Sé que llegué tarde, y la única vez que llegué temprano, ella ya se había ido

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— ¿Puedo pasar? – pregunto, asomando mi cara al salón después de tocar la puerta siempre abierta.

— ¿Otra vez llegando tarde?

— Disculpe, profesor. Es que... (en mi defensa, la única vez que llegué temprano...).

— ¿Qué? A ver, cuéntenos a todos por qué siempre llega a esta hora y con cara de no haber dormido.

Sí, mi cara dice la verdad, no dormí. La última vez que lo hice, ella me dijo Buenas noches y más nunca me lo ha dicho. Desde ese entonces, me quedo despierto, escuchando sus canciones, por si, de casualidad, recuerda de que existo. Por eso siempre llego tarde, pero no tan atrasado como los Buenos días que, creo, se perdieron en el techo de su habitación cada vez que se quedaba dormida contra su voluntad, ahí, justo al lado de los Te extraño.

— Es que... – elijo decir –: me desvelé jugando en el celular, lo siento.

(¿Esa vez? ¿Aquella vez? Que va, ya era muy tarde, ya todo se había perdido).

Paréntesis que... ( ) escribí, antes de apagar la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora