1. La jaula del león

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En cada viaje escolar la maestra se preguntaba si había elegido la profesión correcta, más cuando tenía que cuidar de treinta niños en un lugar donde hay tanta gente yendo y viniendo como un circo. Mientras les decía que se queden quietos porque el show estaba apunto de comenzar y les compraba un algodón de azúcar, era imposible que algún travieso no se le escapara, más teniendo un travieso como ese pequeño rubio escurridizo, que se escabullía entre las faldas de la multitud para ir a explorar el circo en busca de una aventura. Llegó a tras bambalinas, detrás de un telón una gran jaula, y en ella un triste león que, según él, le pedía ayuda con los ojitos. Sin miedo, el niño caminó hacia el animal, le prometió libertad, y estiró la mano hacia la manija de la jaula.

—Mi mamá dice que no podemos abrir la jaula del león.— dijo otro niño que acababa de llegar, su cabello pintado en spray morado, su cara maquillada y con piedras de colores pegadas en la frente y alrededor de los ojos. —Es peligroso, come personas.

—¡Pamplinas! no puede ser peligroso.

El de pelo morado lanzó una risita.

—¿Cómo dijiste?

—Pamplinas, ¿qué tiene?— el rubio se puso las manos en la cintura, molesto porque ese desconocido se riera de su forma de hablar. Aunque por lo general sus estados de molestia nunca duraban mucho y pronto volvía su atención al gran felino. —¡Es que míralo! Es un gatito enorme, nada más.

—Me gustan los gatitos… y pensándolo bien, papá dice que solo es peligroso si tiene hambre.

—Entonces, ven, ¡Ayúdame y liberemos a este amigo!

Ese día por poco no salió en todos los diarios, el día en que un león recorrió toda la ciudad y aterrorizó al condado. Para los dos pequeños responsables ese sería el día en que hicieron su primer amigo y salieron corriendo del circo para que nadie los reproche por la travesura que hicieron.

—¿Dónde vamos? Tengo que hacer mi acto en un rato.— advertía el niño cuyas piedritas en la cara se le despegaban mientras corría de la mano con su nuevo compañero de aventuras.

—¡Quiero mostrarte algo!— decía el compañero llevándolo hacia el bosque.

—Siento que mis padres se van a enojar si se enteran que estoy aquí.— el circense sabía que se habían adentrado bastante en la parte prohibida de la ciudad cuando al fin se detuvieron.

—No importa, mira, allá está mi abuelo.— escondidos entre el pastizal, ahora observaban lo que habían venido a ver. —Esa es su casa.

—¿Y esas personas?

—Viven con él porque sus familias no los quieren.

—¿Por qué?

—Porque son diferentes. Creo que los adultos les dicen "desviados".

—Mi madre dice que los desviados son peligrosos…

—Lo mismo decía del león y ya viste que no, ¿verdad?

—Lo mismo decía del león y ya viste que no, ¿verdad?

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Hit the road, Toshi! ✧ ShinKamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora