Estática, y gritos, y la sensación de caer para siempre.
Elspeth estaba sola cuando recuperó el conocimiento en la tierra de Nueva Pirexia, atenazada por el miedo a lo peor. Estaba claro que habían caído en una trampa. ¿Era ella la única a la que habían perdonado la vida? ¿Volvía a ser prisionera de Pirexia?
Las dudas apenas tuvieron tiempo de surgir antes de que un grupo de pirexianos apareciese a la carga en lo alto de la colina. Elspeth empuñó la espada y se alzó para hacerles frente, agradecida de que no hubieran llegado mientras estaba inconsciente. De ser así, la habrían vencido con suma facilidad: hasta los mayores guerreros sucumben si los pillan con la guardia baja.
O si los superan en número. Los pirexianos eran seis, ella estaba sola y sus adversarios conocían el terreno, mientras que ella no. Aun así, abatió a tres de ellos antes de empezar a verse en dificultades. El primer pirexiano le había hecho un corte en un brazo y el miedo regresó, esta vez más intenso y diciéndole que la batalla quizá no se decantaría a su favor.
Entonces, un filo con un tono púrpura atravesó el corazón de uno de los pirexianos, revelándole a Elspeth que no era la única superviviente y, más aún, que no estaba luchando sola.
La llegada de Kaya enseguida inclinó la balanza a favor de ambas, lo que les permitió salir airosas. Elspeth casi sintió pánico mientras comprobaba si su compañera estaba herida: ella era inmune, pero Kaya no, y el exceso de precaución no existía en Pirexia.
Exponerse a la infección era una sentencia de muerte, y todos lo sabían. Aquel riesgo fue una de las primeras cosas que se explicaron cuando se descubrió la amenaza pirexiana. Había formas de evitar aquella fatalidad, pero eran raras, costosas o ambas cosas. El halo quizá fuese una de ellas, pero sus existencias eran limitadas y aún tenían que probarlo sobre el terreno. Tampoco debían albergar la esperanza de que Melira siguiese viva y pudiera prestarles ayuda.
Además, conocer un hecho es muy distinto de interiorizarlo, y Elspeth no estaba segura de que Kaya asimilara del todo el peligro en el que se encontraba.
―¿Estás bien? ―preguntó Kaya. Elspeth le respondió asintiendo levemente.
Tras la lucha, se dirigieron al campamento mirrodiano, donde un trol llamado Thrun había logrado abrir un agujero en el suelo del plano y soltar una escalera de cuerda con la que llegaron a la superficie del antiguo Mirrodin. Desde allí, prosiguieron hacia el cráter blanco, el acceso original hacia el núcleo de Mirrodin, que ahora las conduciría hasta la Capa del Horno. Ningún otro miembro del grupo se les unió por el camino.
Elspeth tenía la descabellada y un tanto infundada esperanza de que se reunirían con el resto cuando llegasen al fondo.
Su pesadumbre saltaba a la vista mientras caminaban. Su compañera tendría que haberla ignorado a propósito para no percibirla.
―Ya no debe de faltar mucho, cielo ―dijo Kaya mientras usaba la gravedad variable del cráter para caminar por la pared―. Hemos aterrizado bien. El camino fue algo accidentado, pero estamos de una pieza. Encontraremos al resto, ya lo verás.
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Asalto a Nueva Phyrexia
FantasiTraducción compilada y revisada por Falsisimo. En este doble compendio vemos la expedición a Nueva Phyrexia por parte de los Guardianes, siendo así un preludio a la Marcha de las Máquinas. La autora del texto original es Seanan McGuire.