2015

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Ese año también influyó en mi felicidad. En sentirme plena.

Quizá y por desgracia, más de uno hayáis tenido que sentir que, lo único que os hacía feliz, ha dejado este mundo, quedándose así uno mismo con un sentimiento de vacío.

Tenía una mascota. Un apoyo emocional. Más allá de ser una mascota, era mi mejor amigo de cuatro patas, era mi todo.
También era quien me defendía cuando mis padres me golpeaban, él siempre salía en mi defensa.

No estaba pasando un buen año porque estaba empezando a estudiar en un colegio nuevo, voy a recalcar que me mudaba muchísimas veces de ciudad, porque siempre se acababa abriendo un parte en servicios sociales acerca de los malos tratos que sufría en casa, y como es de suponer, a ellos no les convenía que indagaran mucho más, así que siempre acababa rehaciendo mi vida en una ciudad diferente y que SIEMPRE le separaban kilómetros de la anterior. Eso también influía en el hecho de que me volviera tan asocial y cerrada en mí misma, por el motivo de que al mudarme de manera inesperada, dejaba atrás a las personas que consideraba importantes y no volvía a verlas.

Retomando...

Ese año no fue de los mejores.
De hecho, puedo afirmar que fue de los peores años de mi vida.

El mudarme a aquel pueblo había sido una total sentencia.
Sufría de acoso escolar, además de la violencia en casa, contando también que en ese entonces con mis hermanos la relación era pésima ya que el principal objetivo de mis padres era que no tuviera buena relación con ninguno de ellos, pues no era conveniente para ninguno de los dos, por temas legales y porque al final, mis hermanas han sufrido la misma violencia intrafamiliar que yo.

Quizás estaba empezando a sobrellevar aquella situación, sin embargo, todo se fue declive cuando, una tarde entre semana, me hallaba en la biblioteca a escasos metros de mi casa, pues allí todos los servicios públicos no estaban muy lejos, era un pueblo pequeño.
Yo me iba todas las tardes a esa biblioteca por temas de estudio y también por despejar mi mente, porque era el único momento en donde podía estar en paz conmigo misma, sin nadie a mi alrededor que me molestara o hiciera sentir mal.

Todo apuntaba a que iba a ser otra de esas tardes tranquilas (hasta que regresara a casa, claro), sin embargo, equivocación la mía, pues horas después recibí una llamada.
Más en concreto, una llamada de mi madre.

Le respondí el tono y, me daba vueltas en lo que quería decirme, pues según ella “era algo que iba a ponerme muy mal”, yo no lo veía para tanto, y la intriga me podía. A pesar de que también me invadía algo de preocupación, temiéndome lo peor. Pero jamás me imaginaba aquella noticia.

“Ha muerto” fueron sus palabras. Punzantes y directas.

Al principio me repetía a mi misma que era una broma de mal gusto y que cuando llegara a casa, ese amigo de cuatro patas me estaría esperando como todos los días, en la puerta, con mucha felicidad.
Estaba al límite de romper en llanto y decidí, con el corazón en la mano, volver a casa para comprobar que era cierto lo que me estaban diciendo.

Entré en casa, subí las escaleras y empecé a llamarlo por su nombre, pero no venía.
Me paseé por la casa llamándolo, silbando, pero seguía sin venir.
Las manos me sudaban, pero es que los ojos me escocían por esa realidad a la que me estaba enfrentando y deseaba que no fuera así.
Llegué al salón y fue cuando rompí en llanto al ver que, en el suelo, había una mancha enorme de sangre que aún no estaba seca, ya que había sido muy reciente. No quería creer que eso iba a ser lo último que iba a poder ver de lo que fue tan importante para mí y fue desde muy pequeña, la razón de mi felicidad.

Me pasé horas llorando, quería terminar con todo. Sentía un vacío enorme en el pecho, me faltaba algo y ese algo era mi mejor amigo, mi defensor.
Me faltaba escuchar sus ladridos de felicidad, sus patitas al aproximarse a mi habitación. Eso es lo que me faltaba. Y no quería conscienciarme de que no volvería a verlo jamás.

Una hora después, llegó mi madre, con mi padre siguiéndola.
Yo bajé, pues había escuchado que me llamaban, así que se percataron de que yo ya estaba en casa.

Lo siguiente que sucedió fue muy rápido.
Estaba encima de mi padre propinandole los puñetazos de su vida.

¿Se me fue la cabeza? Sí.
¿Me arrepiento? No.

Porque entonces cuando bajé la mirada, vi que en su mano derecha sostenía un palo grueso de madera manchado de sangre, también reciente. Entonces entendí todo.
Ellos me lo arrebataron.

Mi madre intentaba quitarme de encima de mi padre, pero estaba en un descontrol de ira total y mi fuerza era mayor que la de mi madre y mientras tanto a él, los puñetazos le llovían, mientras le repetía una y otra vez que era un hijo de puta, y que para mí había muerto para siempre.
Todo aquello mientras lloraba desconsolada.

De un empujón ella consiguió sacarme de encima. Notaba que estaba enfadada y asustada, cosa que me daba cuenta, en sus ojos veía el miedo de que yo misma me quería cargar a ese cabrón por haberme arrebatado lo que más quería en esta vida y mi único aliento.

Después de aquello, me pasaba la mayoría del tiempo encerrada en la habitación, sin comer. Sin querer salir. Tan solo salía para ir al colegio, pero en mi mirada siempre adornaba unas bolsas de ojeras y aquel ligero brillo que tenía antes de lo sucedido, había desaparecido. Estaba menos perceptiva con la gente, me había cerrado mucho más en mi misma y ahora me pasaba todos los recreos en una esquina sola. No quería estar en compañía.

Mientras tanto, ellos me vacilaban.
Muchas veces me soltaban comentarios cortantes, que sabían que me iba a doler.
Comentarios como “si quieres te llevo a donde dejé su cadáver y te quedas con él para siempre”.
Entonces a partir de ahí fue cuando mirando al cielo, preguntaba una y otra vez porqué personas como ellos merecían vivir y sin embargo, los regalos de la vida te los arrebatan.

Aquel año fue el peor de mi vida.
Pero también, fue el año en donde entendí que ningún Dios existía.
Porque no entendía porqué debía afrontar sola ese sufrimiento, si no lo merecía.
Y quería saber el porqué los que sí se lo merecen, lo tenían todo mucho más facil.

Ese año, además, fue cuando me diagnosticaron depresión mayor y ansiedad social.
Depresión mayor a raíz de aquel trauma de perder a mi mejor amigo y sobretodo, haber tenido que ver su propia sangre manchando el suelo...agregando que, mi propio progenitor era quién le había quitado la vida.

A día de hoy, me cuesta menos hablar del tema, aunque todavía es una espina que llevo clavada en el alma, y que a veces me hunde.
Lo que sí que decidí fue, que quiero tatuarme su nombre y esta fecha, para recordar que ese año me lo arrebataron, pero sé que siempre me acompaña.
Porque los animales son más fieles que las personas, y él luchó por mí siempre, jamás recibía golpes en su presencia, y aquello fue lo que le marcó sentencia.

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⏰ Última actualización: Nov 18, 2023 ⏰

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