Archivo 13

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Archivo 13

El desierto a tres pasos del mar

Christian:

Mis ojos pesaban, había pasado la peor noche de mi vida, después de aquel destructivo encuentro sexual entre Billy y yo, el desvelo que había padecido me mantuvo en un completo estado de alerta, ya que a cada tanto, mi captor se movía y emitía fuertes ronquidos que trajeron entre sueños las noches en las que había despertado junto a Scahel, el cual también roncaba.

En uno de sus tantos manotazos y abrazos para con mi persona, sin saber si era realmente él o si se trataba de su hermano, terminé adueñándome de mi anillo de matrimonio, arrancándoselo del dedo anular casi con los dientes.

Sabía que era de día, el sol que iluminó la alcoba y el intenso calor me indicaron que eran más de las once de la mañana, intenté espabilarme de aquel pesado sueño ante el mal dormir de la noche anterior, me encontraba sin ánimos de levantarme.

No estaba solo, sabía que había alguien en la cama, ya que algo se movía sobre el colchón, aunque más que molestarme me daba a entender de quién podría llegar a tratarse, sintiéndome un poco más tranquilo, haciéndome el dormido.

—"Si fuera Billy ya me habría despertado a los golpes o simplemente me habría arrancado las sábanas, follándome nuevamente" —Pensé, sintiendo como los dedos de Anthony rozaron mi labio inferior, justo donde Billy me había golpeado.

—¡Auch! —Abrí los ojos aún adormilados, donde lo primero que vi fue la inmensa sonrisa del jovencito al verme despierto, arrojándoseme encima—. ¡Auch!... Cuidado, cuidado. —Intenté apartarlo de mí, pero las esposas me lo dificultaban, dejando que me soltara cuando se cansara de abrazarme.

—"Realmente no entiendo cómo Billy puede tener a un joven tan dulce y cariñoso como Anthony de hermano". —Era algo que a ninguno de los refugiados se le hubiese pasado por la cabeza. Ni en las más locas elucubraciones, yo me hubiese imaginado que el talón de Aquiles del carroñero fuese aquel dulce joven de ojos castaños, los cuales al fin me miraban, después de soltar mi cuerpo.

—Hola —le saludé, observando cómo él comenzaba a hacer sus señas, imaginando que me saludaba—. ¡Así que sabes leer los labios! —El chico asintió, volviendo a hacer varias de sus señas, las cuales no comprendía del todo—. Es genial... ¿puedes soltarme? —Negó con la cabeza, explicándome al meter sus manos en los bolsillos de sus jeans y sacarlas vacías, que él no poseía la llave—. Necesito hacer pis, urgentemente. —El chico comenzó a sacudir sus manos, bajándose rápidamente de la cama, saliendo a toda velocidad de la alcoba—. No, no... espera... No llames a tu hermano... ¿Anthony?

Pero como era de esperarse, el chico hizo caso omiso a mi petición al no poder escucharme, saliendo a toda velocidad del cuarto, dejando la puerta abierta, encontrándome con el grotesco hombre de color, el cual parecía no dormir nunca cuidando la entrada de la alcoba a toda hora.

—¿Qué hay, Doc?... ¿Pasó buena noche? —El musculoso hombre sonrió con cierta socarronería, lamiéndose el grueso labio superior—. Se le nota algo desvelado. —Soltó una carcajada, haciéndome sentir un irrefrenable odio por aquel hombre, el cual parecía disfrutar con el dolor ajeno.

No respondí, no quería entablar una conversación con semejante individuo, el cual no dejó ni por un segundo de mirarme, hasta que alguien más captó su atención, descruzando sus musculosos brazos, sin dejar de sonreír ante lo que veía.

—Ya basta, Anthony... deja de empujarme. —La voz de la joven que había sido obligada a darme mi primera felación, se dejó escuchar a la distancia, percibiendo como un intenso rubor recorrió todo mi rostro, ante la vergüenza de volver a verle a la cara—. Maldita sea, Tony... ¡Suéltame! —exigió la molesta jovencita, justo al llegar a la alcoba, donde el chico me apuntó con su dedo índice, apretándose la entrepierna, señalando al cuarto de baño.

EL REFUGIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora