Una pechá de almas

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DIOSA: Hela 

LEYENDA: El Cortijo Jurado

SEGUNDO PREMIO

La última luna llena del mes de octubre estaba en todo su esplendor

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La última luna llena del mes de octubre estaba en todo su esplendor. Para algunos, el día que precede a Todos los Santos era solo una excusa para ponerse disfraces ridículos y profanar lugares sagrados en pos de la diversión y el desvarío. Para otros, tenía un significado más importante, pues era la noche en la que tenían la oportunidad de conseguir un trato de favor por parte de fuerzas poderosas. 

Hela, ajena a todas estas dudas de los mortales, pues ella era consciente de su propia existencia y por ende de la realidad de un mundo que no conocíamos, paseaba maldiciendo mientras su túnica larga y negra le proporcionaba un poco de intimidad entre las pocas sombras que gobernaban esa noche. 

—Si Odín me viese, sería el hazmerreir de todo Asgard.

Su fiel perro, Garm, gruñó en señal de respuesta. Continuaron su camino y no tardaron en llegar, subiendo por la leve inclinación de la loma, a su destino. El olor a carne en descomposición que siempre inundaba el barrio de Campanillas había sido incrementado debido a las últimas lluvias y provocaba en la Diosa muecas de desagrado, mientras que su compañero salivaba, emocionado.

—Garm, céntrate. Cuanto antes terminemos con esto, menos oportunidades tendremos de ser descubiertos y avergonzados.

Pensó, con cansancio, como se había visto obligada a bajar a Midgard después de escuchar una conversación en la que unos asgardianos se mofaban de que en Málaga había un lugar en el que residían almas indignas que habían conseguido eludir a la Diosa. Tras unas cuantas torturas, la mayoría innecesarias pero merecidas, le dieron el nombre de aquel sitio: El Cortijo Jurado.

Y allí estaba, en la noche de Halloween, esperando que la alineación de los astros permitiese que los fantasmas fuesen más visibles y poder llevarlos a todos con una patada en el culo al lugar al que pertenecen.

Indicó a Garm, haciendo una señal con sus largas manos, su intención de que se separasen para acabar cuanto antes con su cometido. El perro avanzó despacio, pendiente de cada irregularidad que pudiese localizar su olfato. Hela se dirigió hacia la entrada principal de tan imponente lugar, que a pesar de haber sido restaurado en muchas ocasiones parecía haber tenido tiempos mejores. La simetría destacaba, siendo el eje central una torre un poco más alta que, alumbrada por la luna, hubiese hecho estremecer a cualquiera.

La puerta cerrada con varias cadenas no fue un impedimento para la Diosa, que avanzó con lentitud en la oscuridad que las ventanas tapiadas daban al lugar. Su naturaleza le hacía tener los sentidos más desarrollados de lo que cualquier humano pudiese imaginar, por lo que no le fue difícil detectar un sonido de cadenas que provenía del piso superior.

Mientras subía, varios ruidos se unieron al tintineo y, tras entrar en una estancia, pudo ver a dos figuras masculinas y traslucidas. Una de ellas estaba mirando fijamente a la otra que empuñaba los dos grandes trozos de metal, los cuales habían estado haciendo los sonidos que ella había escuchado y emitía quejidos ridículos.

—No, no, no —dijo una de las almas mientras le arrebataba a la otra las cadenas y las lanzaba lejos—. Con eso van a pensar que todo es una broma y vendrán a investigar quién es el culpable. Queremos que nos dejen de molestar.

—Disculpad.

La voz de Hela resonó en la estancia. Los dos fantasmas la miraron con curiosidad, pero no se asustaron. Cuando perteneces al mundo de los muertos pierdes la capacidad de sentir temor, pues nuestros miedos están basados en el dolor y la muerte, y para ellos ya no tenía sentido preocuparse por esas cosas.

—¡Mierda! Ya han empezado a llegar, Lucas. Avisa a los demás, yo me encargo de esta. —La figura soltó las cadenas y traspasó las paredes.

—¿Esta? —respondió Hela, que a pesar de sus susurros lo había escuchado—. ¿Qué forma es esa de referirse a una Diosa, estúpido?

—Madre mía, cada año vienen más borrachas —dijo el fantasma, avanzando hacia ella.

Hela levantó un brazo justo antes de que el alma de Miguel le alcanzase y lanzó un destello de energía negra que atrapó al sorprendido incauto. Para ella hubiese sido muy fácil llevárselo en ese momento, pero antes tenía unas preguntas.

—No sé que hacéis aquí, pero vengo a reclamar vuestras almas. Helheim es al lugar al que pertenecéis. ¿Cuántos de vosotros hay?

—Unos diez o doce. No estoy muy seguro, este lugar es demasiado grande.

—Perfecto, puedo acabar antes de media noche.

—¡Espera! —exclamó Miguel, haciendo que la Diosa se detuviera—. ¿No podría quedarme aquí? Me gusta este lugar.

—Lo siento, mortal. En el momento que pierdes tu vida, tienes que venir a mi reino. 

Los ladridos de Garm indicaron que ya estaba empezando a recolectar las demás almas y la prisa le apremió. Miguel, en su desesperación, recordó cómo había sido su vida y cómo acabó en esta casa desvencijada, huyendo de sus propios compañeros del bando republicano que habían descubierto que llevaba meses dando indicaciones al enemigo de sus movimientos. Murió igual que había vivido, como una rata atrapado cuando se desprendió el techo. Esto le dio una idea que podría salvar su alma.

—Te propongo un trato. Me dejas morar aquí y, a cambio, todas las almas que aparezcan en este lugar serán enviadas a donde tú quieras.

Hela soltó su agarre y sopesó la oferta. Ese lugar tenía algo que escapaba a su comprensión, pues nunca había tenido que ir ella misma a ninguna misión. No quería admitirlo, pero el trato que le ofrecía el fantasma era la mejor solución. Así no tendría que volver a Midgard ni nadie sembraría más rumores sobre la eficacia de su reino.

—De acuerdo.

Con esas palabras desapareció y se dispuso a ayudar a su fiel compañero a recolectar las demás almas de ese sitio y poder abandonar el lugar lo antes posible. Miguel sonrió, aliviado, y se fue a preparar trampas mortales para los incautos que esa noche se atreviesen a pisar el Cortijo Jurado. 

Ese año, Halloween iba a ser especial.

Ese año, Halloween iba a ser especial

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