Capítulo 7

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Ayala y Alec miraban en silencio la cama donde yacía el viejo comisario, intubado, sedado y con los ojos cerrados.

Entró una enfermera.

- ¿Son ustedes familia?

- Compañeros de trabajo – contestó Ayala.

- ¿Qué pronóstico tiene? – preguntó Alec.

- Unas horas – contestó oficiosamente la enfermera mientras terminaba de cambiar la bolsa del gotero.

La enfermera salió. Alec y Ayala se miraron sin decir nada. Total, qué iban a decir ante el moribundo. Todo el mundo piensa y siente más o menos lo mismo en este tipo de situaciones. La Filosofía, la Psicología, la Poesía dejan de tener sentido. Incluso la Religión. Te mueres y a tomar por el culo.

- Tuvo una buena vida – comentó Ayala por decir algo.

- La tuvo.

Salieron de la habitación. Nada se podía hacer allí. Volvieron a la comisaría en el coche de Ayala.

Recibieron un aviso al pasar por recepción.

- La nueva comisaria les está esperando en su despacho.

Alec y Ayala se miraron. Al momento se dirigieron al que había sido el despacho del comisario y llamaron con los nudillos. Una voz de mujer dijo 'adelante' desde el interior. Entraron al despacho. Desde el sillón unos ojos azul acero se clavaron en ellos, sagaces, escrutadores. Era Maider Puy, la nueva comisaria.

- Buenos días – les saludó con frialdad – soy Maider, la nueva comisaria. Como supondrán, me han destinado desde la Central para hacerme cargo de esta comisaría. Espero sinceramente que nos llevemos bien.

Braüer iba a decir algo, pero la comisaria no le dejó ni siquiera empezar a hablar.

- Siéntense, no hay tiempo que perder. He estado mirando su caso. Sinceramente, no me gusta lo que veo.

Continuó hablando en un tono cada vez más demandante.

- No me gusta cómo están llevando la investigación, no me gusta ver que no hay apenas nuevos datos, ni pistas, ni nada de nada. No sé a qué se están dedicando ustedes pero les aseguro que esto va a cambiar.

Se dirigió directamente a Alec.

- Usted por ejemplo, Braüer ¿Cuándo fue la última vez que aportó algo a esta investigación? Se está yendo usted por las ramas, todo es caótico. Nombres irrelevantes, personajes que nadie sabe qué pintan en todo esto. Braüer por dios, quiero ver algún sospechoso que se pueda tomar en serio.

La comisaria continuó con el rapapolvo.

- Y esa idea de mezclarse con el alumnado... no sé la verdad. Tengo la sensación de que usted sobre todo se está divirtiendo mucho en esa politécnica. Ya me he enterado que hasta tiene un ligue ¡Vaya! No ha perdido el tiempo usted ¿Eh inspector?

- Con todos mis respetos, comisaria, nos parece la mejor manera de recabar información y encontrar pistas – se defendió Alec.

- ¿Ligando con las alumnas? Braüer, por dios.

Alec se encogió de hombros. La comisaria era de las duras. Conocía bien a esa clase de mujeres con poder, de cuarenta años, rubias y acostumbradas a mandar.

- Vamos a la sala, repasemos todo y veamos qué líneas de actuación serán relevantes – la comisaria se levantó y salió enérgicamente del despacho. Alec y Ayala la siguieron. Se situaron frente al panel de cristal donde estaban pegadas algunas fotos: la de Karen Alfort, la de Elektra Nelken, las de los ocupantes del Renault gris que rondaba la escuela. Nada parecía tener un mínimo de cohesión.

La vida secreta de Elektra NelkenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora