capítulo 1

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Luna llena, la confidente de los lamentos que Crowley dejaba. Sentado en el suelo bebió otro sorbo de la botella entre su mano, el único consuelo era beber cantidades y cantidades de alcohol.

—Solo preguntaba... No fue malo hacerlo —sollozó—. Me has castigado, ¿pero aún lo haces? Pasaron muchísimos años, lo sabes

Crowley abrazó la botella en sus manos, el alcohol recorría todo su ser y a la vez lo ayudaba con el dolor; solo una parte del dolor. Miraba el cielo oscuro con decepción, dolor y tristeza.

—Me quitaste todo, ¡¿te lo recuerdo?! —Lanzó la botella lejos de él, observando brillar las estrellas en el reflejo del vino—. Fui expulsado, cayendo tan rápido del cielo. Cambiaste mis alas, ¡mis ojos! Y sabes muy bien las consecuencias de cambiarlos. ¡Pero lo acepté! Acepté mi rechazo, la soledad, ser un maldito demonio, lo acepté todo.

Juntó ambas piernas apoyando sus brazos sobre ellas, sintiendo el frío suelo provocarle un escalofrío.

—Tuve la oportunidad de no sentirme solo, creí... yo creí que tal vez me perdonaste —murmuró—. No quería irme, yo confiaba en ti como Azirafel. Que maldita equivocación, ¡y me alegra no ser parte del cielo!, ¡¿Me oyes?!

La calle solitaria aumentaba su soledad, pero poco le importaba. Observó sus manos temblorosas, no le había sucedido desde el día que quemaron la librería.

—¡has lo que quieras! —gruñó—. Comprendí que lo enviaste... porque mi castigo no fue suficiente para ti. Destruye todo, borrame si aún no fue suficiente.

Crowley se levantó del suelo y caminó solo unos cuantos pasos, debía despedirse de alguien más y finalmente ya se dará por vencido.

—Debo irme —informó al Bentley—. Conservarte es perder lo único que me queda. No te dejaré solo, buscaré alguien que sea capaz de encargarse.

Posó su temblorosa mano sobre el techo del bentley, sintiendo el frío metal sobre sus dedos. Ya no podía distinguir el dolor más intenso, solo sabía que le dolía y realmente le irritaba todo. Observó las plantas dentro, notando las hojas caídas como si llorarán por su partida.

—¡No se pongan así! —gritó—. No deben estar así, saben muy bien que lo detesto. Les ordeno ponerse bien, nadie querrá un par de hojas caídas, tienen que ser mejores que unas simples hojas verdes.

Dió tres pasos en reversa y suspiró con dolor, dejarlos era tarea difícil. Pero mientras ponía sus manos en su cadera, pensó unos minutos el lugar al que dejaría su preciado Bentley y con él las plantas. Descartó todos los demonios que conocía, cualquier humano al que le dirigió la palabra y los únicos ángeles que conocía; exceptuando a una.

—Este será nuestro último recorrido —comentó—. Créeme que me duele bastante hacerlo.

Regresó con el orgullo escondido, el Bentley estacionado frente a la librería y él con la vista borrosa nuevamente; la necesidad de llorar era frustrante. La luces apagadas le causaba un sentimiento horrible, solo podía recordar a su ángel marcharse y junto a él su corazón, dejando todo atrás, dejando todo apagado.

—Señor Crowley, ¿necesita algo? —Muriel salió de la librería con una ropa distinta a la que llevaba, en su lugar tenia puesto una pijama blanca de seda y su cabello suelto.

—Sé que es tarde —habló—. Pero debo encargarte al Bentley, yo me iré y créeme mi intención no es volver.

Muriel no dejaba de sonreír, pero oír las palabras serías del demonio logró que su sonrisa desapareciera, en su lugar la expresión de no comprender tomaba paso.

