DEPRESIÓN.

13 1 0
                                    

A los nueve años, tuve mi primer ataque de ansiedad.
¿A causa de qué?
Bueno, recalco qué la relación entre mis padres era tóxica y por lo tanto, a mí también me acababan perjudicando, pues siempre... Siempre, mi nombre era mencionado.
En una de esas peleas, escuché mi nombre varias veces y decidí, como cualquier niña curiosa, poner la oreja en la puerta para escuchar mejor lo que hablaban.

Aunque, después de lo que escuché, desearía no haberlo hecho, porque es lo peor que puede escuchar un niño... Y más una niña, que pensaba que alguno de los dos podía cambiar, o al menos, había días que me trataban bien, pero había otros... En los que me sentía tan poca cosa...

Recuerdo, que las palabras que escuché a través de esa puerta, fueron “tú fuiste quien quiso tener a esa niña de mierda, y ahí la tienes, encerrada en la habitación creyendo que sabe lo que es estar deprimida. Pero tú sabes bien, que yo nunca quise a esa niña, la odio”

Recuerdo, que después de eso, me fallaron tanto los músculos de las piernas por el shock de escuchar algo así salir del que debería ser...¿Mi padre?
Tuve que sentarme en la cama, y me quedé llorando un largo rato, quizá fue una hora, quizá fueron dos... Quizá incluso, cuando no lloraba, ahora lo hacía internamente. Mi alma, lloraba, porque mi alma estaba triste. Mi niña interior estaba desconsolada. Eso yo lo sabía. Y no sabía qué hacer, ni cómo parar esas emociones. Sentía que en cualquier momento me daría un colapso mental, las emociones negativas iban tomando el control sobre mí, y sé que, al final... La única manera que hallé para dejar de sufrir durante un rato, fue...

Tomar la cuchilla de un sacapuntas y comenzar a cortar en líneas horizontales mi brazo. Me di cuenta de que estaba tan mal en el momento de que, a la vez que me hacía un nuevo corte, lloraba, y mientras lloraba también sentía muchísima rabia por tener que pasar por todo lo que tenía que sufrir a diario.
Con tanta rabia y dolor contenido, los cortes resultaron ser muy profundos.
Y si, recuerdo que acabé en el hospital, donde me atendió el médico primario que es el que se encargaba de los niños, y con el que a la vez, yo le tenía mucha confianza. Él quiso evitarse las preguntas, entre miradas el se compadecía de mí, me daba fuerzas y valor, con solo mirarme. Él intentaba hacer sentir mejor.

Cuando me curó las heridas, me las vendó y me dio un abrazo. En este momento, yo sentí vergüenza ajena, más que nada porque quien estaba abrazando a ese doctor era mi niña con falta de una figura paterna de verdad, y ese doctor me correspondía en un abrazo que... Si cada día me abrazara de esa manera tan sincera, mostrando el afecto de una manera tan profunda... Porque fue un abrazo muy lento, y un abrazo donde yo me agarraba a los lados del doctor, trataba de evitar llorar, pero era imposible, en ese momento me habría gustado que fuera mi madre, mi padre, mi hermana... Los que me hubieran dado aquel abrazo.

Porque lo digo en serio, si pudiera haber tenido ese abrazo y lo que me transmitía todos los días, sentiría que sana mi alma, muy poquito a poquito.

Pero eso no sucedió.

Lo que sí que pasó es que ahora ya todos en la casa incluida mi hermana sabían mi problema con la autolesión, ellos se intentaban mentir a sí mismos al decir que lo hice seguramente por haber visto un video de alguien haciéndolo... Cuando la realidad es otra...
Y es que, toda persona que empieza a tocar fondo, que no siente ganas de salir adelante, que solamente quiere hacerse daño físico para desahogar su carga emocional, siempre, acabará recurriendo a esos métodos. Autolesiones. Tenga la edad que tenga. En esas circunstancias, el daño emocional es lo que te está rompiendo, mientras que el físico te está ayudando a desahogar ese dolor, pero a su vez, causándote más dolor con las que a futuro esas heridas quedarán cicatrizadas.

A día de hoy, todavía tengo esos primeros cortes profundos y con relieve, en el brazo derecho. A simple vista se puede percibir.

Y es horrible.

Realmente me desagrada. Tan solo porque, cuando miro y toco esas cicatrices, siento que rebobino en el pasado, que de nuevo estoy viviendo la misma situación. Por eso, intento no tocar jamás las cicatrices que una guerra me dejó.

MEMORIAS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora