Adrián se quedó en su sitio, inmóvil, con los ojos clavados en ella. Victoria no pudo descifrar lo que había detrás de esa mirada que parecía querer gritar tantas cosas. Entonces, vió con desconcierto, como se apagaba el brillo en sus ojos negros.
—Te estás llevando mi bolígrafo —volvió a repetir Adrián, con la mirada fría y distraída, colocada ahora en otro lado.
Victoria giró la cabeza hacia su izquierda y suspiró con expresión perpleja. Metió la mano en el bolsillo de su gabardina y, de repente, como un terremoto que irrumpe de la nada, aparece Lorena, a espaldas de Victoria, dando saltos.
—¡Victoria! —gritó la chica emocionada.
—¡Loca! ¡me asustaste! —respondió Victoria en voz alta, sobresaltada.
—¿Ah? ¿De qué me perdí? —pregunta Lorena cuando ve al esbelto chico extendiendo su mano hacia ellas.
—¡Ay! Que bonito el día para ir a conversar al parque y dejar en paz a los de la biblioteca —exclamó Matilde, la bibliotecaria, sin preocuparse en lo más mínimo por el tono sarcástico de su comentario.
—Ves, ya vámonos —dijo Lorena, con entusiasmo.
—Se me está cansando la mano —advirtió Adrián con mirada fría
Entonces...
—¡Hermano mío, mi hermano del alma, ahí estás!
Roderick entró a la biblioteca con tal algarabía, que todos los presentes giraron la cabeza hacia la puerta e hicieron gestos de silencio con el dedo índice en los labios. Matilde respiró hasta hinchar su pecho, mantuvo el aire en sus pulmones por unos segundos, exhaló con fuerza y cierró el libro que leía con suavidad, mientras observaba a Roderick acercarse a Adrían con una mirada que parecía que fuera a soltar chispas.
—¡Adivina que lindo angelito nos cayó del cielo el día de hoy! O mejor dicho de los States. ¡La mujer más bella que ha parido esta patria carajo!
Detrás de Roderick, apareció Raiza, una chica menuda de veinticinco años de apariencia sofisticada: vestía un saco gris hecho a la medida de su cuerpo, playera de Gun's and Roses, anteojos de aro negro y cabello recogido color café. El sonido de su calzado ejecutivo hacía eco en la estancia. Con paso firme y lleno de confianza, se acercó a Adrián.
—Hola, cuanto tiempo —dijo Raiza. Una sonrisa tierna y despreocupada le bailaba en la cara.
El silencio volvió a ser el dueño de la sala. Todos se le quedaron viendo a la misteriosa muchacha.
De pronto...
—¡Y nosotros nos vamos! —Lorena tomó a Victoria de la mano y se la llevó sin que ella pudiera decir nada—. Rápido, que traigo un montón de cosas atravesadas que quiero contarte y siento que voy a explotar.
—¿Qué esperas?, ven a darme un abrazo —dijo Raiza.
Adrián caminó hacia Raiza y le dio un abrazo sin ganas.
—¿Cuando llegaste? —preguntó Adrián, seco.
—Hoy mismo, Roderick fue por mi al Aeropuerto.
—¡Sorpresa! —dijo Roderick, con una sonrisa que parecía más una mueca.
—¡Vaya! De verdad no me lo esperaba. Y te quedarás ¿cuanto tiempo?
—Que feo, ¡no he terminado de llegar y ya quieres que me vaya!
—Lo siento, no quise que sonara así... —dijo Adrián, apartando la mirada.
—Relájate, estoy jugando. —respondió, alegre, Raiza. —Ya me quedo aquí en el país. La compañía para la que trabajo abrió oficinas acá, así que, acostúmbrense, un poco de orden en sus vidas ya les viene haciendo falta.
—Y yo que pensaba que el viajecito te quitaría lo maniática pero ya veo que no. —dijo Roderick, gracioso, para luego preguntar a Adrián—: Por cierto, cuando entré, te vi con una chica. ¡Vaya vaya! estamos avanzando. Aunque la verdad no pensé que fuera tan rápido.
Adrián no responde. Metió las manos en sus bolsillos, suspiró y vuelvió a apartar la mirada.
—Me alegro mucho Adrián —Interviene Raiza—. Créeme, he conocido a gente, a mucha gente que ha pasado por cosas... y lo han superado. Se que ha sido difícil...
—¡basta! ¿tu también? —exclamó Adrián, en voz alta.
Raiza miró a Adrián a los ojos. Nadie pronunció una palabra.
—El viaje ha sido largo amiga... deberías ir a casa —finalizó Adrián.
—Sí, tienes razón —Raiza sonrió, sacó de su cartera un folleto y se lo dió a Adrián—. Pero aún tengo que organizar algunas cosas aquí en la universidad, así que aún no puedo ir a casa.
Adrián tomó el folleto de mala gana, lo leyó y soltó una carcajada en voz baja de manera sarcástica.
—No necesito esto, pero gracias. —Adrián caminó en dirección hacia la salida de la biblioteca hasta darle la espalda a Raiza—. Hablamos luego, tengo cosas que hacer.
—Piénsalo, no pierdes nada —dijo Raiza.
Adrián salió de la biblioteca y Roderick se movió para ir tras el, sin embargo, Raiza lo detuvo, tomándolo por el brazo.
—Déjalo
Roderick se llevó la mano a la cabeza con una expresión de resignación, como armándose de paciencia.
—El muy idiota dejó su mochila y su libreta.
—Dale su espacio. Más tarde hablaré con el. Estoy segura que puedo hacerlo cambiar de opinión. No te preocupes, déjamelo a mi —terminó Raiza, con una sonrisita tierna dibujada en su rostro.
—Te lo encargo. Después de todo, de ahora en adelante, el será tu problema —respondió Roderick, con un tono frío.
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Mi Segundo Gran Amor (Love Again)
Teen FictionAdrián se culpa por la muerte de su novia. ¿Sería capaz de abandonarlo todo, si tuviera la oportunidad de volver con ella?