Episodio 1: Descenso descontrolado

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Si alguien le preguntara a Kaito qué esperaba encontrar en Nueva Pirexia, no sabría qué responder. La información que tenían era demasiado escasa en muchos aspectos y ninguno de los testigos de un plano completamente perfeccionado seguía con vida. Se habían preparado lo mejor posible para la incursión, con información sobre el plano y labores de reconocimiento, pero seguía sin saber qué esperar; más bien, en términos generales, sabía qué no esperar.

 Se habían preparado lo mejor posible para la incursión, con información sobre el plano y labores de reconocimiento, pero seguía sin saber qué esperar; más bien, en términos generales, sabía qué no esperar

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Sin duda alguna, la sensación de chocarse contra un muro de viento electrostático no estaba en la lista de cosas que esperaba. El golpe no fue lo suficientemente fuerte como para hacerle daño, pero sí para desorientarlo, distraerlo e, inevitablemente, dejarlo inconsciente.

Y ahora que había pasado, tampoco se esperaba que Nueva Pirexia tuviese el aspecto de una de las mejores playas turísticas de Kamigawa. Todo lo que llegaba a ver de Nueva Pirexia era arena impoluta sin ningún signo de peligro, más allá del riesgo de quemadura solar. Era agradable. Muy agradable. Nueva Pirexia no era una amenaza, sino un paraíso. Debería relajarse y dejarse llevar por el acogedor océano...

El sonido de ese océano sonaba en sus oídos mientras cerraba los ojos y se hundía más y más en la arena. Una parte de él sabía que Pirexia reconocería pronto su presencia y que reaccionaría como cualquier bestia salvaje ante un intruso. Un pequeño fragmento de coherencia en los confines de su consciencia le gritó en repetidas ocasiones que se despertase y que se liberase de la ilusión.

Pirexia era un peligro. No estaría aquí si no fuese el caso. Kamigawa estaba en peligro y debía hacer todo lo que posible para proteger aquello que amaba: sus amigos, su plano, su hermana... Estaba en Nueva Pirexia para salvarlos a todos.

Pero la arena era cálida y acogedora, y no encontró ningún motivo para moverse hasta que unas manos pequeñas y fuertes lo agarraron por los hombros y lo desenterraron hasta sentarlo. Esas manos eran familiares, como si perteneciesen a una persona conocida. También sintió que lo atacaban, por lo que se agitó para liberarse. El pequeño fragmento de su mente que no dejaba de gritar empezó a chillar más todavía, intentando recordarle que luchar tendría que haber sido su primer pensamiento, su primera reacción ante el más mínimo indicio de hostilidad. Pero no, lo único que hacía era agitarse inútilmente.

Una de esas pequeñas y fuertes manos le soltó el hombro, y fue capaz de liberarse durante un instante, dispuesto a sumergirse de nuevo en la paz y el placer, hasta que la mano le abofeteó la cara, justo debajo del ojo, tan fuerte que oyó el golpe tanto como lo sintió. Dio un respingo, con los ojos abiertos de par en par y, por primera vez, se dio cuenta de que el supuesto ruido de las olas era realmente el de metal chocando contra metal, hechizos que impactaban sobre sus objetivos y gemidos de cansancio. Alguien gritó y, sin un atisbo de duda, supo que antes de la bofetada aquello le hubiera sonado como algún tipo de ave marina sobrevolándolo... si hubiera llegado a escucharlo.

—Por fin —dijo la Errante con tono de satisfacción. Después, le soltó el otro hombro y se sacudió la mano con la que lo había abofeteado, que tenía los nudillos enrojecidos pero ningún signo de herida—. Me preguntaba cuánto ibas a tardar en unirte a nosotros.

Asalto a Nueva PhyrexiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora