III

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Cada noche, cada jornada, a cada segundo y a cada instante de aquellos días, solo podía pensar en Alexa, en volver a verla lo más pronto posible y en no volver a separarme de ella jamás. Pero aquellos utópicos e idílicos pensamientos se vieron truncados con la inesperada aparición de Samanta en mi vida. Con Alexa había conocido lo que era desear con toda el «alma» a una mujer. Con Samanta aprendería lo que era amar y sentirse desesperado por tener tanto amor atrapa- do en el pecho.

Para mi sorpresa, en solo dos o tres semanas, mi chica de la red social se había encariñado demasiado conmigo, y yo con ella. A pesar de todo ese afecto incondicional y hermoso que en mi alma estaba floreciendo por esta bella chica, yo aún tenía a Alexa como prioridad.

–Ya debo irme. Mi madre necesita el ordenador para revisar su correo. Hablamos mañana, ¿te parece? –le decía yo muchas veces a Samanta por chat.

–¡Qué rápido se pasa el tiempo! –exclamaba ella mientras escribía para mí–. Hemos hablado casi por doce horas seguidas sin parar y sin cansarnos. Está bien. Que pases buena noche. Nos conectamos mañana de nuevo. Te quiero.

–Yo también te quiero.

Y me desconectaba. Pero no precisamente para cederle mi lugar a mamá sino porque ya eran las diez en punto y debía llamar a Alexa, como todas las noches desde hacía ya varios meses. La chica que conocí en ese pueblo no sabía de la existencia de Samanta porque a pesar de todo seguía creyendo que el cariño entre la chica de la red social y yo no ameritaba ser publicado a los cuatro vientos.

En cambio Samanta tenía una vaga idea acerca de quién gobernaba mi tonto corazón en esos días.

–¿Y tú tienes novia? –me preguntó por chat alguna vez.

–No. Pero puede decirse que tengo el corazón roto –mentía.

–Eso es tan desagradable. ¿Hace cuánto tiempo fue eso?

–Hace poco. Aún tengo a esa persona en la mente y estoy espe- rando que tome la decisión de quedarse o de dejarme libre –seguía mintiendo–. Por eso hay que tener cuidado con los «te quiero», por- que no deseo herir a nadie.

Y cuando yo decía estas cosas para no apresurarme a cometer errores con una chica tan valiosa como Samanta, ella cambiaba el tema y después lo olvidábamos todo. Reíamos, hablábamos del primer argumento que llegara a nuestra mente, y nos contábamos cosas acerca de nuestras vidas. Todo era hermoso.

–¿Sabes? –me decía– mi madre me dice que parezco tonta rién- dome frente a la pantalla de este computador y me pregunta quién me hace reír tanto. Ella apenas se está enterando de tu existencia.

–Espero hacerte tan feliz siempre –le contesté.

Pero no pude mantener esa promesa. Y todo por mi inexperiencia para tratar a una mujer y por mi falta de tacto. Aún me arrepiento de toda mi torpeza.

Así es. Las conversaciones con Samanta eran siempre hermosas. Pero las charlas por celular con Alexa también lo eran. Y lo más irónico de todo es que ninguna de las dos estaba cerca de mí, pues una vivía en otra ciudad y la otra en un barrio distante del mío. Yo estaba en un dilema. Tenía el corazón dividido, sabiendo que la respuesta era más que obvia, sinceramente... no quería perder a ninguna de las dos.

Observaba las fotos de ambas a cada minuto, tratando de hallar la solución a esa encrucijada que mi corazón se había empeñado en crear. Y me dejé llevar simplemente por el físico. Ese fue mi gran error.

–Samanta tiene los ojos más dulces que he visto –pensaba–. Pero Alexa tiene las piernas más sensuales de todas. Samanta tiene un cabello tan lacio y largo que dan ganas de tenerlo entre mis manos. Alexa tiene una piel tan morena y provocadora que quiero poseerla...

VIVO POR ELLA: Cuando el amor traspasa las pantallas de un ordenadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora