INFANCIA DESTROZADA.

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Tenía siete años, estaba cursando la primaria, esos eran los estudios requeridos para empezar a formarte.

Era una niña que no socializaba demasiado, solía ir más a mi rollo, pero no por gusto, sino porque las personas de mi alrededor me lo impedían. No querían integrarme en los grupos. No querían mantener una conversación de horas conmigo. Simplemente, no querían conocerme.
Recibí varias etiquetas, la que más me dolió fue "bicho raro", ya que era la que más sola estaba de todo el colegio.
En los patios, siempre estaba sola, en una esquina, o sentada en la compañía de mi sombra en algún murito pequeño que encontraba de casualidad por la amplia zona. Jamás se me veía acompañada de alguien más. Me evitaban. De hecho, puedo afirmar que, hablar conmigo, era como caer bajo.
Estaba viviendo una obvia exclusión y que poco a poco, se fue volviendo acoso escolar.
En este punto, ya sufría las típicas "bromas" de mal gusto de mis compañeros, cuando algún día iba con vestido o falda, solían venir por detrás y de sorpresa, me levantaban el volante de la falda o del vestido, acompañados de risas y burlas. Obviamente, eso me avergonzaba, y a la vez, me hacía sentir horrible conmigo misma, ya que siempre pensaba que la razón de que me sucediera todo aquello era yo: quizá mi aspecto. Nunca fui la niña más atractiva de la clase, ni la que más destacaba.

Yo destacaba en otras cosas, y esas cosas eran mi inteligencia y mi manera de expresarme.
Me gustaba mucho leer, así que para mí no era complicada la comunicación verbal y mucho menos escrita.

Si bien es cierto que en las matemáticas era malísima, en las demás asignaturas siempre aprobaba y siempre daba lo mejor de mí.

En casa, la relación con mis padres tampoco fluía de lo mejor.
A diario era testigo de las veces que ambos discutían, era testigo de cuando mi madre echaba a correr a la habitación y se encerraba...en el peor caso, también presencié cuando se intentó quitar la vida en una de esas ocasiones en las que hubo una fuerte discusión, pero ahí si abundó el abuso psicológico.
Como era una niña, no sabía bien cómo debía de reaccionar, no sabía si tenía que quedarme al lado de mi madre en todo momento, si ir a mi padre y decírselo, pero siempre descartaba esa opción, pues era algo absurdo, ya que él siempre fue aquel motivo de que mi madre llegara a esos límites.
Así que mi única salvación era contactar con mi hermana, con quién creo que tenía mejor relación a pesar de todo lo que sucedía a nuestro alrededor. Ella se ocupaba de esas situaciones y era quien llamaba a la ambulancia para que mi madre recibiera la atención psicológica que necesitaba en el hospital.

Pero ahora me pregunto, ¿Para qué?

Cuando ella era derivada a un psiquiatra, siempre se hacía la loca. Solía cambiar el tema, hacer como si no hubiera pasado nada, lo camuflaba con discusiones de pareja y continuaba defendiendo a aquella persona que la lastimaba a consciencia.

Todo aquello, lo veía desde que tenía uso de razón. Con siete años, lo vuelvo a repetir.
Con siete años sufría acoso escolar.
Con siete años, ya tenía que intentar hacerme cargo de un adulto, más en concreto de mi madre, porque de no ser así, ella podría haber muerto en uno de esos intentos de suicidio que presenciaba constantemente.
Mis necesidades no eran cubiertas, si que me compraban ropa, también me daban de comer. Pero jamás recibí el cariño paternal que necesitaba.
Al contrario, tan solo recibía desplantes y más desplantes, llegando a pensar que mi llegada a este mundo había sido un error.

Muchas veces me iba a dormir llorando, y amanecía con ganas de quedarme en la cama todo el día, no quería ir al colegio, pero tampoco quería quedarme en casa.
Sin embargo la habitación era para mí mi espacio más privado, donde me sentía más segura...por decirlo de alguna manera.

Con ocho años, sufrí el primer abuso sexual.
Y esto fue por parte de un compañero de colegio que me superaba la edad en dos años más.
Un día en el que las clases se habían terminado y yo siempre volvía en el autobús a casa, este chico se sentó a mi lado. Yo siempre elegía el asiento que estaba al fondo del todo, porque los demás solían tomar asiento por el centro del autobús, y siempre había mucha bulla, por lo cual yo al ser tan tranquila, prefería algo de paz.

Este chico, que tenía el pelo castaño y los ojos marrones, era de complexión delgada y piel blanca, se sentó a mi lado y se presentó. Yo también le dije mi nombre, y empezamos una conversación que duró un rato.
Él me preguntaba sobre mis pasatiempos, y yo le preguntaba sobre los suyos, íbamos contrastando información.
Al principio, pensé que había conseguido mi primer amigo, pero realmente estaba muy equivocada. Tanto, que a día de hoy sigo pensando que fui tan idiota aquel día, por haber sido tan inocente e ingenua de aceptar conocer a aquel sujeto.

Rato después, este sujeto empezó a hacerme preguntas que iban con doble sentido, pero que yo con esa edad todavía no lograba entender porque era muy ingenua para entender a lo que se refería, pero que lógicamente hablaba en términos sexuales.
En algún momento él acabó aprovechándose de la inocencia de aquella niña de siete años que le dijo que le gustaban las piruletas, y cuando puso su mano en mi cabeza, fue que me forzó a hacerle un oral. En ese momento, no entendía lo que estaba pasando, en el proceso el me decía que aquello era totalmente normal y eran cosas que los amigos que se querían de verdad hacían, también me chantajeaba dándome a entender que si no hacía lo que él me decía, me iba a dejar sola. Y obviamente eso no es lo que yo quería.
Así que los abusos sexuales continuaron durante mucho más tiempo. Pero ya no tan solo en el autobús, también en el parque, debido a que nuestras familias se conocían y había tardes en las que sucedía en el parque en el que nuestras familias se juntaban.
Mis padres no sabían nada de esto.
Y el padre del sujeto, menos aún.
Así que todo aquello lo estuve guardando en secreto, hasta los once años.
Porque antes de los once años jamás me vi en el valor de contarle a mi madre lo que aquel tipo me hacía en la escuela o en el parque, pues sabía que no me creería.

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Dejaré por aquí este primer capítulo, es un poco corto pero ando algo cansada físicamente porque llevo una semana ajetreada y además que para escribir esto, necesito mi tiempo pues aún también esto sea una solución para cerrar ciclos y desahogarme, a pesar de eso, me es complicado hablar de ello.

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