ONESHOT 1 - Detrás del muro

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Cuando mi jefe me llamó a su despacho esta mañana, no pude reprimir una sonrisa mientras me levantaba de mi silla de escritorio con emoción. Los últimos meses he estado dando mi 100% para poder recibir un merecido ascenso. ¿Qué digo los últimos meses? Desde que entré en esa oficina hace 3 años, mi única meta en el camino había sido conseguir un buen puesto con un buen sueldo, uno de esos que me permitirían conquistar a algún chico especial con el que compartir mi vida, comprarme una casa enorme con un jardín, poder tomarme unas cervecitas en un bar con unas buenas vistas sin mirar el precio o tener un vehículo con tropecientos caballos de potencia.

Así que no, no esperaba al responsable de Recursos Humanos sentado al lado de mi jefe para comunicarme que estaba despedido, porque había que hacer recortes de personal debido a que no habían ganado tanto dinero como esperaban en el último trimestre.

Tras tanto esfuerzo, y tras haber perdido tanto tiempo de mi vida haciendo más horas de las que me pagaban, renunciando a tener una vida propia, nadie me puede culpar por haberme subido a la mesa para patearles la cabeza a los dos. Incluso el agente de seguridad que me ha sacado del edificio me ha felicitado mientras se reía antes de decirme que le esperase sentado en un banco de piedra en la calle mientras sacaban mis cosas en la típica caja de cartón. Todo el mundo, incluido el hijo del jefe que casualmente sí ha sido ascendido, sabía que yo era la persona que más duro había trabajado para obtener el puesto.

Pero igual que en ese momento he pensado que mi vida había terminado, ver la cara de mi padre en la pantalla de mi teléfono como cada jueves lo he sentido como una señal. Sobre todo, cuando, al contarle que me acababan de despedir, me ha sugerido que fuese a pasar una temporada a mi pueblo natal, para decidir cómo seguir con mi vida en un lugar sin rascacielos de los que poder tirarme.

Al llegar a mi destino tras un par de horas conduciendo, aún con el traje y la corbata, mi padre me ha recibido con una sonrisa en la cara, una cerveza abierta en una mano y un abrazo.

— Mira, Tae, sé que te fuiste de aquí porque querías huir de la vida rural y experimentar la gran ciudad. Pero quiero que aproveches para pensar en ti mismo. ¿Realmente eras feliz con la vida que tenías allí? —me ha dicho al poco de sentarme en la silla del comedor, inconscientemente en el sitio donde me estuve sentando los primeros 20 años de mi vida.

— No, no era feliz allí, papá. No es ningún secreto.

— A lo mejor lo que ha pasado es una señal del destino para que escuches lo que el universo quiere para ti.

Todavía con las palabras de mi padre en la cabeza, he salido a dar un paseo por las calles que, si bien conozco como mi propia mano, estaban cambiadas ligeramente desde la última vez que pasé por ellas: El bar ha cambiado el letrero de la entrada, han abierto otro nuevo en lo alto de la colina, el señor Jung ha tirado su casa abajo para volver a construirla... y hay unos terrenos en venta. Desde el camino de tierra, me he quedado leyendo fijamente las letras negras sobre la pared de hormigón que separaba ambas parcelas. "Se vende este terreno y el de atrás". 

 

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