I. Más inteligente que un gato.

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25 de octubre, 1962.

Con paciencia Adelaine Morgan aguardaba en la salida de la preparatoria. Quienes la veían pasaban a su lado y tocaban su hombro para despedirse de ella, con grandes sonrisas y ojos brillantes, sintiéndose en la completa y descarada confianza para hacerlo. Las chicas se acercaban a platicarle e invitarla a sus juntas, donde se hablaría probablemente de los nuevos chismes que circulaban entre los pasillos. Los varones evitaban ponerle una mano encima, y con formalidad se limitaban a despedirse de ella usando sus encantos, en un vago intento de parecer cordiales.

El día acompañaba la vestimenta de la muchacha, cuya prenda de nobles estilistas vestía su cuerpo; con añoranza le daba una buena imagen, la hacía ver tan bonita como era de costumbre. Su vestido de tela fina se ajustaba a su cintura, tenía un cuello casual y las mangas largas de color blanco. Lo último en llegar a las pequeñas tiendas del pueblo, costeado y puesto únicamente por alguien como ella: la hija del alcalde. Sin embargo, el dinero de su padre jamás fue motivo para que Adelaine despreciara a los demás pueblerinos, no habían miradas de mal gusto, ni palabras que pudieran dañar el autoestima de las chicas con quienes a veces pasaba la hora de receso. Su padre solía comprarle ropa en exceso y ella a cambia lo vendía a valores que sabía, eran costeables para las niñas del pueblo. Estaba consciente que sobre ella caían miradas de envidia, de reproche por ser quien era, pero hacía oídos sordos y agradecía a su padre por trabajar y darle lo mejor que estuviera a su alcance.

Su círculo íntimo era pequeño, no obstante, eran personas con buen corazón y moral efectiva.

La espera parecía eterna cuando veía a los jóvenes salir a su lado, mientras que ella bufaba de vez en cuando y observaba pasar la hora en el reloj que colgaba sobre una de las paredes del pasillo. Sus brazos se cansaban por los libros que cargaba y apretaba sobre su pecho, sus piernas dolían tras la larga espera.

Se recompuso cuando vio a Richie Shephard caminar hasta ella. Su cabello estaba perfectamente peinado hacia un lado, con gel para mantenerlo en su lugar el mayor tiempo posible que el producto se lo permitiera. Los lentes lo hacían ver tierno y como lo que era: un buen chico. Ella ladeó un poco su cabeza y le regaló una pequeña sonrisa al hermano de su novio.

—Richie —saludó con cordialidad. El muchacho alzó las cejas, sorprendido de verla allí cuando ya debería de estar en casa, quizás con un festín sobre la mesa, o conversando con su padre sobre temas políticos que acabarían por aburrirla, pero por cortesía, escucharía lo que el hombre comentaría aún sin tener idea que pudiesen significar sus palabras.

—¿Jim permanece aún en la reunión?

Adelaine asintió y soltó un suspiro.

Halloween se aproximaba, y junto a ello, Jack Dientes de Sierra resurge de los campos de maíz.

La reunión era para convocar a los chicos del pueblo que saldrían a la infame noche de cacería, obligados por la pesadilla que era el monstruo Jack. El objetivo era simple: evitar que llegue a la iglesia antes de la medianoche. Como cada año, el ritual era realizado y, para la prosperidad de las cosechas, era necesario detener a Dientes de Sierra. La única vez que nadie consiguió asesinarlo, la ciudad se volvió un caos que Adelaine agradecía no haber podido presenciar. Las historias iban y venían, la sangre se derramaba, una sola noche para sobrevivir y salvar las cosechas del pueblo. Quien lograse detener al monstruo era considerado un héroe y el premio para su familia era una casa en el lado acomodado del pueblo. Para quien vencía a la pesadilla, veinticinco mil dólares caían a su bolsillo y con un Corvette tendría la oportunidad de dejar el pueblo para recorrer el mundo. Una tradición que, de algún modo, había afectado a las mentes de los pueblerinos.

Algunos obligaban a sus hijos para salir esa noche, exigiéndoles que los enorgullecieran y les dieran la oportunidad de tener una mejor vida. Eran enviados contra Dientes de Sierra como cerdos al matadero. Eso, si eran capaces de resistir los tres días encerrados en su habitación sin agua ni comida.

Rumores decían que la cacería era una farsa, otros, no dormían pensando en que Jack se encontraba reuniendo fuerzas para salir el siguiente Halloween a su nuevo intento de llegar a la iglesia.

Halloween era una eterna noche lúgubre para sobrevivir. Era cazar o morir. Solo el más fuerte, rápido, y con un coraje inmenso era capaz de derrotar al monstruo.

Así era Jim. Por ello, las expectativas este año estaban puestas en él. Adelaine no dejaba de pensar en ello, en como su novio estaría allí fuera toda la noche, peligrando junto a los demás chicos del pueblo. Pobres almas que pagaban por la avaricia de sus padres desesperados por salir del lado Este. Independiente de las armas que eran facilitadas para ellos, las pistolas no estaban permitidas. La agonía la mantenía despierta de noche, el mal presentimiento en su pecho la obligaba a levantarse en la madrugada y tomar un vaso de agua para cambiar la horrible sensación que sentía y sobrellevar las pesadillas donde Jim no era capaz de derrotar a Dientes de Sierra. Esos pensamientos la atormentaban y provocaban estragos en su corazón.

Se obligó a dejar de pensar en ello cuando su novio apareció entre los pasillos junto a los demás chicos. El oficial Ricks estaba más atrás de ellos hablando con el director de la preparatoria.

Jim se despidió de sus amigos chocando los puños junto a un asentimiento de cabeza, para proseguir a mirar a su novia, tomando esta toda la atención del chico. Dos años de relación era poco y nada para él, estaba enamorado, adoraba a su chica de cabellos oscuros y sonrisa brillante. No le importaba en absoluto cuando sus amigos hacían burlas hacia él respecto a eso, en realidad, se sentía bastante orgulloso y afortunado de haber podido conquistar el corazón de Adelaine. 

—Hola, Jimmy —saludó la pelinegra, perdiéndose en los ojos azules del muchacho. Éste tomó el rostro de Adelaine entre sus manos y dejó un corto beso para luego saludar a su hermano menor.

—¿Nos vamos? —Inquirió a ambos.

Richie asintió y caminó a un lado de su hermano mayor, el cual no dudó ni un segundo en arrebatarle los libros a la chica para cargarlos él mismo. Adelaine se colgó del brazo de su novio y emprendieron camino.

—¿Qué tal la reunión? —Quiso saber Richie, igualmente preocupado por Jim.

El ojiazul bufó.

—Nos sermonearon sobre la obligación, la necesidad y las consecuencias de asesinar a Dientes de Sierra —comenzó—. Dicen que este año regresa más fuerte que nunca. También nos trataron de inútiles mal nacidos, ya saben, los encantos del oficial Ricks —negó con la cabeza, mordiendo su labio inferior con una sonrisa.

Adelaine prestó atención a su novio, a su voz grave y los gestos que realizaba al hablar. Se le revolvía el estómago al escucharlo platicar sobre la cacería.

—Es una mierda, estamos rodeados de maniáticos —se quejó Richie. Jim rió y le advirtió a su hermano sobre su lenguaje, recibiendo una mala mirada seguida de una sonrisa que Richie no pudo evitar formar en sus labios.

Cuando llegaron a casa de los Shephard, Jim puso su mano en la espalda baja de su chica y la alentó a entrar para saludar a sus padres. Como siempre, ella recibió halagos y besos por todo su rostro por parte de Donna, la madre de Jim. Éste simplemente sonrió antes de subir a su habitación y bajar con una canasta en sus manos pocos segundos después, recordándole a la menor que hoy saldrían al parque a pocas cuadras de allí.

Se despidió de la mujer con una sonrisa y animada agitación de manos, para luego entrelazar sus dedos con los de Jim. Las sonrisas se adueñaron de sus rostros todo el camino, las mariposas en el estómago de Adelaine revoloteaban para recordarle lo enamorada que estaba del rubio a su lado.

Era increíble como en la ciudad del diablo, ellos habían caído en un cuento color de rosas, donde todo se veía interrumpido un treinta y uno de octubre para bañar al pueblo de manía y sangre, de desesperación por acabar con un monstruo que, sin darse cuenta, era parte de ellos cual uña y mugre. Adelaine sabía que algo estaba mal con esa cacería, que algo más ocurría detrás de aquel premio y la desesperación de los habitantes. Intentaba ceder al miedo que se le era obligada a sentir por Dientes de Sierra, pero más grande era su curiosidad.

Se estaba metiendo en la boca del lobo, pero así como Jim era capaz de salir a la cacería para probar su valor, ella también haría cualquier cosa por mantenerlo a salvo.

La curiosidad mató al gato. Adelaine era más inteligente que uno.

rookiefilm⭒ 𝟸𝙾𝟸𝟹

DEVIL TOWN    ⸙    dark harvest ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora