Archivo 12

73 9 2
                                    

Archivo 12

Ante los ojos del mal

Christian:

Corrí y corrí por los pasillos del salón de conciertos Walt Disney Hall, gritando el nombre de Scahel, lo cual salía de mis labios como un eco que retumbó entre las acústicas paredes del oscuro lugar, bajando las escaleras que daban a la tarima del salón, donde Scahel se encontraba rodeado de marionetas zombis, intentando darles batalla con una espada de utilería, observando como Billy contemplaba el espectáculo, sentado en la primera butaca a mano derecha del teatro.

—¡Scahel! —Volví a gritar, descendiendo velozmente las escaleras, observando como el líder carroñero se levantaba rápidamente de su puesto con una amplia sonrisa cargada de satisfacción, relamiéndose los labios con total deleite, notificándome justo cuando un gran número de cortinas blancas y telones rojos cayeron sobre el escenario, cubriendo aquella batalla campal.

—Eres mío. —Desperté, dando un salto sobre la cama, donde lo primero que contempló mi desenfocada visión, fueron un par de cortinas blancas como las de aquel macabro sueño, donde una imponente silueta masculina me daba la espalda, admirando la noche.

—¿Scahel?... —pregunté dubitativo, intentando acomodarme mejor sobre la suave y acolchada cama, la cual por supuesto no era la mía.

Una esposa en mi pie derecho y otra en mi mano izquierda, me demostraron que en efecto todo lo que había ocurrido en la tarde no había sido tan solo un sueño, percatándome de quién era aquel que se encontraba enfrente del amplio ventanal, donde el par de blancas cortinas siguieron ondeando sobre su espalda

"¡El Cowboy!", pensé, sintiendo como todo mi cuerpo se tensaba, al escucharle hablar.

—Me ofendes, Christian. —Las cadenas que me mantuvieron cautivo, tintinearon ante la insistencia de mi cuerpo a sentarse sobre la cama, sin poder lograrlo, observando como el calmado hombre giró el rostro, intentado verme con su visión periférica, contemplando su imponente perfil, volviendo a mirar una vez más por la ventana.

—Billy... —solté en un susurro ahogado, sintiendo una punzada en mi estómago al darme cuenta, no solo de dónde me encontraba, sino también de cuál era mi situación.

Me encontraba sujeto a la cama por las esposas y las cadenas, donde tan solo un pequeño slip cubría mis partes íntimas, dejando mi trasero expuesto, el cual rodó nuevamente hacia abajo, al pretender levantarme, haciendo que el slip se introdujera aún más entre mis nalgas, percatándome de que había algo sobre la cama, varias esferas, aunque no supe a ciencia cierta qué eran.

—Así está mucho mejor, gatito. —Odiaba que me llamara de aquel modo, y más aún que lo dijera en aquel tono tan seductor, como si creyera que aquello me desarmaría o como si pretendiese hacerme caer ante sus encantos, aunque para mí, no poseía absolutamente ninguno—. No soy la basura con la que te has estado revolcando. —Se giró justo cuando yo negaba con la cabeza—. ¡Oh, vamos!... El Doc del sargento Ricco. —Escupió hacia uno de los costados como si el simple hecho de decir su apellido le causara náuseas, apartando bruscamente las cortinas, las cuales siguieron danzando a su alrededor, acercándose lentamente a la cama—. ¿Crees que no sé qué ustedes tienen algo más que una relación amistosa?

Posó sus manos sobre el colchón, muy cerca de mi pie libre, el cual aparté de él, intentado cubrir mi desnudez con las sábanas, sin dejar de mirarle, ya que aunque la posición en la que se encontraba no dejaba ver sus oscuros ojos, pude sentir cómo me comía con la mirada, percibiendo como varias de las esferas sobre la cama, rodaban hacia mí y otras simplemente cayeron al suelo.

—Pero ahora eres mío... Doc. —Comenzó a subir a la cama, gateando lentamente hacia mí, mientras yo intentaba apartarme de él, lo que por supuesto era más que imposible ante mi precaria situación, donde tomó una de las esferas, colocándolas enfrente de mí, acariciándome el rostro con esta, percatándome de que tan solo se trataba de una bola de estambre—. Y voy a darte tanto placer, que ya no recordarás su nombre, ni que hubo alguna vez un sargento Ricco entre tus piernas y maullarás solo para mí, gatito.

EL REFUGIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora