𝘃. él sabe

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—¡Cassia! ¿Quieres parar la lengua un segundo y repetirme qué fue lo que pasó sin atropellarte con las palabras, si no es mucho pedir?

Para cualquier persona que estuviera en mi situación, y que además contara con nulas habilidades de manejo de estrés, sí, es mucho pedir. Quise pelearla, pero debatir con una estudiante de abogacía de excelencia es equivalente a ofrecer voluntariamente tu propia cabeza a la guillotina.

Más aún si se trata de Lydia. Nunca nadie le ganará a Lydia.

Tomé la bocanada de aire más profunda que pude en un inmenso esfuerzo por no perder la cordura y comencé:

—Como dije, anoche terminé varada en el palacio en el que resulta vivir mi empleado, así que uno de sus hermanos me trajo de vuelta en el carro abollado de su otro hermano.

—¿Y el problema es...?

—¿Acaso te parece poco que me haya robado la cartera?

Ahí quedaron mis esfuerzos por mantenerme serena. Y es que cómo no iba a alterarme, cuando Chris tuvo el descaro de hacerme correr por casi cinco cuadras tras el coche en plena noche, en un fallido intento por recuperar mis pertenencias, incluyendo mi móvil.

—Bien, tienes razón —aunque intentó disfrazarla de tos, me di cuenta de la carcajada que se escapaba por su boca—. Te parezca o no, uno de estos días te llevaré con mi tía Cora para que por fin sepamos por qué arrastras tanta desgracia.

Gruñí. No es que Cora no me simpatice, al contrario, pienso que es de esas personas que con solo su presencia tiene el poder de hacer que el resto se sienta cómodo. Mi problema con ella es que cada primero del mes decide empezar una actividad, solo para desecharla por completo el último día de este. Ahora, las cartas del tarot fueron las afortunadas, y por más que Lydia sea capaz de jurarme ante la Corte Suprema de los Estados Unidos que a ella su tirada sí le hizo bastante sentido, a mí nunca me será de fiar ninguna actividad que Cora practique por menos de treinta y un días.

—Aguarda un segundo. Tú estudias leyes, tú deberías saber qué hacer en situaciones como esta.

Como si no le bastara con ser mi vecina, ni haber sido mi compañera de clase durante toda nuestra vida, Lydia también ingresó a la escuela de leyes junto conmigo. La diferencia es que ella sigue ahí, y yo lo dejé.

—Pues claro que lo sé —cogió su celular desde su bolso para entregármelo mientras zapateaba al ritmo de una melodía que no consigo reconocer—. Márcale al hermano, ese con el que trabajas, y dile que su otro hermano es un delincuente. Simple.

Por más que deteste la mirada orgullosa que la chica me da cada vez que me ofrece la solución más vaga del mundo, esta vez decidí hacerle caso. Para mi suerte, de tanto anotarlo en cada una de las agendas que mi madrina lleva para el registro de la boutique, había conseguido memorizar el número de Nick, y acababa de darme cuenta de ello.

Ya empezaba a perder la fe cuando finalmente, al tercer intento, atendió del otro lado.

—¿Si?

—¡Nick! Diablos, que no contestas.

—¿Quién eres tú? ¿Y cómo sabes mi nombre?

Sé que la mayor parte del tiempo Nick no atiende las llamadas de desconocidos ya que piensa que lo quieren estafar, por lo que también sé que debo ir directo al grano antes de que se asuste y quiera colgar.

—¿Me harías el favor de decirle al inútil de tu hermano que devuelva lo que no le pertenece?

—¡Já! Te equivocaste. No tengo un hermano inútil, tengo dos. Adiosito.

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