Mi Peter Pan

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Honestamente creo que la felicidad reside en los entresijos de la ignorancia, y no hay nada más ignorantemente feliz que un pequeño niño o una niña. Aunque como tantas otras cosas, lo de ser niños acaba con el tiempo.

La felicidad, esa compañera leal de la infancia, se cuela entre los rincones de la mente infantil, como un rayo de sol juguetón que se filtra por las rendijas de una ventana.
Con cada risa inocente y cada sueño colorido, los niños desafían al mundo adulto, bailando en el límite entre la realidad y la fantasía.

El mundo debería saber que hay caídas que son volar, que los sueños son para los que no se quedan dormidos y que es posible burlar el tiempo, escapando del cocodrilo y su tictac.
Porque Octavian hace magia todos los días. Porque es como un pequeño niño que hace berrinche cuando quiere algo o cuando no lo quiere, pero solo es así conmigo o con sus amigos más cercanos.

Siempre supo que él no era como sus amigos. Que nunca crecería. Que se pasaría la vida jugando mientras ellos dejaban de hacerlo. Él es menor de su grupo de amigos y por eso intentaba mantener a los niños de sus amigos con vida el mayor tiempo posible.

Y de pronto, este mundo muerto donde los sueños llegan descalzos y despeinados a Ninguna Parte cuadró un poco.
Sus amigos imperfectamente mágicos no se habían planteado seriamente la posibilidad de que Octavian fuera Peter Pan.

Por eso Octavian se había rodeado de amigos como ellos, desencajados, fuera de cualquier grupo, perdidos al fin y al cabo. Por eso le gusta tanto escribir canciones.

Por eso Octavian no era Peter Pan. Él es Octavian. Y con eso basta. Con eso es suficiente para mí y para las personas que lo quieren.

El sol se estaba poniendo el pijama sumergiéndose tras las casas del fondo, mientras la luna se calzaba los tacones. Qué matrimonio tan desestructurado.

Fue un anochecer de chocolate caliente en vasos de porcelana fina y alientos blancos, los de cuando hace frío. Sus miradas parecían cosidas a la eternidad, no se miraban el uno al otro, y lo cierto es que tampoco era necesario. Y probablemente esto con otra persona no hubiera dado resultado, pero ella estaba maravillada con él.
Evadne jamás podría haber reconocido esto en voz alta. Ni siquiera en pensamiento alto. Estar enamorada era uno de los pensamientos más susurrados en su cabeza.

Estaban los dos en su cama cuando Evadne ardió. Se abalanzó sobre su esposo y comenzó a besarlo. Puso su mano de terciopelo sobre la hebilla de su cinturón y su pecho sobre su cuerpo. Se quitaron las camisetas y juntaron sus pieles. Ella estaba tan suave... su cuerpo excitaba a Octavian, encontraba en él cierto encanto, cierto cariño.
Se quitaron los pantalones y jugaron a besarse largo durante toda la noche a rozarse lento a perder el aliento y a morirse de ganas. Sus cuerpos entrelazados no dejaban hueco en el colchón, que estaba en llamas.

Los finos dedos de Evadne acariciaban su pecho, erizándole el bello, descendiendo lentamente... hasta llegar a la goma de sus calzoncillos, su boca descendiendo a los infiernos con forma de «O». Evadne introdujo su mano y comenzó a tocarlo. Lentamente de arriba abajo besándolo despacio Octavian la imitó e introdujo la mano en su ropa interior. Un par de dedos rozaron la superficie de su sexo; uno de ellos se introdujo lentamente en Evadne, que le regaló un gemido entrecortado. Aquello estaba muy húmedo. Y ella no paró de tocarlo. Y él tampoco dejó de tocarla a ella.

Mientras Evadne y Octavian se perdían en la pasión de la noche, afuera, la ciudad seguía su curso, ajena a la intimidad compartida en aquella habitación.
El viento susurraba secretos entre las calles, llevando consigo el eco de risas distantes y el murmullo de los automóviles que se deslizaban por las avenidas iluminadas por farolas anaranjadas.Dentro de su pequeño refugio, el tiempo parecía detenerse, cada beso y caricia marcando un compás único, un ritmo que solo ellos dos entendían. Las sombras danzaban en las paredes mientras la luna, cómplice silenciosa, observaba desde su trono nocturno.
El corazón de Octavian latía al compás de la melodía que creaban juntos, cada suspiro de Evadne resonaba en su alma como una sinfonía de deseo compartido.
Se dejaron llevar por el éxtasis del momento, explorando cada rincón del cuerpo del otro con una devoción sin igual.
Las estrellas brillaban en el firmamento, testigos mudos de aquella unión que trascendía lo físico, adentrándose en lo más profundo de sus seres.

No importaba el mundo exterior, los problemas que aguardaban fuera de aquella habitación quedaban suspendidos en el aire, lejanos e irrelevantes.

Con el alba asomándose tímidamente por el horizonte, Octavian y Evadne se envolvieron en el abrazo cálido del sueño, sus cuerpos entrelazados como dos enredaderas que se aferran con fuerza a su amor mutuo.

Y así, mientras el sol despertaba a la ciudad con sus primeros rayos dorados, ellos se sumergían en un sueño reparador, sabiendo que juntos, eran invencibles, que su amor era un faro en la oscuridad, una promesa de eternidad en un mundo efímero.

El susurro eternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora