Capitulo 0.5

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Elizabeth nunca supo desde cuándo empezó a corromperse su estilo de vida. Siempre había sido una niña amada por sus padres y familiares, una niña dedicada al estudio y a ayudar a su madre con los quehaceres de la casa. Desde temprana edad, mostraba una inteligencia excepcional, su vida académica siempre fue perfecta, una niña que ante los ojos de todo el mundo era perfecta. Su vida se veía iluminada por preludios de éxitos académicos y halagos que reforzaban su autoestima. Le gustaba recibir esos halagos, sentía que de cierta manera enorgullecía a sus padres y a la gente que la rodeaba.

Dicen que nuestra vida muchas veces puede transtornarse y desequilibrarse totalmente, y todo esto por culpa de una pieza mal colocada. Elizabeth en su momento de felicidad jamás habría pensado que algo malo podría en algún futuro pasar, su vida en ese entonces era perfecta, no había nada que envidiar de los demás.

Pero, las palabras son traicioneras, la vida misma lo es, confiar en ello demasiado puede ser riesgoso cuando se es feliz, y ella era feliz, que la vida parecía darle demasiado. Fue entonces que un momento de ello era suficiente para quitarle todo aquello que ella estaba anhelando tan egoístamente.

Su undécimo cumpleaños había llegado, y con ello un evento que fue el desencadenante de un sin fin de eventos más, su entorno empezó a oscurecerse, y ella cree que todo fue debido a la muerte repentina de su madre. Un brutal accidente automovilístico había arrebatado a su madre de manera trágica, y esta tragedia no solo la dejó huérfana de madre, sino que también fue el comienzo de lo que ella llamaba, una pesadilla.

Su padre, un hombre que solía ser amoroso, comenzó a comportarse de manera muy extraña. Bebía todos los días, por lo que fue un "desencadenante" que hizo que él dejara de trabajar. Llegaba a su casa con una actitud nefasta e insolente, esos momentos eran en los que constantemente culpaba a Elizabeth por la muerte de su madre. La tensión siempre flotaba en el aire, y los gritos y golpes eran moneda corriente, convirtiendo su hogar en un lugar de sufrimiento constante.

Elizabeth dejó de ver su casa como un hogar decente y lo empezó a ver cómo un manicomio horripilante, toda la casa estaba hecha un lío, con los platos y muebles rotos, fotografías quemadas y botellas de alcohol esparcidas por toda la casa. Su hogar dejó de ser brillante y se convirtió en algo oscuro y siniestro, y lo peor nada más acababa de empezar.

Una mañana, su padre volvía a casa procedente nuevamente de un bar, visiblemente borracho, desaliñado y de mal humor, Elizabeth esperaba la misma situación de cada todas las mañanas; golpes, gritos y cosas esparcidas y rotas por toda la casa, pero esta vez nada de eso era lo que pasaba.

Para su preocupación, su padre andaba demasiado tranquilo, que era difícil de confiar, sentado en el sofá y viendo la pared sin decir ni una sola palabra, ella pensaba que eso era mil veces peor que dejar patas arriba la casa.
Su instinto no se equivocaba, ya que apenas un paso retrocediendo y corriendo a su habitación fue suficiente para despertar aquel demonio que habitaba en aquella persona que alguna vez había llamado "papá".

Ese día, su padre la sometió a un abuso que dejaría cicatrices en su cuerpo y alma para toda la vida, ese día su padre la había violado. Y fue el acto más impuro y detestable que pudo haber recibido una niña, que ni ella procesaba todo lo que había pasado, simplemente se quedó ahí, inmóvil y sin poder hacer nada, porque su cuerpo no se lo permitía, se había traicionado a sí misma.

A partir de ese momento, cada vez que Elizabeth veía a su padre, se escondía desesperadamente, buscando refugio lejos del calvario que tenía que soportar. Sin embargo, él siempre encontraba la oportunidad  y continuaba con sus horribles actos.

Y esto siguió así por los siguientes años.

A lo largo de tres años consecutivos, Elizabeth trató de buscar ayuda. Buscó la comprensión y el apoyo de quienes vivían en su pequeño pueblo, pero se encontró con la indiferencia y el desprecio. La policía local no lograba tomar medidas efectivas y los servicios sociales nunca lograron contactarla. Todos demostraban ignorar lo que ella sufría, a pesar de los tantos intentos desesperados por llamar su atención el caso parecía imposible, fue entonces que perdió toda esperanza de ser rescatada.

Ahí pensó en una cosa, le atormentaba la idea de que quizás ella estaba maldita. Recordaba las historias que su padre solía contarle, cuentos de maldiciones familiares. Se preguntaba si eso era lo que le había sucedido. ¿Era culpa suya? ¿Había desencadenado la tragedia al pedir ese vestido para su cumpleaños? ¿Era ella la causante de la muerte de su madre y su propia tortura?

Todo apuntaba hacia una vida miserable y una muerte segura a manos de su propio padre, una figura paterna que había degenerado en un monstruo, un ser de su propia sangre que alguna vez le contaba cuentos antes de dormir. Ahora, esos cuentos eran recuerdos amargos y pesadillas vivientes.

Y así hasta que finalmente, cuando cumplió los quince años, un rayo de esperanza se había asomado a su ventana. En la mañana de su decimoquinto cumpleaños, Elizabeth se enteró de que su padre había muerto debido a una sobredosis en el mismo bar que había frecuentado estos últimos cuatro años. A pesar de la terrible naturaleza de su muerte, Elizabeth no pudo evitar sentir un alivio inmenso, que para su desgracia se vio obligada a ocultar.

Durante el velorio y el entierro de su padre, Elizabeth tuvo que soportar las condolencias falsas de los que la rodeaban, vecinos que, aunque eran testigos de las atrocidades que su padre le infligía, nunca intervinieron. Tuvo que soportar en silencio su dolor y rabia.

Al final del día del entierro, Elizabeth no perdió un minuto para salir de la casa que alguna vez fue su "hogar". Decidió emprender un viaje hacia un destino desconocido, una ciudad nueva, todo parecía sencillo, tan simple como comprar un boleto de tren y emprender una nueva vida con la esperanza de que pudiera dejar atrás los horrores del pasado y comenzar una nueva.

Sin embargo, siendo menor de edad, se encontró con obstáculos que parecían insuperables, sus opciones eran limitadas y lo que quedaba de su vida se veía envuelto en una sombra de mala suerte. La policía de la ciudad de Buenaventura, donde acabó llegando, la detuvo en la estación de tren y le hizo una serie de preguntas. Al descubrir que era una huérfana sin un lugar al que llamar hogar, no tuvieron otra opción que contactar a los servicios sociales de la localidad. Así, Elizabeth fue enviada a un internado.

Al principio, Elizabeth no vio esto como una mala idea. A pesar de sus limitaciones, le proporcionaba un techo sobre su cabeza, comida y la promesa de un futuro diferente. Nada podía ser tan malo como lo que ya había pasado. La vida en el internado representaba un nuevo comienzo, un resquicio de esperanza en su corazón maltratado por los años de abuso y sufrimiento.

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⏰ Última actualización: Nov 26, 2023 ⏰

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