Tres

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La fiesta transcurre tranquila durante la primera hora. Cada ciudadano se presenta con la, ahora, Reina, felicitándola por su coronación.

Por mi parte, no he bajado la guardia en ningún momento. Mis hombres están preparados por si ven algún movimiento sospechoso, actuar rápidamente y en silencio. Había algo que no me dejaba en paz, una sensación de inquietud, como si algo fuera a pasar esta noche.

Pasan otros 60 minutos eternos en los que no ocurre nada fuera de lo normal. La Reina hablaba con los últimos ciudadanos, cuando me hace una seña disimulada para que me acerque y la salve.

—Su Majestad, se le necesita urgentemente, tengo que informarle sobre algo— me pareció extraña la forma de actuar de la pareja, pero no me inmuto.

—Disculpen, el deber llama— se excusa y caminamos hacia una zona bastante apartada de la multitud.

La llevo directo hacia la cocina, conociéndola, debe tener mucha sed. Lo compruebo cuando ataca la nevera en busca de agua fresca. Cuando logra alcanzarla, comienza a beber hasta quedarse satisfecha.

—No veía la hora de salir de ahí— exhala y sus hombros se relajan —No sabía que las personas de aquí fueran tan alegres y habladoras.

Me río de su mala suerte y ella me saca la lengua, como la niña pequeña que aún es. De repente, me vienen los recuerdos de lo que pasó en mi cuarto y mis vellos se erizan completamente. El solo roce de su mano en mi pecho me encendió, no quisiera imaginar qué pasaría si hubiese llegado más allá.

—¿Estás listo para cumplir tu promesa?— sus palabras revientan la nube en la que estaba, y agradezco eso.

—¿Ahora? Sus invitados no deberían esperar tanto por usted.

—Pero lo harán, soy la Reina y tengo prioridades— me guiña uno de sus ojos y luego se ríe —Además, ya me cansé de escucharlos hablar de los mismos temas, al parecer, no hay otros problemas más que: el salario y las vacaciones; todo en aumento, si es posible— ríe amargamente y luego me mira.

—Estoy a sus órdenes.

En un momento, su rostro pierde toda blancura y se torna color carmseí. Eso me pareció un poco extraño, por lo que me acerqué a ella y toqué su frente con mi mano.

—¿Se siente bien? ¿Necesita algo?

—Te necesito a ti.

Sus palabras me dejan suspendido en una ola de humo imaginario. Debía mantener la cordura y no dejar que pensamientos incorrectos me dominaran.

—¿Qué necesita de mí, exactamente?

Ella toma mi mano y la lleva hasta el centro de su pecho, ahí, donde su corazón latía más fuerte, como una orda de caballos en una colina.

—¿Lo puedes sentir?— —¿Puedes sentir lo deseosa y nerviosa que estoy por pedirte algo?— pídeme lo que quieras —Eso es porque lo llevo queriendo hace mucho tiempo, y espero que no me defraudes.

—No lo haría, ni aunque estuviera envenenado— le hago saber la verdad.

—En ese caso....— poco a poco, paso a paso; se acerca a mí, pegando sus senos a mi pecho ardiente y subiendo una mano hasta el hombro, desde donde la desliza al cuello —Quiero que me enseñes lo que hacías en el baño antes de que salieras.

Mis ojos debieron mostrar el asombro y el desconcierto que sentía, ya que ella soltó una sonora carcajada que hizo que todo mi cuerpo se estremeciera. No podía creer que me estuviera pidiendo eso. ¿Desde cuándo lo había querido? Dijo que desde hace mucho tiempo. ¿Eso cuánto era?

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