Caperucita roja

12 1 0
                                    

Cuando mamá volvió a casarse se sintió como un cambio radical, nos mudamos a un barrio más céntrico y con mejor aspecto y nivel social, dejando sola a mi abuelita en la antigua casa familiar que se negaba a abandonar. Por las distancias que nos separaban ya no podía verla todos los días, por lo que me prometí hacer el esfuerzo de pasar con ella todos los fines de semana.

Ayer, cuando la llamé, me preocupó el tono de su voz, débil y rasposo, parecía estar enferma y la conozco lo suficiente como para asegurar que no le ha dicho nada a nadie, ni ha tomado algún medicamento. Eso fue lo que me motivó a pedirle a mi madre que me llevara a su casa pero tuvo una reunión a última hora, impostergable, y se le hacía imposible. Mi padrastro tampoco, aunque prometió desocuparse lo más pronto posible, apenas terminara su guardia iría por mí.

Llegar a su casa no me tomaría más de diez minutos en auto pero caminando podría tardar más de una hora, con suerte. Como el sol ya estaba bajando debo apurarme si quiero llegar temprano. Mi antiguo barrio es seguro y tranquilo, ideal para que viva una señora mayor sola, además todos allí me conocen, pero para llegar hasta allá debo atravesar "El Bosque", el barrio más peligroso de toda la ciudad, una zona que todos aseguran liberada, donde la droga, la prostitución y los enfrentamientos entre bandas son moneda corriente.

Mamá odia que pase por ahí sola, sobre todo tan cerca del anochecer, pero debo hacerlo. Mi abuelita está sola y me necesita.

Busco una mochila que pase desapercibida y coloco en ella algunos remedios, alimentos, una barra de chocolate y otras cosas para compartir. Cambio mi ropa por nada que llame la atención, suelta, que permita fluir mis movimientos con total libertad, una campera negra con capucha roja, zapatillas cómodas, por si debo correr. Tengo que prepararme para todo lo que pueda pasar.

Cierro la puerta de casa con llave, envío mi ubicación en tiempo real en el grupo que comparto con mi mamá y su marido, avisando que voy a ver a mi abuela. Escondo el celular donde confío no sea fácil de robar, meto las manos en los bolsillos, apretando mi llavero de seguridad y comienzo a caminar. Me muevo rápido pero no lo suficiente como para atraer la atención sobre mi persona.

Cuando llego hasta El Bosque el sol se ha ocultado por completo. Trago para darme valor y sigo caminando. Intento moverme por las calles más iluminadas pero son pocas y eso dificulta mi andar. De repente un escalofrío recorre mi cuerpo, siento que me siguen pero no paro de caminar, si me detengo me pongo en peligro. Demasiado tarde me doy cuenta de que me han acorralado pues alguien se para frente a mí y no me deja avanzar.

Son cuatro, dos adelante, dos atrás. No tengo muchas chances de escapar. cierro mis manos en puño y tomo con fuerza mi llavero. Por lo menos voy a dar batalla. Uno de ellos intenta tocar mi rostro y lo evito, él se ríe y me toma con fuerza. Lo escucho decir:

-La gatita tiene agallas.

-¿Qué sucede acá? -una voz ajena resonó en la calle- ¿Por qué han acorralado a la chica?

A pesar de que no lo veo estoy segura de que siento sus ojos recorriendo mi cuerpo y me molesta.

-No te preocupes, Lobo. Es solo una gatita perdida -se ríe el que parece ser líder.

-Déjenla en paz, en El Bosque no abusamos de las mujeres.

-Eres un aburrido, Lobo, solo porque te creés el alfa de la manada.

-¿Y acaso no lo soy?

-No sé por qué te interesa, ella ni siquiera es de las nuestras.

Sus palabras me producen asco y una perversa sensación recorre mi cuerpo.

-La gatita vino sola, no le hemos hecho nada -volvió a hablar el primero que me molestó.

Se siguen acercando y ya no puedo alejarme más.

Compilación de cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora