preludio

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Cuando un lindo rubio aparece en el templo desesperado Gyuvin siente el miedo correr por sus venas, se asusta por cómo su corazón late con fuerza en el momento en que esos hermosos ojos gatunos se encuentran con los suyos.

—¡Tú!— le dice en cuanto se acercó, con un tono que parece de molestia— ¿Dónde está el otro que vive en este lugar? ¡Me debe algo!

—¿De qué me estás hablando?— le pregunta Gyuvin, extremadamente confundido.

—¡No finjas! El niño me dijo que tú eras el que manejaba las cosas aquí— Gyuvin tiene que tomarse unos segundo para entender qué rayos está pasando. Todo cobra sentido cuando ve a Yujin escabullirse directo al patio.

Y es que su madre, una mujer de mucha fe (y muy amiga del pastor) creyó que sería una buena idea enviarlos a predicar a una pequeña ciudad bastante lejos de su casa, un lugar en donde hace demasiado frío y nunca hay nada nuevo por hacer.

Para Gyuvin esa fue de las peores ideas que ha podido tener su madre. Yujin podía estudiar en la secundaria del pueblo ¿Pero él? Sus planes a futuro, su vida había quedado en pausa el segundo en que su madre le avisó sobre su retiro. Constantemente le pregunta a dios porque era siempre él quien tenía que sacrificarse, porque estaba condenado a sufrir. Gyuvin una vez más se da la razón a sí mismo y concluye que estar aquí es un problema, que este lindo rubio es un problemático.

Vestido completamente de negro con una camisa de prfundo cuello en V, un cabello tinturado de rubio casi blanco y un rostro hermosamente maquillado. El joven sabe que este árbol torcido es un peligro para él y para su ya descarriado hermano, es gracioso porque lo que Gyuvin más disfruta es destruirse.

—Si, lo siento ¿Cuánto te debe?— pregunta Gyuvin a la vez que saca su billetera.

—¿Cuánto? Yo vengo a ver el jardín de fresas.

Gyuvin quiere golpear su cabeza contra la pared cuando entiende a que se refiere el rubio frente a él.

Gyuvin odia las fresas así como odia estar en ese lugar.





(...)





—No diré que te vi aquí, Kim Gyuvin. Tu hermano hace cosas peores y no conozco a nadie más de tu... lugar— dice Shen Ricky cuando se acerca a la banca en donde Gyuvin yacía sentado.

—¿Por qué no lo llamas templo? Es lo que es— responde Gyuvin mientras apaga su cigarro, extrañado por la actitud lejana de Ricky en cuanto a su religión.

—Porque alguien alguna vez me dijo que la fe te llena el alma pero yo por más que vaya a mil templos y lea sobre un millón de religiones siempre me siento vacío— le contesta sin mirarlo, de pronto la pantalla del teléfono de Ricky se ilumina avisando una llamada— Me tengo que ir— las dudas que hasta hace unos segundos nublaban la cabeza de Gyuvin se deslizan para dar paso a un sentimiento sin nombre cuando sin pensarlo toma el brazo de Ricky y frustra su escape.

—¿Tienes un encendedor? El mío ya no sirve— de mala gana, Ricky le arrebata el cigarro de la boca y lo enciende en la suya.

Ricky odia fumar con toda su alma, pero por alguna razón ama el olor que el cigarro de Gyuvin deja en su camisa.

Strawberries and cigarettes ; ryuvinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora