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La noche de Halloween caía sobre las bulliciosas calles de Nueva York.
Nick, un joven intrépido de 16 años, que se preparaba para una noche de diversión y golosinas. Sin embargo, lo que él no sabía era que esta noche sería diferente a cualquier otra.
Ese año se había decidido a usar su disfraz de vampiro; llevaba su capa negra y su traje escarlata, haciendo que su piel pálida resplandeciera en la noche. Se había delineado los ojos y agregó unos colmillos a su dentadura con dos pequeñas gotas de sangre sobre sus labios.
Había salido de su apartamento en el Lower East Side en compañía de sus amigos. Las luces de la Gran Manzana brillaban en la distancia, pero a medida que avanzaban, el se iba escabullendo por las estrechas y sombrías calles, las luces de las farolas se volvían tenues y espeluznantes.
El viento aullaba, y las hojas secas crujían bajo sus pies mientras avanzaba hacia aquella casa.
A la distancia vio la mansión de los Zakhar, una antigua estructura de ladrillos rojos, alta y escalofriante, estaba decorada. Las ventanas estaban cubiertas de polvo y telarañas, y fuera había algunos maniquíes de terror, tales como Freddy Krueger, Chucky y Jasson.
Se acercó a la puerta, temblando de emoción y miedo. Tocó el timbre, pero no escuchó ningún sonido.
Nadie respondió.
El viento creaba un sonido escalofriante y los maniquíes a su alrededor comenzaban a hacerlo sentir incómodo.
Los habían invitado a una fiesta, pero ninguno de sus amigos había querido ir, incluso días antes lo habían amenazado con dejarle de hablar si volvía a sugerir llegar hasta aquella casa.
Los Zakhar se habían mudado hacia algunos meses, eran misteriosos y Nick los veía como una familia fascinante, no solo porque se había enamorado a primera vista de quién parecía ser el hijo mayor... Bueno, en realidad sí.
Era solamente por eso.
La luna llena se alzaba en el cielo, y Nick podía jurar que había visto una sombra moverse detrás de una ventana alta, así que caminó hasta ella.
Sus coquetos ojos intentaron ver más allá de las cortinas, pero se alejó de golpe cuando escuchó un sonido de cadenas arrastrándose en el suelo, aquello hizo que su corazón se acelerara y él quedó en el suelo.
La puerta se abrió y algunos dulces fueron arrojados, se apresuró a incorporarse y tomar algunos.
—Es todo lo que hay.
Alguien dijo desde dentro, pero él no se movió. Se puso de puntitas, intentando ver dentro.
—¿No escuchaste? —la puerta se abrió de golpe. —Oh, eres tú.
