Louis Agreste estaba absolutamente seguro que esta vez no iba a decepcionar a Emma Fathom.
Se había levantado temprano, incluso antes que el despertador sonase, y fue derechito al aseo, a ducharse, frotarse los dientes hasta arrancarse las encías y arreglarse pulcramente.
Por fin, luego del estrepitoso desencuentro del día anterior, hoy iba a desayunar con Emma. En la cafetería del Congreso.
Se había aprendido incluso, lo que iba a pedirse él. Café con leche y un pain au chocolat. En su mente, había recreado cómo batiría el azúcar, como cortaría el pan. Recordó que debía usar una servilleta.
- Un café con leche y un pain au chocolat para mí, y para la señorita...no lo sé, Emma, ¿qué prefieres? ¿Leche? ¿tostadas? ¿Algún zumo de frutas? - Louis practicaba sus palabras, y repetía el diálogo que diría, frente al espejo de su baño, en tanto aprovechaba para afeitarse el rostro.
Era un piso pequeño, en una primera planta, moderno pero no lujoso. Se lo había pedido a su padre, cuando él le preguntó que qué quería de regalo por haber terminado su carrera. Louis hubiera querido decirle que sólo quería ir a cenar con ellos dos, su madre, su padre y él, pero esos sueños los desechó de inmediato, al ver que su madre no había asistido a su graduación. De hecho, Chloe Bourgeois se encontraba al otro lado del mundo, saliendo con su último novio. La tía Zoe en cambio, saltaba batiendo la mano al fondo del Auditorio y chifló y chifló cuando dijeron su nombre y él salió al estrado, a recibir su diploma.
Su padre estaba hablando al teléfono, mirando hacia otro lado. Eso también lo recordaba clarísimo.
Sin quererlo, Louis recordó la foto de Emma, cuando terminó el doctorado con un cum laude, tan magnifico que la publicaron en una revista de ciencia.
- Quizá yo no era tan bueno como ella. - pensó, sumamente triste. El brillo animado de sus dulces ojos verdes desapareció en un instante, y volvió a ser niño, volvió a estar solo. Pero ya era un hombre, esas cosas ya no le hacían daño. Tenía que olvidar y seguir.
- Hoy va a ser un buen día. - murmuró de nuevo, al espejo. - Me va a salir todo bien. Haré todo bien. No debo alzar la voz. No debo llevarla a sitios concurridos. -
Era un adulto suficiente.
Podía descongelar unas pechugas de pollo, tiraba la basura y era capaz de hacer café en una cafetera italiana. Con un poco de suerte, freía huevos y una vez, sólo una vez, intentó hacer un puré de patatas. Muy aparte de eso, era capaz de hacer ecuaciones matemáticas complejas, explicar el cómo se obtuvo el numero "pi" y demostraba, resolviendo logaritmos, que la teoría de cuerdas probablemente no era correcta.
Además podía plantarse frente a una pequeña clase de estudiantes universitarios hormonales, irritables y depresivos, varias veces por semana, con relativo éxito. Si persistía en la docencia, poco a poco se haría un nombre en la misma Universidad, y con el paso de los años, tendría una cátedra propia, doctorandos a su cargo y al final, sería el doctor Agreste, hijo de nadie, profesor de todos y, si cerraba sus ojos y dejaba su imaginación volar, podía ser también el esposo de Emma Fathom.
- ¡Basta! - se dijo cuando ya se imaginaba la casa que compraría para que vivieran juntos. - ¡Basta Louis! -
Era un matemático puro, no entendía muy bien cómo era posible que organizase tremenda fantasía sobre su vida. Su tía Zoe le decía que había heredado el sensible temperamento de su padre, y su profunda imaginación.
- No dejes que tus sueños te nublen la visión. - le dijo su tía Zoe unos días antes, cuando la llamó por vídeollamada para decirle que iba a conocer a una chica de la que llevaba enamorado un tiempo. - Aterriza un poco, Louis, porque la realidad, los hechos, al fin y al cabo son los que cuentan. No sólo te guíes del amor. -
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Siempre fuiste tú - MLB. Felinette
Romance¿Nunca te preguntaste cómo empiezan las verdaderas historias de amor? Emma Fathom es alguien extraordinario y único, con una vida placentera y tranquila, hasta que un día, un viaje y una maleta le revelarán todo lo que nunca preguntó. - Felinette no...