Prólogo

5 1 0
                                    

En la biblioteca reinaba un silencio profundo, de esos que se pueden encontrar en muy pocos lugares. Las altas ventanas del último piso dejaban entrever la oscuridad de una noche sin luna, de forma que, a pesar de las múltiples lámparas que colgaban del techo, la estancia parecía menos iluminada que de costumbre. En las estanterías que adornaban la sala, una inmensidad de libros aguardaban pacientemente a que un nuevo lector descubriera el apasionante mundo que encerraban en su interior. Recientes y antiguos.  Novelas, biografías o enciclopedias. De tapa blanda, de tapa dura o de terciopelo. Romances, terrores, aventuras…

Aquel lugar era el portal hacia otros mundos, la casa de las palabras, la semilla del conocimiento y el refugio de muchos; aquellos que deseaban escapar de su realidad. Sin embargo, un buen lector también sabe que una biblioteca no es tan solo el lugar donde se cuentan las historias, sino que también es aquel donde se crean. Donde las palabras se amontonan en papeles arrugados, que denotan frustración; donde el silencio es inspiración y el olor a madera significa hogar.

Aurora era consciente de todo aquello. Disfrutaba de la soledad, del silencio profundo, de su creatividad y su ingenio. Si uno se la quedara mirando unos minutos, reconocería en ella un gran anhelo de contar historias. Sin embargo, si dicha observación se prolongase por horas, uno podría darse cuenta de la imposibilidad de la joven de posar los pies en la tierra. Le delataba su mirada despistada, que huía por las ventanas como si buscara algo, pero sin enfocarse en nada en particular. Uno podría pensar que ella veía cosas que otros no podían, y en realidad, esa posibilidad no sería del todo incorrecta.

Había perdido la cuenta de las horas que llevaba allí cuando sonó la campana del reloj de la torre, que marcaba la hora en punto. Unos segundos más tarde, unos pasos resonaron en el suelo de madera, anticipando la llegada al tercer piso de una mujer de mediana edad con unos enormes anteojos que amplificaban el tamaño de sus ojos. El cabello oscuro y rizado de la bibliotecaria se asomó por el hueco de las escaleras del tercer piso; la novena campanada también indicaba el cierre de la biblioteca.

-Aurora, cielo. Cerramos ya-  anunció mirando a la joven con ternura.

Aurora salió de su ensimismamiento y asintió sin decir nada. Comenzó a recoger rápidamente y siguió a la bibliotecaria por las escaleras de madera oscura, hacia la planta principal y hacia la calle. La joven miró hacia atrás para observar la biblioteca una última vez, antes de que se cerraran las pesadas puertas de hierro a sus espaldas. Luego, volvió a dirigirse hacia el exterior. La calle estrecha y poco iluminada, de suelo empedrado y antiguas casas bajas a los lados, estaba tan solitaria como lo había estado la biblioteca. Respiró hondo 3 veces, antes de salir del portal de la biblioteca. El ambiente era húmedo, como si hubiera llovido, y se respiraba un tenue aroma a primavera. Ese agradable olor le hizo olvidar que había vuelto al mundo real, aunque quizá Aurora nunca regresaba del todo de sus mundos ficticios.

Anduvo alrededor de quince minutos, de vuelta a casa, por la estrecha calle, que serpenteaba por el laberinto de pequeñas casas de aquel pueblo perdido en la montaña. Mientras caminaba, con paso lento, sin muchas ganas de llegar, iba rememorando todo lo que había podido escribir aquel día. Había comenzado una historia nueva, por supuesto: un romance en unas tierras lejanas y desconocidas, donde dos jóvenes trataban de entender el sentido del amor, fallando estrepitosamente en el intento. Llevaba unas cuantas páginas del principio, pero un grueso fajo de hojas con ideas que pretendía añadir a lo largo de su futura novela: un beso a escondidas, una pelea entre familias , un día lluvioso de lágrimas en los ojos… Repasaba las imágenes en su cabeza como si fueran recuerdos suyos, escogiendo las palabras que mejor pudieran describir aquello que imaginaba.

Tenía la intención de acabar la historia esta vez, no dejar un mundo a medias como todas y cada una de las anteriores ocasiones. Sentía que aquella sería la novela que acabaría, de la cual estaría orgullosa y que leería innumerables veces. Pero claro, aquello era lo mismo que había pensado con las otras historias y siempre acababa encontrando, en los recovecos de su mente, un nuevo mundo que describir y una nueva historia que contar, que le emocionaba aún más que la anterior.

Espectros de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora