1. EL AMBAR COMO IMANES.

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Había hecho de todo para convencer a mis padres de que no nos obligaran a irnos con ellos a donde sea que fueran a ir.

Esta ocasión, era solo yo contra ellos por que a Yeji le hacía mucha ilusión mudase al campo, lejos de la ciudad donde nacimos y crecimos. Lejos de la ciudad donde estaba mi vida, lejos de la ciudad que yo amaba.

Nosotros lo teníamos todo, y no me avergonzaba para nada admitir y hasta presumir que mi padre era una persona muy importante e influyente en la industria manufacturera.

Yo vivía de lujos, vestía de finas marcas y cursaba las más prestigiosas escuelas de Seúl, manteniendo intacto mi estatus socioeconómico. Todo lo tenía a base de mis padres, por lo que no conocía lo que era mover un solo dedo para poner esfuerzo en algo.

Mis notas también eran malas, pero al gozar de cierto privilegio hay cosas que se pueden arreglar tan fácil como con un simple fajo de billetes o un pequeño recordatorio de quien era (al menos, yo nadie. Pero el apellido hacia todo por mi). 

Yeji, de cualquier manera, mantenía un promedio impecable y no era precisamente por las mimas razones.

Desde que tenía uso de memoria, recordaba a mi hermana siendo el orgullo de la casa, y al contrario de lo que muchos puedan pensar, no estaba celoso en absoluto. Yo amaba a Yeji tanto como anhelaba quedarme en casa, y por eso cada que ella lograba lo deseado, estaba yo ahí para siempre ser el primero en celebrarle y felicitarla.

Por qué tal vez siempre fui un hijo de puta, pero jamás fui un mal hermano, incluso en aquella racha de adolescencia llena de rebeldía y necedad.

Recuerdo haber confrontado a mi padre sobre el por qué tendríamos que mudarnos a una ciudad medianamente remota de la vida a la que estábamos acostumbrados, y él me dijo algo como ''si quieres que algo salga perfecto, entonces tienes que hacerlo tú mismo''.

Mi papa se había interesado en Suwon cuando se enteró de los potenciales recursos naturales a explotar, y entonces decidió que montaría toda una nueva empresa ahí, donde apenas y corría una bola del desierto. Esto, a Yeji, le emocionaba en sobre manera por que amaba conocer personas y lugares. Toda una extrovertida a diferencia de mí.

Podría parecer un poco apático. A primera vista, siempre cargaba esa cara seria de cejas fruncidas y mirada filosa. No hablaba más de lo necesario si no me importaba tu presencia en lo más mínimo, por lo que además de las ya conocidas razones de mi ''fama'', a esto se agregaba lo poco simpático que parecía ser, y también lo relacionaban con ''arrogancia'' por ser quien era.

Honestamente, en parte, era así. Sin embargo, había eso debajo de mi piel que no me permitía ser exactamente abierto a los demás.  No es que tuviera algún tipo de trauma infantil o algo así. De hecho, fuera de lo económico y ostentoso, mi infancia fue buena. No especial, no horrenda. Simplemente buena.

Pero había ese sentimiento escondido que no podía descifrar.

Tal vez, no era tan desinteresado y seguro como pretendía ser. No lo se.

Supongo que mientras más crecía, más serio se iba tornando ese pensamiento de que alguna vez tendría que ser yo quien llene los finos zapatos de mi papa, y eso, honestamente, me daba miedo.

Me daba terror enfrentarme a tanta responsabilidad y que al final del día vaya derrumbando poco a poco el castillo de esfuerzos del que había vivido toda mi vida.

No tenía miedo de ser una decepción, pero tenía miedo de lo que el futuro demandante deparaba para mí.

Temía que fuera tanto.

Por eso, no tenía amigos. No hacía más relaciones de las necesarias (si por necesarias contamos a las niñas con las que solía frecuentarme de vez en cuando). Me parecía tedioso.

If I Knew [Sunsun]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora