El Alzheimer se burló del pobre anciano en dos oportunidades.
Era el cuarto día posterior a los funerales de su esposa
cuando recordó que ella padecía de catalepcia: la "muerte falsa".Temeroso pero esperanzado, se precipitó hacia el cementerio
al paso más veloz que se lo permitieron sus piernas oxidadas.
Llegó a la tumba, cuya tierra aún estaba húmeda y usando sus propias manos, cavó desesperado.
Había pasado casi una hora removiendo la tierra, y a pesar del cansancio,
del sudor que le nublaba la vista y de los infinitos braceos que le astillaron las uñas, logró su recompensa:el barniz del ataúd aparacío lentamente bajo las capas de suelo negro.
"¡Maldito Alzheimer!, ¡aquí estoy cariño!" balbuceó entre jadeos, abriendo la tapa a tirones.
Un olor descompuesto le golpeó el rostro, expelido por el busto hinchado de un hombre verdoso, tieso y muerto.Entonces recordó nunca haber tenido esposa.