A veces reluce en mí el pensamiento lógico qué me impide tomar a la ligera cualquier suceso qué parezca inexplicable. Es por eso que ante cualquier situación donde se experimenta algo qué sólo se le puedan atribuir razones fantásticas o fantasmagóricas, no puedo sino respaldarme en el pensamiento crítico qué me ha permitido refutar las historias que muchos me han contado y otras tantas qué yo he vivido.
Así fue como pude determinar a los doce años en mi primer encuentro con lo supuestamente sobrenatural qué lo que estaba viviendo no era sino obra de una casualidad.
Me encontraba en la casa de la que algún día se convertiría en el amor frustrado de mi adolescencia. Había pasado toda la tarde a su lado compartiendo el espacio inmutable de su sala con el televisor a todo volumen. Llevábamos para ese tiempo ya casi una década siendo amigos por lo que dormir en su casa era algo que hacía con frecuencia. Además era lo que su padre tachaba de inofensivo.
Estábamos solos los dos siendo presa del encierro rutinario al qué sus padres nos condenaban para que no pudiéramos disfrutar de la vagancia nocturna qué muchos otros de nuestra edad disfrutaban a esas horas.
Cenamos lo que ella cocinó, no recuerdo con claridad lo que puso en mi plato aquella noche, pues yacía perdido en las facciones de su rostro y la dulzura de sus palabras.
Se quedó dormida en el sofá luego de un festival de películas de terror qué teníamos prohibido ver, me abrazó quizás una docena de veces y fue en esa misma posición qué dormitó, hasta que se quedó inmóvil luego de que el cansancio la invadiera. Fue inevitable para mi imitarla y al cabo de pocos minutos terminé igual que ella.
Me desperté quizás pasada la medianoche en las penumbras de una habitación qué a primera mano no pude reconocer. Permanecía en el mismo sitio y tardé varios minutos en comprender que no estaba en otra realidad, sino que más bien la luz se había ido y tal hecho había transformado el lugar en una caverna sinuosa de miedos inexplorados.
Lo primero que hice fue arroparle con mi chaqueta qué estaba cerca del televisor, en ese tiempo no existían los celulares por lo que tuve que caminar a tientas no en busca de solucionar el problema eléctrico, sino de satisfacer la necesidad inconmensurable qué dos litros de refresco y muchas golosinas le habían causado a mi cuerpo. Tropecé con un balde de agua helada y casi me resbalo en el líquido desparramado. Por lo menos me sirvió para darme cuenta de que me encontraba cerca del baño y luego de pasos inseguros abrí la puerta para ingresar, la cerré azotándola con mucha fuerza, como si con eso fuera a hacer que se iluminara toda la casa para poder defecar tranquilo.
Era yo de las personas que reflexionaba sobré cada aspecto de su vida mientras permanecía inerte con los ojos llorosos sobre una taza de cerámica; esa fue quizás una de las pocas excepciones, y esque si bien afuera del cuarto de baño pequeños destellos de luz nocturna se colaban por las tejas, dentro de aquel pequeño espacio no había más que tinieblas profundas que me hacían temblar, donde solo me acompañaba la desesperación y el goteo interminable de un grifo que no cerraba por completo.
Por un momento creí ser transportado a una realidad donde ya nada existía y me encontre solo con el deseo de regresar con la única persona que a mi percepción seguía existiendo en dicho universo. Me levanté apresurado, ni siquiera abroché mi cinturón, sentí mis pies descalzos empapados, al tratar de dar un paso percibí entre mis dedos la viscosidad que a mi mente se le figuró debería pertenecer a sangre y no a simple agua común. Temí tocarlos, mi instinto de escapar se fue inminente, tome el cerrojo, lo gire y la puerta se abrió pero se detuvo luego de desplazarse tan solo un poco, ni siquiera era suficiente para poder sacar toda mi mano.
Para ese punto dejé de pensar, y me convertí en un tumulto de desesperación que desfogué contra aquella puerta de madera. Usé cada una de las partes de mi cuerpo, la primera que se vio afectada fue mi rodilla a la que se le enterró un clavo sobresalido, debería de poder haber gritado luego de sentir el dolor punzante ya que escurría por mi pierna ( ahora sin lugar a duda), caudales incesantes de sangre; no pude gritar, mi garganta estaba seca, como si hubiera pasado un mes completo sin probar agua. Toda mi piel se erizó y por cada centímetro de mi cabeza hasta el principio de mi espalda sentí como se vertía el agua fría que debió de haber provenido de manantiales del inframundo.
