— Te quiero.
— ¿Me quieres?
— Sí, te quiero – repitió – ¿Y tú?
— Yo... – dudé si debía decirlo más allá de pensarlo, pero cuando me di cuenta ya lo había lo había, en voz alta, pensado –: te amo.
Entonces pasó el silencio. El silencio después de un te amo.
— Mmm... – suspiró por fin, dando señales de vida–. Lo siento, pero yo te quiero, solamente.
– Lo entiendo.
(¿Lo entendía?)
— ¿Lo entiendes?
(¿Si lo entendía?)
— Sí, – agregué sin más, viéndola y recordando por qué había pensando en voz alta la declaración que tanto había guardado –: porque entre querer y amar hay una gran distancia – se me antojó señalar la comparación con mis manos formando un abismo vertical entre ellas – y, si tomamos en cuenta tu estatura (tu muy pequeña estatura), para alcanzar a amar vas a necesitar reunir unas cuantas sillas en las cuales subirte para lograr tu meta.
Terminada mi rutina de stand up improvisada, me dí la vuelta sintiendo, aún así, el peso de su mirada en mi espalda apuntando directo al corazón con gatillo en mano.
— Ya no te quiero – disparó, por fin.
Sereno volteé, preguntando:
— ¿Ya reuniste las sillas suficientes?
— Solo una y estoy pensando en lanzartela porque te odio.
(Bueno, algo es algo).
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Paréntesis que... ( ) escribí, antes de apagar la luz
CasualeNo sé si la realidad es realmente real; y, mucho menos, estoy cosnciente de saber si yo existo dentro de dimensiones en las que se puede existir. Lo único que sé, de lo que estoy seguro, es que (yo, ustedes, usted, nosostros, cualquiera) debería(s)(...