentley, tampoco lo que tanto me ha costado crear con él —interrumpió—. Es absurdo, me largo... Las plantas son tuyas ahora, recuerdalo. Cuidalas bien.

—¿Donde se irá? —preguntó—. Este lugar es nuevo, pero es... acogedor. Debería quedarse.

—¡Jamás me quedaría en un lugar rodeado de bastardos como ellos! —gruñó—. Ya no más, se acabó. Adiós Muriel.

—Hable con Azirafel, señor Crowley —sugirió—. Debe hacerlo, antes de irse.

Crowley no frenó su caminar, daba paso largos pero se tomaba su tiempo de observar todo. Cruzando el camino de los árboles oyó un sollozo, uno que realmente llamó su atención. Busco en todo su alrededor, pero al dar solo unos pasos más, notó a Azirafel sentado en una roca; mirando fijamente el paisaje del lugar a la alturas, o eso creyó.

Salió detrás del árbol, rodeando la roca para quedar de lado contrario a él. Tan pronto el ángel notó su presencia, cerró el libro que traía en manos y apartó la vista.
Crowley suspiró, no tenía otra opción más que hablar con él. No inició la conversación, simplemente estuvieron en un largo silencio incómodo.

—¿Por qué lloras? —. Preguntó finalmente. No tuvo que mirarlo para notar su reacción de nervios.

—Yo no... yo lo intento, pero no recuerdo nada —sollozó—. Siento qué me falta mucho, y leer mis viejas notas...

Azirafel no deseaba llorar, no recordaba que los angeles podían hacerlo, pero tenía la necesidad. Crowley notó que el ángel le extendió su libro, logrando apreciar su portada, él lo había leído pero solo una página. La tomó sin mirarle, viendo fijamente al objeto mientras oía las palabras de Azirafel.

—Hablo mucho sobre ti, sobre nosotros, y todo lo que hicimos una vez —contó—. Solo te... te conozco por los dibujos y las notas, leí que me equivocaba contigo y lo resolvimos con un baile... pero no la recuerdo.

Crowley abrió el diario, la primera página le dio la bienvenida con una hermosa caligrafía; diciendo el nombre que Azirafel usaba, y luego continuo rápidamente hasta caer en otra página. Halló una donde Azirafel explicaba el sentimiento que le ha dejado cuando rescató sus libros. Otra sobre el show y varias más donde adoraba su forma de ser.

—Está escrito que te encantaba salvarme—rió—. Pero no he leído una donde yo tuviera el privilegio de hacerlo, siempre fuiste tú.

—Desearía continuar siendo yo —susurró, levantándose de su sitio invadido por la rabia. Enojado por los recuerdos.

No tuvo ganas de mirarlo antes de que sus piernas cumplieran las órdenes de su cabeza, caminando lejos de él; ocultando las lágrimas que se asomaban. Pero tan pronto llegó a la línea donde los árboles empezaban, sintió una presión en su brazo izquierdo.

—No continuaras siendo tú —afirmó—. Porque es mi turno, déjame ser yo quien haga todo. Ya no más tú, seré yo, lo prometo.

—¿De verdad quieres eso? —preguntó, mordaz ante lo que venía—. Lárgate, vete a la...

Frenó las palabras evitando que el filo de ellas atravesara cada centímetro del ángel. Por más que quisiera, no podía insultarlo; no era capaz de odiarlo. Gruñó fuertemente sacando su brazo del agarre con brusquedad, tenía que marcharse o de otra forma partiría en un devastador sollozo.

En la memoria | good omensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora