Capítulo 2

148 13 2
                                    

Venus

Mi nuevo instituto era uno privado. Era uno de los mejores institutos de los Estados Unidos, una escuela llena de estudiantes que prometían tener un futuro espectacular. O por lo menos eso decía el historial de esta escuela.

A mí me daba igual si estudiaba en una escuela privada o pública, lo importante era que yo fuera a un instituto y que por supuesto, contara con un buen plan de estudio. Fuera de eso no tenía exigencias. Era fiel creyente de que el oro hasta en el lodo brilla y vayas a donde vayas serás inteligente. Siempre.

Mis padres no entendían eso, así que investigaron una buena escuela para mí aquí en Los Ángeles antes de mudarnos para acá. La situación en mi casa iba mejorando, los dos habían sido contratados por una clínica privada que les pagaría mucho mejor que el hospital en San Diego, así que aceptaron. No me consideraba una persona pobre. Tenía lo que necesitaba y podía vivir en mis limitaciones, pero yo siempre había deseado tener más de lo que la vida me pudiera ofrecer y algo en mí me convencía de que así era. Que podía lograr todo lo que yo quisiera siempre con esfuerzo aunque existieran personas que se metieran con sus ideas conformistas y sus limitaciones.

Cuando estaba en la secundaria todavía vivía en México, en un pueblo para ser exactos, de allí era mi madre. Ahí la mayoría de las mujeres de mi familia materna estaban acostumbradas a no seguir estudiando, casarse, tener hijos y ser amas de casa. Me convencía de que no tenía nada de malo, pero la palabra conformismo no se borraba de mi mente.

Mi madre corrió con suerte de no dejarse influenciar por las malas lenguas de su propia familia y sus creencias y yo era igual que ella. Mi madre Lorena de Benavides había sido la primera mujer en romper ese patrón.

La ira se apoderaba de mí cuando en las reuniones familares preguntaban que queríamos ser de adultas mis primas y yo. Ellas decían que querían ser esposas de un hombre que las amara, eso era todo. En cambio yo siempre decía que estudiaría una carrera, la que quisiera, la que a mí me gustara. Mis sueños siempre hablaban por sí solos a esa hora y lo único que me ganaba eran las burlas de todos.

—¿Sabes cuántas mujeres han dicho lo mismo?— preguntó con burla mi abuela y guardé silencio.—Muchas, niña tonta y nadie puede con eso.

—Mi madre pudo— agregué con orgullo.

—Tu madre ha sufrido mucho para lograr sus sueños— rodó los ojos.—Mi pobre hija hubiera sido feliz con Tadeo, el pretendiente que la quería antes de que el gringo de tu padre apareciera en su vida.

—Ella es feliz— afirmé.—Y yo lo seré también, logrando mis sueños.

—Todas dicen lo mismo— habló una de mis tías.

—Yo no soy todas— dije seriamente.—Soy diferente.

Ese día todos se rieron de mí.

Cada una de sus palabras se encajaban en mi pecho y mente. Recordaba cada una de ellas.

No sirves para nada.

Terminarás cómo las demás.

Tu madre tuvo suerte, ¿tú? No lo creo.

Quítate esas ideas locas de la cabeza.

A mi madre nunca le gustó que me hablaran así, pero muy en el fondo ella tampoco creía en mí. Ella sólo se conformaba con que yo tuviera una carrera y un trabajo estable donde pudiera vivir con lo necesario. Pero yo deseaba más, más y más. Sin límites.

Yo les demostraría que podía con todo lo que me proponía y mirarían su error al querer minimizarme como si fuera una chica cualquiera. Estudié noche y día. Ese no era un esfuerzo para mí, siempre me había gustado la escuela y lo dejaba ver en mis calificaciones. Los profesores siempre felicitaban a mis padres y cada uno de mis diplomas de secundaria junto con mis medallas se las presumía a mi familia que poco a poco se sorprendían.

Su propio juego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora