CAPITULO 2

8 2 0
                                    

Pequeña Rebeka, tienes tanto que aprender.

—Entonces, ¿te fuiste? ¿Así sin más? ¿No te dio curiosidad qué podría pasar después? ¿Qué tal si ese tipo le dio una paliza a Harry por tu culpa? –preguntó Suri, su mejor amiga, al otro lado de la línea en California. Llegando a casa, Rebeka había entrado a su habitación y había ido al pequeño balcón, que estaba casi pegado al balcón de la casa de al lado, y la había llamado para informarle sobre el extraño día que había tenido.

—Él no es un tipo. Y si se pelearon, no fue por mi culpa; se notaba que ya traían problemas desde antes –replicó, cansada de que la culpara de iniciar una pelea entre el "tipo" y Harry.

—Pues, por cómo me lo describiste... El tal Leo es un tipo, sin duda.

—Piensas eso porque estás loca, pero sinceramente yo no veo nada sexy en un hombre lleno de tatuajes, eso definitivamente no es atractivo.

—Es su estilo... Es sexy... Como Eminem... ¡Debes invitarme en las vacaciones! –gritó emocionada—tómale una foto cuando lo veas de nuevo y envíamela.

—De acuerdo... Mi mejor amiga vendrá en las vacaciones para ver a un criminal en vez de a mí –dijo dramáticamente—y también quiere que arriesgue mi vida intentando tomarle una foto a un criminal como si fuese una estrella y yo un paparazzi.

Las dos empezaron a reír cuando de pronto escuchó un motor potente acercándose. Estiró un poco la cabeza y a lo lejos pudo ver una moto que se acercaba a toda velocidad. La moto seguía su trayecto y, mientras más se aproximaba, más disminuía la velocidad, hasta que al final se detuvo bajo su balcón y el de la casa de al lado. No llevaba casco, así que pudo distinguirlo con facilidad.

—No. Es. Verdad. –exclamó pausadamente, tratando de asimilarlo.

—¿Qué? ¿Qué está pasando?

—Criminal... Moto... Abajo...

Su balbuceo sin sentido confundió a la chica del otro lado.

—¿Qué? Beka, no te entiendo.

—Es él.

—¿Quién él?... ¡Oh por Dios! ¿Leo? ¿Su moto? ¿Debajo de qué? –preguntó histéricamente.

—Sí. Leo. Su moto. Debajo de mi balcón.

Él se bajó de la motocicleta y caminó hacia la entrada de la casa de al lado. <<No. Es. Verdad.>>

—¿Qué hace en tu casa? ¿Te siguió? ¡Oh Dios mío, es un psicópata! Amiga, no importa lo sexy que sea, llama a la policía. ¡Ahora! –gritó Suri alarmada.

—No me siguió. No, vino a su casa... creo... creo que vino a su casa. –dijo enfatizando la palabra "su".

—¿Quieres decir que el tipo peligroso es tu vecino?

—Eso creo...

Mientras respondía no muy segura, la puerta de la habitación frente a la suya se abrió bruscamente, dejando ver al ojimiel furioso que cerró la puerta detrás de él con un fuerte golpe. La puerta de vidrio del balcón de enfrente tenía cortinas, pero estaban arrinconadas a los lados, por lo que la chica podía ver prácticamente toda su habitación. Y todo lo que hacía... Pensó que el chico quizá sí era un psicópata, pues este empezó a arrojar con fuerza todo lo que se le ponía enfrente: una lámpara, un despertador, el teclado de su computadora, todo. Estaba enloquecido y ella solo miraba aterrada sin saber qué hacer.

—¿Qué está pasando? ¿Qué es todo ese ruido?

Cuando Suri habló, al fin decidió salir de su letargo y levantarse lentamente. Antes de responder, debía entrar a la seguridad de su habitación y cerrar las puertas del balcón sigilosamente; no quería que él se diera cuenta de que ella se encontraba ahí, justo enfrente, en el estado en el que estaba seguro no le importaría golpearla hasta la muerte. De hecho, la chica pensó que, en su estado más normal, tampoco le importaría.

Y, por si fuera poco, Suri no paraba de gritar exigiendo saber qué estaba pasando. Iba bien, todo iba malditamente bien hasta que la jodida puerta del balcón se atoró, lo suficientemente alto para que se escuchara en la habitación de la casa de al lado. Ella mirando al suelo rogó al cielo que él no se hubiera percatado de su presencia, pero en la habitación de enfrente dejaron de escucharse ruidos.

Levantó la mirada y se encontró con esos profundos ojos miel por segunda vez en el día. Él caminó lentamente hacia su balcón y comenzó a quitar el seguro de las puertas de vidrio. Ella estaba segura de que podría jurar que casi se desmayó. Él quería entrar a su balcón, que estaba a menos de un metro del suyo. <<¿En serio? ¡¿En serio?! ¿Quién fue el  que construyó estas casas? ¡¿Quién?!>>

Con eso en mente, se apresuró mientras intentaba desatorar la puertecilla, pero, asustada como estaba, sus manos solo se volvieron torpes y temblorosas. Cuando por fin logró desatorarla y entrar a lo que se suponía sería la seguridad de su habitación, ya era muy tarde. Estaba a punto de cerrarla cuando una mano enorme la tomó de la orilla, impidiendo dicha acción.

Por unos segundos se bloqueó y no supo qué hacer. Se agachó para recoger el teléfono que había dejado caer en su afán de cerrar las puertas, mientras él ingresaba a la habitación, mirándola con curiosidad.

—Suri, por Dios, llama a la po... —No pudo terminar la frase cuando una tosca mano le arrebató el teléfono del oído y terminó la llamada.

Él no dijo nada. Solo la miró fijamente a los ojos por lo que parecieron años, y después de dar una vuelta a su habitación, se sentó en el balcón como si fuera lo más normal irrumpir en la casa de desconocidos y sentarse en sus balcones. Quería gritarle que se largara, que esta era su casa y él no tenía nada que hacer allí.

Pero estaba demasiado asustada como para reclamarle algo a un criminal, así que se quedó callada observando.

—¿Cuál es tu nombre? –preguntó con su voz ronca y baja.

Sus sentidos le decían "¡Corre! ¡Corre tan rápido como puedas!" Su instinto le decía "¡Corre! ¡Corre tan rápido como puedas!" Su cordura le decía "¡Corre! ¡Corre tan rápido como puedas!" El maldito universo le decía "¡Corre! ¡Corre tan rápido como puedas!"

Pero su boca dijo:

—Rebeka Bermont.

No sabía qué hacer. No sabía nada. Tenía demasiado miedo para pedirle que se fuera y John estaba en el trabajo. Rosario, su niñera desde que tenía memoria, llegaría en una semana, así que estaba completamente sola con aquel chico de aura peligrosa.

Él se puso de pie y, en ese momento, ella descubrió que era posible sentir más miedo del que tenía. Estiró su mano y dijo:

—Yo soy Leo. Leo Red.

Y se le escapó la cosa más estúpida que había dicho en su vida:

—¿Cómo el color? —abrió sus ojos hasta no poder más y cubrió su boca con sus manos mientras daba un paso atrás, aterrada.

Él, aún con la mano esperando ser estrechada, mirándola a los ojos mientras exclamó— sí, como el color.

Entonces, se atrevió a estrechar la mano del chico y lo supo, ella... simplemente lo supo. Supo que él iba a ser un problema. Supo que él no traería nada bueno a su vida.

Y por la forma en que él la miró, entendió que él también lo supo.

Y por la forma en que él la miró, entendió que él también lo supo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Males que curanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora