—¿Volverás?— sus ojitos azules me miraban con ternura, no podría decirle que no, pero tampoco podría mentirle; no a ella.
—¿Recuerdas lo que te digo cada vez que nos despedimos?— me agacho a su altura, no debía medir más de 1.20m.
—Nos vemos en la otra vida— recita con un deje de dolor en su vocecita de niña pequeña.
—Así es— toco levemente su naricita con mi dedo índice y estiro los brazos para que se funda conmigo en el gesto de cariño que solo ella puede provocar —Ahora ve a jugar con los demás niños. ¡Corre!— sus piececitos trotan mientras se aleja de la muerte.
Me pongo de pie y suspiro, me doy la vuelta y mis hombres me custodian hasta llegar al auto. El sol estaba en su punto, deberían ser las doce exactamente; si no llegaba en menos de 10 minutos mi cabeza rodaría por toda España.
—Vamos al Palacio de la Reina.
—Sí, señor— antes de ingresar al coche, noto algo que me llama la atención por el rabillo del ojo; una larga cabellera rubia.
Ella no debía estar aquí, ya no pertenecía a este lugar. La había desterrado por una razón y no tenía derecho alguno de volver, no ahora. Le hice una señal a uno de mis hombres, el cual se dirigió a hacer su trabajo y echarla como la basura que era. No perdonaría nunca lo que hizo con Ángel.
Entro al carro y enciendo un cigarrillo para calmarme. Mi cabello negro estaba algo despeinado por los mimos de la pequeña, era de esperarse, siempre hacía lo mismo. Por mucho que yo le dijera que no lo hiciera, ella terminaba ingorando mis peticiones. Era la única que podía hacerlo.
Ajusto un poco mi corbata y arreglo el desastre de pelo que tengo. Mi cuerpo estaba bien trabajado, gracias a las arduas horas de entrenamiento que dedico en el gimnasio del Palacio. Ser el verdugo Real conlleva muchos sacrificios.
Al volver mi cómplice, nos marchamos rápidamente por la carretera principal, como buenos ciudadanos que éramos. A estas horas el tráfico era insoportable había un montón de gente viajando de un lado a otro en distintos medios de transporte. Digno de la gran ciudad.
Los edificios adornados con la cara de nuestra futura reina, nos dan la bienvenida al pasar el puente. Todos esperaban con ansias la hora en que la corona fuera destinada a su legítima poseedora, la princesa Flor.
Así como su nombre lo indica, esta muchacha no tenía maldad en su interior, era inmensamente bella y muy calculadora al momento de planear una estrategia. Ella había salvado a la población varias veces en la última década, por lo que su madre decidió retirarse. Lástima que ese retiro le llegara antes de lo previsto.
Abro los portones y me dirijo directamente al cuarto de mi protegida. Debe estar escogiendo el vestido para esta noche, la conozco como la palma de mi mano. En el camino, las empleadas me saludan mientras me desnudan con la mirada; eso no es adecuado, pero no me molesta.
Siempre he sabido que mi físico atraía a muchas mujeres, incluyendo a la misma futura reina, de la cual me mantengo alejado por precaución. Sería inaudito que nos vieran juntos, o así expresó su padre antes de traicionarla. La verdad, prefiero no interferir en un futuro que no me corresponde.
Doy varios toques antes de entrar, avisando sobre mi presencia. Teníamos la mejor seguridad de todo el país, por eso, las ventanas de su cuarto eran de un vidrio oscuro y templado. Todo era de color blanco, a ella no le gustaba el rosa.
La encuentro sentada en el suelo a punto de romper un zapato por la presión que ejercía su pie sobre él.
—¿Sabes que las cosas que no están destinadas a algo, por más que las fuerces, nunca lograrás conseguirlo?— su cabello negro azabache danzaba con cada movimiento de su cabeza.
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Uno, Dos, Tres...® ✔️
Short StoryLa primera era su mundo; la segunda, su sol. Ambas eran igual de importantes, pero algo lo cambia todo. Un solo hecho hace que el planeta Tierra arda y se pierda en el humo del olvido, mientras que la estrella se marchita sin previo aviso. Solo tres...