Día de lluvia

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Reto "Emojis fantásticos" de WattpadFantasiaES
👨‍🍳🌧🦝

—¡Cuatro tostas de boquerones en escabeche, dos sopas de caracol y dos de ancas de rana en tempura!

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—¡Cuatro tostas de boquerones en escabeche, dos sopas de caracol y dos de ancas de rana en tempura!

—¡Oído!

La respuesta de los tres ayudantes de cocina casi se pierde entre el bullicio de los fogones. Las sartenes volaban con maestría, preparando las verduras salteadas. Los hornos emitían desagradables pitidos anunciando que quemarían lo que había en su interior si no aligeraban pronto su carga. El rudimentario extractor intentaba, sin éxito, eliminar la mezcla de olores que se congregaba en el ambiente. Y Federico, el cocinero, intentaba dirigir el lugar sin perder los estribos.

—Estoy mayor para este trabajo —murmuró.

Como si fuese una confirmación de sus palabras, una de las planchas dejó de funcionar. Lo supo en cuanto vio la cara de preocupación de Coral, una de las nuevas adquisiciones del negocio, que intentaba sin éxito encenderla de nuevo antes de que se viniese abajo y el trabajo se retrasara.

—Tranquila —dijo mientras se acercaba y ponía la mano en su espalda.

—No sé como ha pasado, señor.

El leve temblor en su voz casi le hace sentir compasión por ella. Federico contempló la maquina, viendo donde estaba el problema. Su falta de concentración de hacía unos minutos había hecho que el fuego se apagase. Coral dominaba el hielo, lo que la hacía una experta heladera, pero pésima en el candor de la cocina.

Federico chasqueó los dedos, provocando que, al instante, el fuego de la plancha se volviese a encender. Coral le miró, agradecida, y volvió a su labor. El poder controlar ese elemento había sido un gran aliciente para su trabajo. Dentro de las cosas que el cometa había causado, no era lo peor que podía haberle pasado.

Dos años atrás, se encontraba fumando un cigarro en la puerta trasera del restaurante, descansando de una dura jornada antes de ponerse a ultimar los preparativos para el cierre. La noche estaba despejada, pero las estrellas del cielo se escondían debido a la contaminación lumínica que acarreaba vivir en una ciudad.

Las bocanadas de humo escapaban de sus labios mientras sentía como los músculos cargados se relajaban y daba vueltas a la idea de dejarlo todo. En ese momento, una bola enorme y brillante comenzó a surcar el cielo, haciendo que su corazón se encogiese durante un segundo. Cuando se dio cuenta que era solo una especie de cometa, apagó el cigarro para volver a sus obligaciones, pero un pitido ensordecedor hizo que tuviese que llevarse las manos a la cabeza. El sufrimiento duró hasta que perdió la conciencia.

Desde ese día, muchas personas comenzaron a tener poderes de los más variados y se desató el caos. A pesar de lo que se pudiese suponer por los años de historias que nos preceden, la gente comenzó a controlarlo y el mundo pareció convertirse en un lugar mejor en el que todos utilizaban sus dones para ayudar al prójimo. Una perfecta utopía.

Apoyado en la mesa de pase, tras rememorar esos momento, Federico pensó en que no todo había sido tan bueno. Como tantas otras veces, sentía que tener ese poder le había anclado a ese lugar, a ese maldito restaurante que detestaba y amaba a partes iguales. Podía haberle tocado el don de dominar las plantas, para poder crear un huerto en mitad del campo y no depender nunca más de trabajar. O algo más sencillo, como le pasó a algunos, de saber en que momento iba a sonar un teléfono. Estaba seguro de que la gente más feliz era la que tenía el poder de pasar los anuncios de los programas sin tener que esperar.

—Va a empezar a llover —dijo Oscar, uno de los ayudantes, cuyo poder era más útil de lo que él creía—. Deberíamos prepararnos, vendrán más clientes.

Federico asintió, mirando al infinito con aburrimiento. Pero, de repente, su expresión cambió y el agobio invadió sus venas. No disponía de mucho tiempo.

—¿Qué sucede? —preguntó Coral, que se había colocado a su lado.

—¿Dónde está Miguel?

Sabía que el tercer miembro de su equipo se encontraría fumando en la puerta trasera. Era el que se encargaba de los postres y durante el servicio siempre trataba de escaquearse para hablar con su novia por teléfono. El problema era que siempre dejaba la puerta abierta, para no quedarse en la calle.

Federico corrió, sabiendo que era demasiado tarde, pues las primeras gotas de lluvia estaban empezando a caer. Su miedo se incrementó al ver en como un destello gris se cruzaba en su camino. El maldito había entrado, como siempre intentaba cuando había tormenta.

—¡Dejad lo que estéis haciendo! —gritó Federico—. Hay que conseguir atrapar a ese mapache.

Los dos le miraron, extrañados, pues llevaban poco tiempo en el local y no sabían de lo que estaba hablando. Pero Coral se dio cuenta justo en el momento en el que la alimaña, con sus dientes afilados y ojos desquiciados, se subía en una de las encimeras y comenzaba a roer el pan que Oscar había preparado para las tostas.

—¡No! —señaló Federico al darse cuenta de que la chica iba a usar sus poderes—. Sin usar los dones.

Coral se extrañó, pero al igual que Oscar, no replicó. Comenzaron una extraña danza con el animal, en el que la cocina fue la peor parada. Golpes, codazos y mordiscos fueron sucediendo sin poder evitarlo, hasta que consiguieron acorralarlo en una de las esquinas. Federico suspiró, pensando en que todo había terminado, pero no contaba con la aparición de Miguel que, al no haber escuchado sus órdenes, pensó que era buena idea lanzar un rayo al mapache para controlarlo.

Un instante después, en un abrir y cerrar de ojos, Federico se encontraba de pie junto a la plancha, con Coral a su lado mirándole con cara de preocupación esperando a que la encendiese para poder seguir con su trabajo. Se llevó las manos a la cabeza, ante la mirada desconcertada de la chica, y emitió un grito de frustración.

—¿Por qué narices le tuvo que tocar el don de controlar el tiempo a ese maldito mapache?

Palabras: 988

Palabras: 988

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