—¿El Bentley?, ¿Marcharse? Donde irá, ¿al cielo? —Crowley se le acercó con enfado, pero se detuvo a medio camino y se relajo de toda tensión.

—Jamás menciones eso, ¿oíste? —ordenó-
—. El Bentley es este hermoso auto de atrás, ¿lo ves?

Crowley señaló el auto negro detrás de él, mirando fijamente a Muriel luego de ello. Sacó las llaves de su bolsillo y con su mano en el aire espero que Muriel las tomara.

—Claro, el... auto —asintió—. ¿Confía que yo pueda cuidarlo? Es... grandioso, lo cuidare muy bien, se lo prometo. ¿Lo manejare?

—Ni lo pienses —gruñó—. Tu trabajo es cuidarlo, debes... debes limpiarlo, asegúrate de ponerlo al día, ¿sabes? Mejor dejaré una lista con sus cuidados. Mis plantas se quedarán contigo.

Muriel observó detrás de Crowley, había notado las hojas verdes dentro del auto, pero había planteado que quizás él se los llevaría.

—Necesito una hoja, debo anotar todo —Buscó en sus bolsillos alguna hoja que le había sobrado, pero no encontró nada.

—Oh, entre conmigo. En la librería hay un libro del señor Azirafel, allí dejó varias de sus notas, no creo que... le importe si usamos una de sus hojas —dijo Muriel, señalando la entrada con su sonrisa en el rostro.

Crowley miró la entrada con nostalgia, estaba consciente que si entraba era confirmar que aún dependía del ángel. Gruñó con enojo, buscando en ello ocultar su dolor y negó varias veces mientras retrocedía como un gato con el agua.

—Si no quiere no entre, yo iré por ellas —sugirió Muriel—. Volveré en unos segundos.

Crowley sentía la necesidad de buscar más aire, el dolor en su pecho era aún más intenso y le dificultaba respirar con normalidad. Ver las calles vacías, el cielo negro y sentir el frío en su rostro fue lo suficiente para revivir los hechos de hace varias horas, dirigiendo su mirada en la esquina donde vio por última vez a Azirafel.

—Señor Crowley, ¿se encuentra bien? —llamó Muriel—. Aquí está el libro, y un lápiz.

Crowley anotó cada detalle para el cuidado de su auto como el de las plantas, cada palabra con letras grandes. Él ya no podía continuar allí, ya no más.
Terminó las reglas esenciales pero a la última palabra la punta del lápiz se quebró. Él lo levantó para examinarlo, no era momento de que eso le sucediera. Podía sentirlo, la rabia recorría cada vena de su ser invadiendo en su cabeza cada comentario insultante. Su grito fue liberado mientras quemaba el lápiz de madera en sus manos.

—No se... no se preocupe señor Crowley, mire aquí hay otro. —Muriel hizo aparecer otro lápiz de madera entre sus manos, sabía que no debía usar milagros en vano pero era necesario en ese momento.

Antes de que Crowley lo recibiera, el intenso viento hizo que las hojas dieran varias vueltas con descontrol. Fue rápido, pero la mirada de Crowley estaba fija en las palabras que pasaban rápidamente por cada hoja. Su mano detuvo las hojas, notando debajo de sus dedos el dibujo de sus ojos.

—Soy... yo —Dijo atónito.

Paso a la hoja siguiente, examinando el nuevo dibujo sobre esta. Cada detalle de su cabello estaba perfectamente trazado con líneas, su rostro de igual forma. Crowley estaba desconcertado, pero más que nada decepcionado. Buscó la hoja en la que había escrito y termino por anotar debajo su número de teléfono.

—Antes de hacer cualquier cosa, debes llamarme —informó—. Debes seguir las reglas sin errores.

Muriel le sonrió y tomó entre sus manos el cuaderno junto a las llaves. Sentía que la confianza de Crowley ahora estaba puesta sobre ella, así que dará todo su esfuerzo para no decepcionarlo.

En la memoria | good omensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora