19. Daniel

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La insoportable alarma de mi móvil comienza a sonar y yo me sobresalto, no por el ruido, sino porque amanezco abrazado a la espalda de Axel, con mi nariz rozándole la nuca y nuestras piernas entrelazadas, en la famosa posición de la cucharita.

Y algo muy importante: tengo la polla pegada a su culo y más dura que un pedrusco.

Me separo del horno de su cuerpo de inmediato y me doy la vuelta para coger el móvil de la mesita de noche y apagar la maldita alarma.

Suelto el aire que he estado aguantando desde que he abierto los ojos y espero a que se me baje la erección, tumbado de lado, en el filo de la cama y de espaldas a él.

—¿Dani? —me llama con voz ronca, y noto que la cama se mueve, así que supongo que se habrá girado hacia mí.

Oh, así no ayuda.

—Cállate —le espeto—. No me hables tan temprano.

Se ríe, y así tampoco ayuda.

Me pongo las gafas, porque no veo una mierda, y me doy la vuelta para que estemos cara a cara, pero es la peor decisión que tomo esta mañana, porque el Axel recién despierto es una verdadera obra de arte: sus perfectas facciones relajadas, su deliciosa boca formando una sonrisa adorable, sus magnéticos ojos azules mirándome con cariño, su espeso pelo revuelto...

—¿A qué hora entras hoy? —me pregunta en voz muy bajita, casi en un susurro.

Un cosquilleo me recorre el cuerpo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies, porque su voz es la mejor melodía que he oído jamás.

¿Por qué estoy sintiendo tantos sentimientos sentimentales? Y todavía ni me he levantado de la cama.

—A las diez —le respondo, también bajito, como si temiéramos que alguien descubriera que hemos dormido juntos.

—Puedo acercarte a la universidad. Si quieres.

Qué gran idea meterme en su coche, un sitio donde apenas corre el aire, con Axel recién salido de la ducha, tan limpito, con su perfume recién echado y desprendiendo sus feromonas masculinas mañaneras.

Trago saliva.

—Sí quiero.

Sonríe aún más.

—Pues dúchate tú primero.

—¿Y si lo hacemos juntos? —le propongo en tono jocoso, y paseo el dedo índice por su pecho, juguetón—. No hay secretos entre nosotros; ya nos lo hemos visto todo.

Axel se ríe con ironía y me da un par de palmaditas en la mejilla antes de levantarse.

—Mejor será que me duche yo primero, que tú tardas un milenio.

Simulo lloriquear y no me queda más remedio que abandonar la cómoda cama yo también. Al abrir la puerta para irme a mi habitación, me encuentro a mi madre en el pasillo, preparada para irse a trabajar.

—Eh... Buenos días, mamá. —¿Estoy nervioso? ¿Por qué estoy nervioso? No debería estar nervioso—. ¿Ya te vas? Hace un día espléndido, ¿verdad? Se nota que es primavera, que la sangre altera.

—¿Has dormido con Axel? —inquiere, extrañada.

Comienzo a juguetear con el colgante y no entiendo por qué.

—Sí, claro. No estuvimos haciendo nada raro, eh. Nos pusimos a ver una peli anoche, pero me quedé dormidísimo.

¿Por qué estoy dando tantos detalles innecesarios?

Mi madre transforma su expresión de extrañeza a una de sospecha. Entonces, mi salvador aparece detrás de mí y me da un empujón para apartarme de la puerta, que la estaba bloqueando con mi cuerpo hecho un flan.

Ojalá reescribamos nuestra historia (Serie Lapislázuli #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora