El color rojizo brotaba por los raspados nudillos, golpe tras golpe al primer árbol que se cruzó. Podía gritar, hacer que la nubes grises cubriera cada zona iluminada por los rayos del sol, pero en el fondo se impedía tal objetivo, no deseaba dañar el más mínimo centímetro de la zona.
Uno, dos y tres golpes más; cada uno de ellos más fuerte que el anterior. Y finalmente paró, apoyó su frente en la dura corteza del árbol. El dolor pasaba a segundo plano cuando las voces de su recuerdos retumbaban.
Él no fue el único desconsolado, pidiendo paz ante tanto dolor que golpeaba abruptamente su corazón. Azirafel también pedía compasión por tanto dolor; sus dedos amarillos por tanta presión en su diario lo demostraba, dolía tanto por absolutamente todo.
—Señor Fell —llamó Muriel.
Azirafel rápidamente se levantó de la roca en la que estaba sentado, sacando algún lágrima rebelde y observando con preocupación a Muriel.
—Muriel —Saludó—. ¿Necesita algo?
—Oh no, por supuesto que no —sonrió—. Solo vine a... hablar, he aprendido mucho en mi tiempo con los humanos, ¡son increíbles! Pero ese no es el punto, solo vine por tus dudas.
—¿Mis dudas? —repitió—. ¿Me dirá lo que sucedió ese día? ¡Eso sería increíble!
Muriel sonrió, mostrando las sonrisa blanca y brillante que tanto la caracterizaba.
—¡Por supuesto! Creo que debería saberlo. —Caminó unos cuantos pasos, tocando la roca con sus dedos antes de tomar asiento.
Azirafel la imitó, pero a diferencia que abrazaba su libro como un niño a su peluche; aferrándose a él como nunca. Ambos se vieron unos momentos antes de que ella riera, su alegría se debía al nuevo comienzo pero deseaba que sus amigos también la disfrutaran.
—¿Por qué está tan enojado? —preguntó Azirafel—. No recuerdo nada, y por más que intento nada regresa.
—Creo que no lo harán —informó—. Te quitaron la memoria, y por más que intentes... no regresaran, ellos las eliminaron, jamas existieron.
Las manos de Azirafel comenzaron a temblar; por enojo tal vez. Miró el libro que abrazaba, y muy en fondo sentía que ya había vivido esa decepción por el cielo, por los ángeles.
—¡Pero no se preocupe! Creará nuevos recuerdos, será el nuevo Azirafel para él —contó, como si leyera su mente—. Ese día, cuando te fuiste, los vi por la ventana. Elegiste a Metatron antes que al señor Crowley, te esperaba junto a su auto, quizás esperando a que fueras con él.
—Ahora comprendo su enojo... pero debió haber una razón. En mi diario he escrito muchas cosas sobre él, tantas que me hacen pensar que... jamás lo abandonaría —comentó—. ¿Cuál fue mi razón?
—No lo sé —respondió—. Pero todo está guardado en los archivos que están a tu cuidado, sé que en el fondo aún conserva un poco de usted... gracias por todo, señor Fell.
—Oh, no tiene por qué agradecerme. Yo debería agradecer —interrumpió, mostrándole su más sincera sonrisa.
Azirafel tan pronto vio que ella desaparecía, corrió rápidamente al cielo. Su escritorio en soledad siempre lo recibida con su resplandor, más no obstante, empezaba a detestar su brillo. Con un simple milagro hizo aparecer el libro de archivos, pero sabía perfectamente que él no podría abrirlo.
—Azirafel. —Su nombre, resonando sonoramente por todo el lugar. El escalofrío lo recorrió como el eco entre las paredes y ventanales del cielo.
El ángel había preferido ser molestado como rutinariamente lo hacían, oyendo las vulgaridades de otros ángeles a su persona, pero fue otra su sorpresa cuando notó más brillo del que debería y esa voz afeminada lo obligaba a tener ese tedioso cosquilleo en la espalda.
—Mi todo poderoso, dios —saludó—. ¿N-necesita algo?
Sus manos, la única parte de su cuerpo que realmente lo delataba por temblar; exceptuando su forma tan nerviosa de hablar. Levantó su mirada al techo observando lo que la luz le permitía, tan brillante que nublaba su visión, quemaba su ojos.
Quemaba tanto como el ardiente fuego en una fogata. Crowley lo sabía perfectamente, una vez estuvo en su lugar; una vez que sus preguntas fueron ignoradas y en su lugar recibió la más dolorosa expulsión. El demonio no necesita tener un oído de felino para oírlo, la voz del todo poderoso por segunda vez lograba hacer vibrar toda señal de vida; plantas y animales.
—Azirafel. —Aquello fue lo último antes de que sus piernas reaccionarán sin permiso de él mismo.
Sus piernas obedecían, corriendo ahora como si su vida fuera a depender de ello. La luz intensa cada vez era más notoria, era como el rayo de sol que cada mañana por la ventana daba acto de presencia, eso le aterraba.
—Maldición, ángel —gruñó—. Siempre debo salvarte.
Frenó bruscamente buscando con la mirada desesperada, ninguna señal. Pronto sus recuerdos lo golpearon con brutalidad, observando no ahora el blanco cielo sino el color naranja haciendo un perfecto dúo con el amarillo y el rojo; el fuego.
—No, no, no, malditos —vociferó.
—Has vuelto. —Crowley se mantuvo estático, como una estatua dejándose observar por los turistas.
No tuvo que voltearse para saber el dueño de esa voz, tampoco tuvo que hacerlo porque miró de soslayo el cabello rizado de su ángel y ahora la barba blanquecina; asomándose buscando su mirada. Sus ojos conectaron con la mirada azulada de su ángel, captando rápidamente la sonrisa que Azirafel le dedicaba; ya no comprendía nada.
—Has vuelto —repitió—. Jamás te has ido, realmente te fascina salvarme. Pero ya no más, ¿lo recuerdas?
—¡Deja las malditas bromas! —Caminó cincos pasos antes de tomar el cuello de su ridícula vestimenta.
El silencio fue testigo de tales carcajadas provenientes del ángel, tensando al demonio frente a él. Realmente no comprendía nada, no entendía qué sucedía con exactitud.
—¿Hacías esto seguido? Tal vez no lo recuerdo, pero es familiar —contó—. Lo lamento tanto, sé que me fui y arruine todo lo que construimos por seis mil años.
Unas simples palabras lograban romperlo como las copas de vidrios; tan frágiles a simple vista. Lo había soltado segundos después de oírlo disculparse, apretando sus dedos contra la palma de sus manos tras haberlas hecho en forma de puño.
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En la memoria | good omens
De TodoCrowley queda devastado tras la partida de su ángel; Azirafel. Luego de largos días bebiendo sin control, nota un gran cambio tanto en los cielos como en la tierra, la segunda venida se acercaba. Crowley debía hacer algo, ¿o tal vez no?