FIESTA ZOMBIE

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Todo comenzó una madrugada de sábado. El reloj despertador sonó a las 02:00 am, como casi todos los fines de semana. Nunca estaba de más una siesta nocturna antes de una salida. Fui al baño, me duché y me puse mi mejor ropa para ir al boliche. Por último, saqué el auto y me dirigí hacia Nao, sin saber que esa sería la última vez que recorrería ese camino.

Al llegar a Nao, estacioné en el lugar reservado para mí y pasé frente a la fila de aquellos que esperaban para ingresar, entre saludos de chicas y amigos. La puerta de la discoteca estaba custodiada por un hombre tan robusto que no daba lugar alguno a ingresar sin su permiso. Sus hombros iban de marco a marco, parecía hecho a medida de su trabajo.

—Buenas noches, señor Robb —me saludó, con la formalidad de siempre.

—Buenas noches, mi amigo Brutus —le respondí, apelando a un sobrenombre muy acorde a su físico.

Sellé el saludo con un fuerte apretón de manos, pero al mirarlo a los ojos noté que los tenía casi desencajados, temblorosos. Nunca lo había visto así, aunque en ese momento no me preocupé demasiado. Luego de que mi amigo me diera paso hacia el interior, me volví para observar desde un mejor ángulo la cantidad de gente que aún esperaba afuera, y en ese instante pude divisar que, a su espalda y colgando del cinturón, Brutus llevaba un arma de fuego y un cuchillo, algo muy inusual. Continué mi camino hacia el interior del boliche, con los bajos de la música y los pensamientos entremezclándose en mi cabeza. Sin embargo, mis preocupaciones duraron poco, más precisamente hasta el momento en que encontré a mi grupo de amigos. Enseguida nos pusimos a charlar y a bailar.

Al cabo de un rato decidí ir a la barra a buscar unas bebidas con las que "entrar en calor". Ahí me esperaba Roxi, una amiga que también hacía de Nao su trabajo de fin de semana. Me saludó y de inmediato se inclinó sobre la barra, como hacía cada vez que tenía algo para contarme.

—¿Escuchaste el comentario? —me preguntó, con su típica voz de misterio.

—¿Sobre qué?

—Sobre la gente que está afuera. Están actuando... un poco raro.

No había prestado mucha atención, ni tampoco sabía bien a qué se refería, así que sólo me encogí de hombros.

—No te preocupes —dijo Roxi, volviéndose hacia atrás y retomando su simpatía de siempre—. La gente está un poco loca, no debe ser más que eso. —Y tras una risita se enfocó en preparar mi pedido.

Con las manos ocupadas en las bebidas, regresé al centro de la pista, donde había dejado a mis amigos, pero llegué demasiado tarde: los tres ya se encontraban bailando perdidamente con unas chicas, así que me pegué la vuelta y deambulé un poco por el boliche, con las bebidas en mi poder.

Después de andar un largo rato en el que no pasó nada interesante, decidí que lo mejor era ir al VIP y sentarme allí a terminar tranquilo una de las cervezas. Cuando estaba subiendo al sector privado me crucé con Chuqui, otro de los guardias, quien me saludó sin detenerse. En su mirada noté los mismos rastros de temor que había observado en los ojos de Brutus. Y, tal como su compañero, Chuqui también llevaba en su cinturón una pistola y un elemento que se asemejaba a una espada pequeña, quizás una daga. Seguí caminando cada vez con mayor incertidumbre. ¿Por qué llevaban armas? ¿Qué les producía tanto miedo a dos tipos corpulentos como ellos? Había un aire enrarecido en el ambiente, y no se debía solamente al humo de la pista y a la mezcla de tabaco, alcohol y perfumes.

Al llegar al VIP me dejé caer sobre uno de los sillones y me puse cómodo. Tomé un trago de cerveza mientras observaba a la gente bailar bajo intermitentes luces de colores, al son de ritmos latinos de moda. Desde allí arriba tenía un panorama casi completo de todo Nao. En silencio, observaba fascinado cada pequeño detalle de las interacciones humanas. Risas, besos, discusiones, nuevos pasos de baile, abrazos, retos de bebida... Al menos por un par de horas, esa gente de verdad cobraba vida. Libres de las estructuras y las preocupaciones del día a día, ajenas a sus trabajos y obligaciones. Su único deber en ese momento era disfrutar, entregarse al placer. Una sola noche basta para mejorar toda una semana, porque las cosas que esas personas vivan el sábado en la noche serán anécdotas repetidas hasta el cansancio en juntadas con amigos, serán momentos inolvidables que los ayudarán a sobrellevar nuevamente un tedioso comienzo de semana. Debo reconocer que me alegraba ver cómo la gente se transformaba, se liberaba de las ataduras de las apariencias rutinarias para dar lugar a aquello que disfrutaban ser, aquello que ansiaban ser.

Relatos Perdidos: Siete Testigos del ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora